Concisamente satisfecho y jodido. Una resolución exacta a propósito de la publicación de mi poemario. Los resultados han sido favorables y se ha recalcado el hecho de no quedarse con los versos en los dedos, sino traspasarlos y compartirlos. Eso tiene sentido.

A dos semanas de la publicación, el poemario ha dejado de ser el viaje para dar pase a lo sedentario, menos rutinario. Cada verso lo hallo en cualquier lugar donde se venere lo lento y silencioso. Me recomendaron tocar algunas puertas para que se imprimieran unos cientos, sin embargo, he rechazado la idea, porque no surgió para estar en papel, sino para una plataforma virtual. A pesar de esa decisión fui seducido a imprimir diez, que iban a ser repartidos devotamente a personas “importantes” o familiares. Me he quedado con nueve.

Solo un ejemplar sigue en mi armario y al cual le he puesto atrevidamente un 'para' y un 'de', como si fuera un trofeo o un galardón que obsequio y le pongo una etiqueta huachafa y rasgada para que quede en el recuerdo que yo lo firmé. Una triste limosna para mi egocentrismo. Aquel ejemplar aún no llega a las manos de su destinatario (y posiblemente nunca llegará) porque estoy plenamente seguro que ella odia lo que escribí, e incluso me aventuraría a decir que ni conoce el contenido de la obra. Un caso perdido.

El asunto es que el éxtasis del poemario es constante y tiene larga duración. Ya no pienso darle más espacio a descripciones respecto a la obra, mejor resumamos: Veinte poemas, tres mujeres y una combinación café, madrugadas, odio y amor.

La razón de este post es un obsequio, es De verso azul.