Odio la manera en que llegaste,
odio que no te puedas quedar,
odio el círculo que te rodeo cuando asome,
odio saber que aquella figura no desaparecerá,
odio que no poseas lo que odio de todos,
odio que tengas lo que odio de nadie,
odio tener que escribirte cuando tengo tanto por decirte,
odio no transcribir lo que en pocas ocasiones si te dije,
odio seguir viéndote aun cuando te vas,
odio que la felicidad este asociada a los momentos contigo,
odio que la tristeza también,
odio que seas indiscutiblemente angelical,
odio que no siempre me hayan gustado las malas,
odio que dudes, odio tu confianza,
odio que me hagas creer aun cuando lo sabes todo,
odio que recuerdes las palabras que no exactamente pronuncie para ti,
odio que olvides las que si estuvieron dirigidas a tus oídos,
odio no ser tu amigo incondicional,
odio saber que nunca existirá,
odio tu mirada hacia mí,
odio cuando mis ojos te buscan moribundamente,
odio no poder hacerles entender que no vendrás,
odio que no me hagas odiar,
odio escribirte estas líneas,
odio no poder evitarlo.

Del poemario: De verso azul
Hace un año abrí este blog, porque me sentía solo y necesitaba escribir, no podía dejar de hacerlo, no debí dejar de hacerlo. Luego de cerrar un blog a inicios del 2011, quise no escribir más un texto, relato, poema o cuento que tuviera como destino una web o alguna edición impresa, posiblemente por esas cosas que te tiran de la bicicleta y te dejan boca arriba en la vereda un buen rato.

Ese tiempo lejos de la libreta y el lapicero fueron terriblemente jodidos, tenía la imaginación en una cama destendida, en el viaje de regreso a casa, en mis anteojos, sin embargo, no quise acomodarme y dejarme llevar. El acto de escribir había sido remplazado por el llanto a las 3 a.m., por el suelo y la melancolía. La imagen es patética: un flaco de anteojos moqueando frente a su lámpara hasta quedarse dormido. 

Hoy, luego de un año, lo vislumbro, había dado la espalda estúpidamente a una de las mejores terapias del hombre: escribir. Tantas horas en la ducha, tanto fondo, tanto tacto, tanto estar al ras me hizo recordar que aquella terapia que conocí a los doce años era el único bálsamo para vivir, era aquel desfogue de mis pupilas, de mis puños apretados, del corazón estrujado, era el placer máximo camuflado en tinta azul.

Un miércoles a las 3:00 a.m. cuando no podía dormir decidí que debía expresarme, no amarrarme los dedos, que era en vano aferrarse al mutismo, más aún si eres comunicador. Es quimérico quedarse callado. Al día siguiente, en caliente, regresé al blog con esta publicación: Intento fallido. Regresé para quedarme un buen tiempo.

Tal vez nunca sabré si mi amigo Ricardo y yo nos encontraremos en otra vida, ni como luce Victoria luego de dos hijos y una vida tormentosa, quizá y no vuelva a oler más aquella fragancia de mi padre por las mañanas, ni disfrute esa sazón criolla de María por las tardes, pero no me hago malos rollos, yo escribo.

Escribir es mi mejor tratamiento para morir bien.

Escribiendo puedo estar en la banqueta a donde huía cuando no soportaba más el colegio, puedo regresar a aquella tribuna en donde grité y grité y le di la espalda a la razón o puedo estar en las piernas de mi madre cuando me apresaban unas ganas inmensas de llorar y solo estaba ella.

Escribiendo estoy en un velorio, en una carceleta, en algún bar de La Gris, viviendo en zigzag, soy frágil, sutil, erótico, impredecible, poco discreto y un jaboncito sucio. Escribo ebrio porque sobrio soy un palabrero más. Las palabras son moldeadas con mi lapicero, las acoplo a mi libreta, a mi modo. Escribo mientras voy silbando bajito por la avenida con la sensación de tropezar y joderse de risa.

No necesito de un sueldo. No requiero un reloj. No sufro por los cambios o transformaciones. Ollanta es un buen tipo y Nadine sabe vestir. No, amigos míos, yo escribo porque es mi manera de vivir, yo escribo y recorro el planeta, estoy en Lima, estoy en Argentina o en París. Escribo porque a tres mujeres les encanta leerme, se han enamorado locamente de mis párrafos y yo estoy enamorado de sus sonrisas cuando me leen. Escribo para ellas y ellas son felices. Son fieles seguidoras de este espacio, no existen lectores como ellas. Escribo para disfrazarme de A. Modigliani y no pintar ojos sino conocer almas.

La mayoría de razones por las que escribo son malas. Escribo por venganza, una mala razón con buenas derivaciones. Escribo porque a veces me jode la realidad, porque un viernes conocí este arte y hasta hoy lo hago casi por inercia. A veces me siento solo y escribo más, a veces me pierdo y escribo menos, a veces no entiendo nada y escribo pelotudeces, aunque en la libreta realmente es todo lo contrario, cuando siento soledad todo se va, solo quedan la nostalgia y una hoja vacía, me quedo corto; necesito perderme para escribir y es en el auto-exilio que brotan los mejores escritos; cuando no comprendo eso o aquello lo plasmo, solo resultan estulticias, sin embargo, en voz alta se encuentra el sentido.

Volver a escribir este año ha sido remarcar en un cuadro de mi habitación lo que siempre supe: escribir es una forma de vida. He escrito tanto que ahora les cuento que escribo y lo que hay detrás de este blog. Escribir se ha convertido en mi abrigo, mi lado del camino, mi libertad, mi catarsis, mi terapia. Yo digo que es algo más que un pasatiempo, a pesar que murmuren que pierdo el tiempo y que aquí hay puras tonterías, me quedo con la satisfacción que existe luego de compartir con ustedes un escrito, eso hace un todo.

Hace un año abrí un blog, porque me sentía solo y necesitaba expresarme, le puse ‘tres mujeres’. Gracias al blog pude publicar mi primer poemario (De verso azul) y terminar una novela que lleva el mismo nombre y que es cuestión de meses para que vea la luz. El 1ero de noviembre ‘tres mujeres’ cumplió un año de creación, planeé escribir una especie de crónica, pero mejor les digo lo que pienso: ha sido un buen año por aquí, un año en donde lo alegre, lo triste y lo jodido han alimentado este lugar. Ha sido un año sublime y canalla. No quiero irme de aquí, me siento jodidamente feliz, de todas maneras no me hago malos rollos, yo escribo.

- ¿Para qué escribes?
- Para no sentirme solo.
- Pero si siempre te sientes solo.
- No cuando escribo.