Extraño leerte. A veces.
Escribo cada vez menos,
pienso de más, cada vez más.
08:02 a.m.
Sigues escribiendo igual, brutalmente dulce; yo sigo haciéndolo para no sentirme solo pero igual sigo llorando por las noches. Intenté con whisky barato y marihuana. Intenté con toda la cartelera de Netflix y libros que nunca terminé. Intenté con un taller de improvisación y un curso de creatividad. Aún no puedo, aún no quiero.
Todo está cerrado en estos tiempos por eso Violeta y yo caminamos mucho. Nos conocimos en mayo, en plena cuarentena. A veces nos miramos con complicidad, no lo decimos pero lo pensamos: ¿quién se enamora en una pandemia? ¡Nosotros!, nos respondemos en silencio, como alzando la mano en plena clase. Los parques, los que aún cuentan con bancas y poco resguardo policial, se han vuelto nuestros puntos de encuentro. Siempre con los protocolos, incumpliendo el más importante, quizá: el metro de distancia.
Cuando la conocí solo llegué a ver sus ojos por encima de la mascarilla y supe que no había vuelta atrás. Hablamos de todo menos de la pandemia. Lo que parecía un escape del caos mundial terminó siendo un giro para mi vida de 360º. Ahora quiero ser chef y diseñador de interiores. Quiero que esta crisis se acabe e irme con ella a Colombia o a Buenos Aires, aunque pareciera que no tuviera cuando acabar, quisiera estar a su lado en todas las pandemias que vengan.
Violeta me cuenta de Ilo, de su infancia en el puerto y de su etapa en la universidad. Yo me quedo mirándola, hipnotizado de sus ojos y de la forma en que hace bailar sus lentes. Un día bajamos nuestras mascarillas y a la noche no dejé de poner su nombre en cualquier papel que se me cruzó. Me quedé pensando que de toda la música del mundo el sonido más sublime que había escuchado hasta ese momento era su risa.
El mundo colapsa y aunque pueda sonar al más irresponsable, cursi o patético, por primera vez en mi vida no me importa si es el fin, al lado de ella, todo está bien.
No volvió, nunca volvió. El novio que regresó era otro. Uno al cual empecé a temer con el pasar de los días y las semanas. El tono de su voz, su semblante, sus ganas de comerse al mundo, todo cambió. En algún momento pensé que iba a reaccionar, que iba a sacudirse de todo e iba actuar como el tipo centrado que conocí. Estiré mi mano muchas veces, pero no estaba para algo así. Decidí salvarme. Antes de su cumpleaños 31 y 3 años de relación, me fui.
Conseguí un trabajo en provincia y desaparecí del mapa. Luego de sus incontables llamadas también decidí cambiar de número. Dos meses después no habían rastros. Tenía curiosidad por saber qué había sido de él pero no volví atrás. Pasó a ser un completo desconocido.
Hace poco vine a Lima a visitar a mis padres y una noche luego de una cena con amigas, mi taxi pasó por su departamento, pensé que vería luces prendidas o personas en el balcón. No había nadie, solo un enorme cartel de "Se vende" en el frontis.