De enero a febrero los días transitan como el peso de una pluma en los hombros, sumado el clima irreverente e indeciso de Lima que convierte toda faena laboral en una carga rutinaria y agotadora, que incluso no termina cuando finaliza el día.

De lunes a viernes, las horas transcurren en un círculo de redacciones, investigaciones, textos de opinión y debates periodísticos que incrementan esta pasión por la profesión y te adhieren más a ella, profesión que no tiene fecha de jubilación y finaliza en la muerte.

María sigue visitándome exactamente cada quince días. Sigo visitando a Valentina cada viernes luego del trabajo. Victoria viajará de Ecuador a Lima dentro de cinco días. Pasada la medianoche visito a Daphne cada vez que ella me lo pide.

Cada quince días Daphne me llama para que vaya a su hogar. Victoria llegará un viernes, me ha pedido que pase por ella al aeropuerto. No me he despedido de Valentina antes de la medianoche. Cada cinco días requiero la presencia de María, con urgencia vehemente.

No termina el curso de guitarra pero ya deseo tocar una balada de aquellas. Aún no logro afinar la voz correctamente, sin embargo, canturreo algunas canciones en privado. No termino de dejar el café a pesar del intenso calor, quizá es lo que más recuerde del invierno, tazas de café y pláticas prolongadas.

La maestra del curso toca la guitarra de una manera muy intensa que cautiva, posee una agudeza fina con ese arte, sin duda. Con una voz matizada y calmada canta una canción al ritmo del viento que entra por las ventanas. Al finalizar las clases ella toma una taza de café, yo me siento a su lado, coloco la guitarra en mis piernas y al ritmo de una melodía improvisada iniciamos un ameno diálogo.

El verano aún durará por algunos meses, mientras tanto, seguiré buscando una sombra para resguardarme del incómodo calor que trae consigo. Pienso seguir haciendo lo que me apasiona, más aún, cuando certifico cada día que es la profesión que me acompañará hasta la muerte.

Seguiré dándole la bienvenida a María cada quince días y recibiéndola con los mimos y caricias que solo ella me enseñó a dar. Iré a despedir a Victoria un viernes, luego de días amicales y cariño a raudales. Daphne dejará de llamarme antes de medianoche para que la visite, pues en unos días adoptará un chihuahua. Seguiré visitando puntualmente a Valentina cada viernes luego del trabajo y me despediré de ella al día siguiente.

Al final del curso cerraré las ventanas y tocaré la trova que anhelo entonar acompañada de una voz perfeccionada, gracias a la maestra. Tomaré una taza de café con ella, y juntos recordaremos en una plática interminable lo mejor de nuestro invierno pasado.