Sábado. Recibo un correo. Es Teresa. Adjunta un archivo en su mensaje. Es corto pero conmovedor. Finaliza diciendo: “Espero que te guste Dante. Gracias por animarme a escribir. Besos.” Su texto me hizo llorar como un pavote y no he podido escribir algo más amplio que este párrafo durante toda la noche. Teresa ya no quiere verme, pero esa ya es otra historia, quizá la escriba más adelante. Por ahora solo puedo compartir autorizadamente sus líneas.
Teresa no te destruyas, solo transfórmate. 
Me pregunto porqué en Vivanda venden todo más caro, no me gusta. Me hace sentir pobre, sin status y me restriega mi condición proletaria. Sin embargo, debo admitir que le he agarrado cierto cariño al Vivanda que está a tres cuadras de mi trabajo. Siempre paso por ahí cuando cambio los dólares de mi pago mensual y me siento una señorita comprando Cosmopolitan o Vogue. Pero hay algo más que me gusta de ese lugar. Me gusta porque en ese lugar algunas personas esperaron por mí, me gusta las salidas que se armaron de un momento a otro, los regalos que se compraron ahí y los entrañables panes pizza de mi escritor.
Ya es mitad de marzo y no quiero que mi verano se acabe, así tenga que soportar de nuevo el sol de enero y febrero. Este verano no me he sentido sola, no me he centrado solo en dar a los demás sino que he recibido también, he aprendido mucho, he reído mucho, he viajado, he tenido mis buenos llantos y he llegado a mi casa más tarde de lo normal.
Esto de volver a la universidad no me emociona porque ya no veré al escritor mucho. Ha sido increíble como en 5 meses he aprendido tanto de él y él de mí. Siento que marzo significa su lenta desaparición, que ya no habrán más martes de brindis en el parque, no más viernes de bar, no más viajes agotadores en el Metropolitano de regreso a casa. 
Marzo ha sido un mes transformador. Es curioso como mi amor por él se ha transformado. Le costó, pero lo hizo. Máncora sabe bien cuanto lo quiero y cuantas piedritas tiré al mar por él, cuantas veces vi el celular para encontrar algún mensaje suyo y también cuantas veces lloré por él. Sin embargo, no quiero sentirme mal estando a su lado, quiero disfrutarlo, quiero quererlo incondicionalmente, quiero verlo crecer, quiero verlo sanarse, quiero verlo ser feliz.
Así de feliz como cuando gana Alianza Lima un partido de fútbol. Mis sentimientos están entrenándose y por ahora yo solo quiero lo mejor para él. Siempre va a ser mi sueño, lo inalcanzable y a la vez más cercano, creo que es mejor así. Creo que volver a verlo no fue una casualidad. Tal vez el tiempo y las circunstancias no fueron las más alentadoras pero así ocurrió y disfruté cada minuto a su lado.
Él no entiende mis llantos que vienen de repente, no entiende lo retorcido de mi mente al pensar que nadie nunca quiere algo serio conmigo, que nadie me tendrá como prioridad, ni como primera opción. Ese tema aún tiene sal y limón encima así que es mejor no tocarlo porque arde un poquito. 
Pero no quiero que me entienda, quiero que se quede, que me defienda, que siga cenando con mi familia, que me pida le corrija su mal inglés, que me pida que haga la cola en el Metropolitano. Quiero que mire sus notas y me diga: "You are the most beautiful girl tonight". 
Sé que algún día ya no lo veré tan frecuentemente a él, ni él a mí pero eso no quitará su recuerdo de mi mente y de mi corazón. Piña, ese es el precio que debe pagar. ¿Quién le manda a meterse con una pseudoquinceañera?