Lima no necesita poetas, Lima necesita reír joven.
Frase de Julián, compañero del puesto de periódicos luego que me dijera que el Perú se va al carajo y yo le haya contado de Sabales.

Ricardo se mira al espejo mientras bebe ron y exhala un poco de humo por la nariz. El teléfono suena y decide no atender, asegura que es el editor de la revista en la cual escribe columnas semanalmente que lo está llamando otra vez para pedirle su escrito. Ricardo no quiere que lo joda más el tal Sr. Vargas, ni tampoco alguna ex o el jefe de su trabajo, solamente quiere dormir, despertarse para seguir durmiendo y escribir de lo que no sueña.

- ¿Cómo es que te puedes sentir así y seguir viviendo? –le pregunta Renata, una amiga.
- Supongo que poco a poco vas quedándote así, sin nada en el interior, cuando pierdes el espíritu de lucha y los problemas se acumulan, lentamente sientes que te vas a la mierda y no puedes evitarlo.

Ricardo no puede indicar una fecha exacta en la cual decidió estar alejado de todo y de todos y tampoco puede indicar un por qué. Sencillamente un día decidió llegar del trabajo y no salir de su departamento hasta la hora de volver a trabajar. Levantarse, ir a trabajar y regresar para hacer lo mismo. Dormir, comer, dormir, escribir e ir a trabajar, una rutina que ha generado caos en su contexto amical. Ricardo vuelve a mirarse al espejo y se percata que la barba le ha crecido y su rostro está demacrado. Llevas semanas extraviado en sus propios hemisferios. Jodido.

Piensa que no es tan extraña aquella sensación que lo posee, la de barril sin fondo. Vacío. Le habla a su reflejo en el espejo con una voz similar a la de Tom Waits: ¿Acaso nunca has sentido querer largarte de esta ciudad? ¿Acaso nunca te has encerrado en tu habitación y has llorado hasta vomitar sin encontrar algún motivo? ¿Acaso nunca te has sentido nadie o nada? Sé que alguna vez te has tirado en tu cama y sólo te has dedicado a mirar tu maldito techo. ¿Acaso nunca te has sentido vacío? Golpea el espejo con su puño. La mano le sangra y se oye un sollozo sumiso y estremecedor. Deja su cuerpo fundirse en la ducha, no se desnuda, sólo deja que el chorro de agua le golpee la cara mientras sigue llorando.

¿Qué es sentirse vacío?, se pregunta Ricardo mientras se envuelve en toallas y se arrulla en su cama. Siente que una voz retumba en su cabeza y le dice: sentirse vacío significa ir a la deriva, no tener un objetivo, significa que todo lo que realices te aburrirá, que te angustiarás fácilmente ante cualquier cosa, no podrá encontrarás el placer, ni la felicidad, ni podrás admirar lo bello, te dejarás llevar por un torbellino de tristeza y depresión. Sentirse vacío significa que no te has atrevido a vivir. Ricardo prefiere no pensar en eso, por tal motivo el ron y las cajetillas. No quiere preocuparse, ni hacer planes o prometerse algo.

Tiembla, el frío a las 2:48 a.m. le entra hasta por los huesos. No hay luces, no hay sonidos, no hay emoción. Decide dormir, se abriga lo más que puede pero aun así sigue temblando. Su cabeza aún húmeda moja su almohada. Se recuesta de costado y observa su cenicero lleno, la botella de ron casi terminada y su libreta junto a un lapicero de tinta azul. Toma su libreta y escribe mientras gotas delgadas caen de su cabello: vivir es una bala al vacío.

Relato publicado en el boletín literario Sabales (Julio).
Las canciones ahora no son tan tristes
voy caminando al ritmo de aquellas
las que te compartí y me dijiste
que eran lindas y las empezaste a oír
¿recuerdas las letras de algunas?
¿me recuerdas mientras intentaba cantarlas?
nunca seré un buen cantante pero tarareo bonito.

Si te hablo de cerca es porque
me gustan tus ojos
porque te quiero besar
porque amo mirar tus pómulos
y tu sonrisa a medias
porque es agradable oírte y
también porque soy miope.

En este paseo rutinario por la gris
voy pensando en ti
en lo mucho que deseo verte bailar
y decirte apelativos bobos y dulces
invitarte a hacer maletas y viajar
olvidarnos de tus amigos
y de los míos y perdernos por allá.

Son las 6:46 am y he planeado algo
desviar mi camino e ir a buscarte
no estoy tan lejos realmente
así que iré hacia tu edificio
te esperaré porque tu siempre demoras
y me sujetaré a tu cintura, a tu espalda
hoy voy a pedirte que seas mi chica de nuevo.

¿Qué hay más allá de la frontera?
quizá lo llegue a descubrir en unos años
cuando tenga un mejor trabajo
y pueda escribir en paz
quizá la frontera la cruce contigo
en un auto viejo y oyendo muchas canciones
o también quizá la cruce mientras te busco.

Rodrigo dice que eres vanidosa
que no saludas y que miras feo
Brenda dice que soy malo
que mis intenciones son diabólicas contigo
Greta afirma que te haré daño
que debes alejarte antes que sea tarde
yo les digo que, por favor, se vayan al carajo.

A pesar de esas manchitas que odias
las que te hacen renegar
y dices te hacen ver fea
a pesar de tus tacos y complejo de estatura
de ese delirio por lastimarte con las uñas
de tus nervios o manías
tú eres la más bonita de Lima.

Te dije que ya no esperaba a la primavera
que la había encontrado
a unos minutos de mi casa
viajando por esa avenida revuelta
llegué feliz y tu me esperabas
la primavera estaba ahí
justo debajo del borde de tu puerta.

Aprenderé a tocar el piano
quizá también la guitarra
tomaré clases de canto
quizá así algún día
llegue a ser tu cantante preferido
ya que tu escritor favorito
nunca podré serlo.


Encontrar buses con pocos viajantes es una ventaja para Ricardo y su cansancio matutino. No tiene que esperar un asiento vacío pues ya los hay a las 7:00 a.m. en la ruta hacia el norte. Mientras va a casa, la mañana de un viernes, es hallado por algunas voces. Estas voces no lo dejan concentrarse en el diario que va leyendo, ni siquiera en el paisaje urbano que lo acompaña, es imposible que esas voces desaparezcan de su cabeza realizando alguna acción equis. Por un momento piensa que la profecía de su madre se va cumpliendo, aquella que expone que terminaría loco y además, encerrado en un hospital psiquiátrico alejado de sus seres queridos. Decide cerrar el diario y también los ojos, poner en orden a los protagonistas de esos murmullos que lo han abordado en su viaje rutinario.

Primero está la voz de Juan Gelmán que con un tono pausado susurra la última parte de su poema ‘Te nombraré veces y veces’. Ricardo imagina que Juan se lo dice mirándolo a los ojos: “Te voy a matar, yo te voy a matar”. Ricardo tiembla un poco, aquella voz es oprimente. Empiezan las interrogantes en sus hemisferios: ¿Por qué ha de matarme Gelmán? ¿Por qué mataría a un hombre que únicamente quiere escribir en paz? Ricardo no ha cumplido su promesa, no ha buscado más de Gelmán e imagina que un poeta argentino lo quiere asesinar por aquel motivo, por no buscar más allá de cuatro poemas de su autoría. ¡Qué tonto he sido, qué olvidadizo caramba!, piensa. Se hace el contrato de buscar más de él cuando llegue a casa, mientras tanto, se orienta en la siguiente voz.

La segunda voz es la voz de Julio Cortázar. Hace su aparición aquel acento gaucho-francés con dicción vozarrona diciendo: “Me diste la intemperie, la leve sombra de tu mano pasando por mi cara. Me diste el frío, la distancia, el amargo café de medianoche entre mesas vacías”. Ricardo lo detesta por torturarlo tempranito, no solamente con sus poemas sino con Rayuela y algunos de sus capítulos. Por ejemplo, el capítulo 32, la carta de la Maga a Rocamadour: “(…) te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete”. Luego se oye el capítulo 7: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca”, y luego el 34: “Maga, vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés? (…)”. Ricardo se siente abrumado con la voz de Cortázar y ese acento, y esa dicción, y el volumen; decide ponerle un alto. La voz que se oye mientras la de Julio se pierde es la de Alejandra.

La voz de Alejandra es armoniosa y calmada. Ricardo piensa que fue una precipitación tonta indicar que ella jamás caminaría junto a él. Alejandra y Ricardo han caminado unas cuadras rumbo al paradero días atrás. Él todavía se pellizca, no puede creerlo, no puede dejar de pensar en Alejandra ni en sus ojos. La voz de ella se oye con fondo musical y Ricardo imagina el movimiento de sus labios mientras ella expresa: “Cuéntame un poco de ti mientras vamos por un café Ricardo, pediré un cappucino y tú un americano y no iremos a caminar por el bordecito del mar, te hablaré de Huancayo y tú me contarás de Lima. Te enseñaré a bailar para que no pises otra vez”. Ricardo sonríe con cara de bobo. La voz se va y él hace el esfuerzo por retenerla. Piensa que sería feliz si su móvil sonara y oyera la voz de Alejandra diciendo cualquier palabra.

La voz de Alejandra desaparece y se oye un popurrí de voces. Son cantantes que entonan algunas letrillas. Para Ricardo esas voces se le hace conocidas, en algún momento de su vida cantó esas frases y ahora que vienen a él las canturrea bajito. Se oye a Michael Stipe (R.E.M): “That's me in the corner, that's me in the spotlight losing my religion”, sigue Cerati: “Todo me sirve, nada se pierde, yo lo transformo”, también se oye al gran Páez: “Dos días en la vida nunca vienen nada mal, de alguna forma de eso se trata vivir”, se suma Tracy Chapman: “You got a fast car, I want a ticket to anywhere, maybe we make a deal, maybe together we can get somewhere”, y para terminar el revoltijo aparece el flaco Spinetta: “Muchacha piel de rayón, no corras más. Tu tiempo es hoy. Y no hables más, muchacha corazón de tiza. Cuando todo duerma te robare un color”. Ricardo mueve la cabeza, el pie derecho y los dedos. Disfruta de ese momento mientras viaja por La Gris y espera llegar a casa y besar a Marucha.

De repente una voz gruesa y como de militar se va acercando a él diciendo algo que no entiende con claridad. Ricardo la ignora hasta que siente que le tocan el hombro. Abre los ojos y un señor de baja estatura y gordo le dice con tono sarcástico: “Joven, ¿va a Chorrillos?, porque ya llegamos a la Estación Naranjal”. Ricardo baja apresurado del bus, la última voz que oyó no la presagió y por eso sonríe. Llega a casa y se tira en su cama mirando el techo blanco de su habitación. No hay voces. Se queda dormido pensando en que a veces el silencio no sirve para sentirse feliz.