Decidí estar lejos de Lima para Navidad y Año Nuevo, viajar hacia alguna provincia de nuestro territorio donde no se adore excesivamente a estas fiestas, donde no se utilice el dinero como recurso para fomentar la felicidad y donde no hayan esos pecados que convierten innobles a las personas, como el lujo o la gula.

En mi travesía, alejándome de La Gris, manejo oyendo música clásica, abrigándome del frío andino y recordando algunos sucesos que lacraron el 2011. Entre ellos mi relación con Valentina, la recuerdo por encima de todas las mujeres que recuerdo. Elaboro preguntas y las pongo delante de mí, reflexivo y gélido, no quiero responderlas.

Llego al hotel luego de 8 horas de viaje, un hotel en la misma amazonía, joven y cálido, visitado por turistas nacionales e internacionales, no me considero un turista, solo un hombre que quiere estar solo y escribir en paz.

Es 24 de diciembre, no oigo ruidos citadinos, me siento aliviado (ya que por ese motivo me alejé de la ciudad) y en paz. Recorro el hotel en búsqueda de alguien más que tenga rastros de grinch, pero no lo sea. Encuentro a dos parejas, que quizá solamente no quieran participar de las fiestas, sino que aprovechan sus cortas vacaciones para tener el sexo desenfrenado y lascivo que quisieron tener en sus días de oficina.

Paso Navidad en la piscina del hotel, al salir, miro al cielo, respiro profundamente, hay una dócil armonía, siento orgullo de mi mismo, de haber logrado mi propósito. Soy un hombre solo feliz. No quiero regresar a mi habitación, así que decido quedarme mirando el paisaje, pensando en lo que fue el 2011, recordando todo y escribiendo todo.

Empiezo con el inicio, por lo insoportable que fue el verano el 2011, y a la insoportable de Sofía. Conocí a Sofía el 2010, era amiga de mis hermanas, frecuentaba mi casa y con timidez yo salía de mi habitación para dirigirle unas palabras. Era insoportable porque hacia alarde de sus 26 años pero se comportaba como una niña de quince y frecuentemente discutíamos por sus actitudes de quinceañera. A pesar de eso, nos gustábamos, nos mirábamos con deseo y codicia, yo más que ella. Regresó a su país natal de Miami a visitar a sus amigas, a terminar negocios, a pasar el verano, según ella, yo sospechaba que había regresado a refregarme en la cara porque nunca había respondido sus correos o mensajes, a refregarme lo que sentía por mí, quizá odio, quizá amor.

Las veces que me acostaba con ella lo hacia por algún fin, ya sea material o puro placer, era un acto autodestructivo y ruin pues sabia que daba motivo a que ella pretendiera una futura relación, lo cual hasta ahora no se me ha ocurrido pensar. Era malvado y a ella le excitaba eso, que le mienta, que le esconda la verdad, no le importaba si al otro día me veía con Roció (una exnovia a la que todavía frecuentaba sexualmente y que se cansó de mi vida libertina y pedante y desapareció, hasta hoy) o que salga con alguna mujer, a ella solo le importaba que no tarde en llegar a su hotel, suba a su habitación, nos metamos desnudos a la cama y concluyamos el combate carnal hasta que los cuerpos lo decidan.

Antes de que ella regrese a Miami hablamos por teléfono, le dije que no podía ir a despedirla al aeropuerto por motivos laborales, ella entendió pero su voz cambió, quería que deje de ser “malvado”, que por un momento muestre tristeza o cariño. Al regresar a mi casa Sofía me había enviado un correo, me decía que volvía en un año o dos, que me extrañará y que me recordará siempre. Hoy anhelo darle ese abrazo que no le dí antes de irse, y haberle dicho la verdad, que la quería con el alma, que hubiera preferido, ante todo, ser su amigo antes que su amante.

Meses después Victoria me recomienda que vuelva a escribir, que le gustaba leerme y que no debí cerrar el blog que tenía, le prometo que antes que acabe el año abriré uno nuevo. Asunto que cumplí, más que por cumplir con ella, por mi gusto por la literatura y por expresarme libremente.

Paso los días luego de Navidad, visitando cataratas y lugares turísticos de la región, a los cuales para llegar hay que caminar largos y accidentados caminos. Todo es natural, apasionado y pacífico, me encanta este lugar, la gente de amabilidad amplia, el clima sosegado y el ruido mínimo, pienso que debería quedarme aquí, a seguir escribiendo y leyendo, pero debo regresar a Lima, a lo rutinario y cansado del trabajo, a ser periodista y pelearme con todos.

Leo y oigo a muchas personas planificando el recibimiento del año nuevo, más a limeños regordetes y escuálidos que ya han reservado sus botellas de alcohol, su atuendo amarillo y sus playas al sur o norte para tener una fiesta de año nuevo “inolvidable”. En ese preciso momento es que me siento afortunado de estar lejos de La Gris, me siento independientemente feliz, duermo sonriendo, esperando la medianoche del 31 de diciembre.

No paso año nuevo en una fiesta, ni rodeado de gente que te desea no tan sinceramente un próspero año nuevo, ni de un sonido electrónico necesario para mover las partes del cuerpo, ni de botellas de alcohol de diversos colores y formas.

Paso año nuevo en la piscina de un hotel, rodeado de vegetación amazónica, de grillos que grillan plácidamente y que yo pienso, irónicamente, que es una manera de desearme un feliz año. Es año nuevo y sigo pensando en María, mi madre, y en “tres mujeres”, mi primera novela a publicarse este 2012.

El 2011 me da nostalgia, conocí a personas que ya no están y otras que están pero gustan estar ausentes, conocí el amor y también lo desconocí, conocí el odio y su profundidad, quise y me quisieron, quizá menos o mas, aprendí y me enseñaron, enseñé y aprendí enseñando, mejoré e intentaron cambiarme, otros cambiaron y empeoraron, mentí y dije verdades, algunas verdades me obligaron a mentir, fui libre mientras estaba encadenado y cuando me quite las cadenas seguía siendo un esclavo, fui feliz e infeliz, soy feliz pero infeliz cuando no estoy solo.

De regreso a Lima, el segundo día de enero, y luego de una larga conversación con mi cristiana madre, vuelvo a abrigarme para pasar el frío de Ticlio, pienso en Valentina y en aquellas preguntas que me hice en el camino de ida, y las respondo todas.

La sigo queriendo, la extraño pero no quiero verla, aunque necesito tocarla no me nace ir a buscarla, prefiero esperar. Valentina y yo salimos por unos meses, nos queríamos y todo marchaba bien, sin embargo, se apoderó de mí un afán de soledad desmedido, convertí mi grata compañía en insoportable, mi libertad se había limitado a la de ella y no podía caminar así. Le mentí egoístamente y actué por asfixia, concluí abruptamente todo vínculo y pasé días alejado de cualquier actividad laboral.

A pesar de haber finalizado todo, seguía yendo al hogar de Valentina, a seguir almorzando con Isabel, su abuela, seguía subiendo al segundo piso, entrando en la habitación de Valentina y saliendo de la misma transpirado. Ahora lo sé, no debí seguir visitándola, no debí romper la línea marcada, pero la razón no existe cuando los deseos dominan. Ahora lo sé, debí quedarme en mi sillón, escribiendo y satisfacerme evocando con nostalgia lo que fue. Antes de irme de Lima, nos vimos, hicimos el amor y nos despedimos fríamente, el olvido había puesto su sello, ya nada era como antes. Al salir de su hogar supe que ya no volvería a almorzar con Isabel, ni a subir a su habitación en el segundo piso y que solo me quedaría con el recuerdo de lo que viví en el interior de esa casa.

He vuelto a mi hogar, a mi habitación, a mi cama, a mi biblioteca y a mi sillón. Pienso que han sido los mejores días del 2011, he podido escribir tranquilamente y vivir una paz magna, los pocos días lejos de la ciudad han logrado su objetivo y siento que es la mejor manera de empezar el año, desvistiéndome para el verano, oyendo música suave y abrazando a María.