a tu mamá también
Hoy escribiste, solo para recordarme que la estás pasando mal, solo para notificarme que también es difícil para ti. Quieres dejar claro que la vida se quedó varada en algún lugar de una ciudad imposible. Yo también llegué a otro destino pero por una ruta distinta. Aquella que decidimos no compartir por ir en búsqueda de eso que, diferenciadamente, necesitábamos.

Al igual que tú, en este punto, también he asegurado que tomamos la mejor decisión.

Extraño leerte. A veces.
Escribo cada vez menos,
pienso de más, cada vez más.


08:02 a.m.

Sigues escribiendo igual, brutalmente dulce; yo sigo haciéndolo para no sentirme solo pero igual sigo llorando por las noches. Intenté con whisky barato y marihuana. Intenté con toda la cartelera de Netflix y libros que nunca terminé. Intenté con un taller de improvisación y un curso de creatividad. Aún no puedo, aún no quiero.

Si hubiera sabido que no te volvería a ver
quizá nunca habría tomado ese vuelo.

Pero un día metí la computadora a la mochila
y crucé un país para verte bailar
entre ovejas y riachuelos,
para hacer realidad esas caminatas
y pagar las chelas pendientes.

Te vi aparecer desde una calle de la plaza
y olvidé la maldad del mundo,
me dejé arropar en tu exilio voluntario,
en tus historias de aventuras lejos de la ciudad
junto a calientitos y juegos de mesa.

Me diste asilo y no supe que necesitaba sentirme así
hasta el día que decidiste hacer tu propio vuelo.
Las cartas que escribí antes de que te casaras
las dejé olvidadas en Lima
junto a las tazas de café
que dejamos en la cocina.

Junto a la bronca,
y los manteles de la casa,
junto a los sueños que ahora
se secan frente al sol.