Si hubiera sabido que no te volvería a ver
quizá nunca habría tomado ese vuelo.

Pero un día metí la computadora a la mochila
y crucé un país para verte bailar
entre ovejas y riachuelos,
para hacer realidad esas caminatas
y pagar las chelas pendientes.

Te vi aparecer desde una calle de la plaza
y olvidé la maldad del mundo,
me dejé arropar en tu exilio voluntario,
en tus historias de aventuras lejos de la ciudad
junto a calientitos y juegos de mesa.

Me diste asilo y no supe que necesitaba sentirme así
hasta el día que decidiste hacer tu propio vuelo.