No quiero oírte esta noche cantar afuera de la habitación. Toma tu guitarra y vete de aquí. Se acabaron las audiciones. Tus canciones me aburrieron. Las mismas letras. La redundancia y falta de originalidad, como sello de tu autoría. Ahora las noches duran más y tengo tiempo para escribir y oír los álbumes de mi abuelo. Me doy la licencia de levitar y pues, al final del viaje, termino de pie. Cabe resaltar algo, que de tanto huir, he fortalecido las piernas. Ahora soy más rápido.

El ron ensució la alfombra y se tuvo que comprar otra. He detestado tomar el Metropolitano a las 8:34 a.m. y no ver tus anteojos rojos.
Kiara ha perdido los lentes. No contesta llamadas y solo se dedica a fumar.
Me multipliqué. Plasmé muchas versiones de mí y olvidé como yo era en la vida real. Modifiqué mi vida para acoplarla a la tuya y como es normal, cuando algo no es para ti, tiende a repelerse. Iniciaste el terremoto pero fui yo la encargada de las réplicas. Intenté ganarte de todos los modos posibles y, al final, terminé perdiendo más de lo que tenía al principio.
"Entra perrito, ¿quién te hizo tanto daño? No importa, te vas a curar". 
Me sorprendiste. Eras mejor de lo que imaginaba. Un día te vi entrar a la biblioteca y supe que eras mi karma. La cruz que iba a cargar por un mal tiempo. El tipo con camisa y bien peinado con pinta de poeta de jirón. El delegado chinchoso de la clase. Cualquier persona que te mirase en ese preciso momento, como te miré yo, hubiese pensado lo mismo: parece un buen chico. Como diría mi abuela: "A la cola el lobo no se le oculta por más lana que se pegue". 
Me enviaste un álbum de Frank Zappa y lo oí casi todo el sábado sentada frente a la computadora. Me agradó que me llamaras para preguntarme por el libro que viste en mi bolso. Salimos a tomar un café y, en toda la noche, me dediqué a mirarte. Te miré con mucha atención. Concluí que la mujer que estuvo contigo debió ser una completa señorita, de las que se extinguen por estos días. Encantadora, linda, regia, femenina, inteligente. Quizá la historia es que te rompió el corazón y por eso te convertiste en un hombre desconfiado y solitario. Lo hizo, por eso, quizá, estoy frente a ti. Por eso pides otra cerveza y prendes otro cigarrillo. Ahora lo sé, llegué en un mal momento. 
"¿Por qué rompiste todo? Confié en ti. ¡Perro malo! ¡Vete de aquí!". 
Aún quedaban restos de un incendio devastador. Todavía quedaba un olor a nostalgia. No tienes la culpa. Ni yo tampoco. Nadie es culpable. Nadie puede hacerse responsable de que no seas el tipo de nadie, de que no encajes, de que no tengas la medida de alguien. Nadie es responsable de todo eso. Te abrí las puertas y te sentaste al pie de la cama, pero nunca fuiste perro de una sola alfombra. Y un día te vi partir por la avenida. Supe que realmente, nunca, te sentiste como en casa. 
No lo vi en ese momento. No soy pieza de tu rompecabezas. Es mejor no forzar nada. Se puede romper todo. ¿Acaso no sucedió eso? Mi terquedad me ganó. La idealización de"el amor todo lo puede" me jugó en contra. Puse mis esperanzas en un hombre que había perdido las propias. Aposté por el perdedor y me quedé en quiebra. 
Se esfumaron las llamadas de noche. Olvidaste preguntarme si llegué bien a casa. Ya no pasaste por mí a la biblioteca. Tu egocentrismo pudo más. El señor de la 73 se cansó de verme llorar, así como mi jefa, Almendra y Totó. Concluí que al final, merezco alguien mejor, que nunca podré contigo y con tu hoja de vida; porque aún no empiezas a escribir de nuevo y yo ya voy por la mitad de una nueva libreta. Hoy te quito la licencia para lastimarme y retomo el volante. Yo conduzco desde ahora.
"Nunca mío".

La canción:



Y me cautivó tu quechua,
tu fragancia a cordillera,
tu sabor a campo,
tus manos de algodón,
tus curvas de ande.

Y me cautivaron.

Me rendí en tu brazo derecho,
mientras tu pollera me acariciaba el alma.
Tu cariño con trenzas me salvó de la tormenta.
En tu voz recorrí costa, sierra y selva.

Y fui tuyo.

Entre arpas y cenizas,
al pie del Lauricocha.