A Isabel, por los dos días y un lugar feliz.

Julio ha sido un mes complicado y de dormir poco. El penúltimo ciclo de la carrera se fue por la puerta grande y yo me he quedado despidiéndolo en silencio y con unos versos en la libreta. También ha sido un mes frío y enternecedor, un mes de dejar algunos vicios y de tiempo corriendo muy rápido. Me olvido un poco del patriotismo, de las protestas y la calle dura. Hace unos días, Julián, el amigo del puesto de periódicos de la Av. Angamos me dijo: “Joven, el Perú se está yendo a la mierda”, me fui pensando en lo que dijo y en que soy un poco egoísta porque concluí que con tal que no me vaya yo todo está bien.

Finaliza julio y me vuelvo a encontrar luego de algunos meses con Alejandra. Recuerdo que bailamos juntos en alguna discoteca que coincidimos debido al cumpleaños de una amiga de ambos, que la busqué aquel día en casa por la red pero que nunca me atreví a contactarme con ella porque quizá me consideraba demasiado malo o feo. Luego nos cruzamos en la universidad y se dieron esos saludos típicos de cortesía maquillada o de: creo que recuerdo haber bailado contigo; pero todo quedó ahí.

Alejandra y yo bebemos café en el onceavo piso de un edificio un sábado a las 2:00 a.m. y yo todavía no puedo creerlo. Me siento menos malo pero igual de feo. Un hombre así tomando café con alguien que nunca imagino es raro. Tenemos que organizar, como comisionados cada uno de un salón, una suerte de evento académico que se titula: lo organizas bien o desapruebas el curso. Son las 5:00 a.m. y hemos actualizado más las presentaciones personales de ambos que el programa de aquel evento. La única vía para que pudiéramos volvernos a comunicar era esa, organizando por gracia de nuestros docentes un evento, por otra vía jamás íbamos a cruzar palabras.

A esa misma hora me pregunto: ¿Qué sucede con nosotros luego que termine el evento? ¿Nos volveremos a saludar tímidamente como meses atrás? ¿Y si le digo para ir un día a caminar? ¿Y si le invito a tomar café un día de agosto antes que se vaya el invierno? ¿Pensará que soy un oportunista si le digo para ir a pasear? Lo más jodido es la única respuesta: Ella no caminará a tu lado, ni irá contigo a tomar café ni a pasear por Barranco o Miraflores, ni lo imagines. Esa sensación propia de sentirse malo o canalla para una persona por un pasado inmoral era una espada filuda atravesando mi pecho a las 5:10 a.m. Estaba claro, luego que el evento haya finalizado me iba a acercar a ella y le diría: Gracias por todo Alejandra, fue un placer. Éxitos en todo. Hasta luego.

A las 5:20 a.m. ya lo había decidido.

- Nunca he visto el amanecer –dijo Alejandra.
- Yo lo veo todos los días desde el segundo piso de mi oficina –respondí.
- ¿Quieres verlo desde el quinceavo piso?
- ¿En serio?, siempre he querido ver a Lima amanecer desde lo alto de un edificio.
- Entonces vamos, desde allá arriba se ve genial.

Subí con Alejandra hasta el quinceavo piso de aquel edificio y entendí porque ella titulaba ese espacio su lugar feliz. Lima, 5:40 a.m. y uno de mis anhelos habían sido cumplidos: ver a Lima amanecer desde lo alto de un edificio. Mi ciudad predilecta, la que siempre voy a extrañar si me voy, la Ciudad de los Reyes que constantemente admiraré, la misma que quiero que me vea morir. La Gris se levanta de puntillas, como diría Ribeyro, y no me canso de mirarla por todos sus lados. 

Hace un frío estremecedor allá arriba pero poco importa, Lima está que despierta y la miro con ternura, con añoranza y admiración apacible. Alejandra tiembla un poco, yo más, no puedo abrazarla, no es apropiado. Juntos vemos como el cielo se aclara hasta que las luces de los postes se apagan, luego de unos minutos bajamos para terminar las labores pendientes. Alejandra no lo sabe pero me ha regalado una de las mejores madrugadas, tampoco sabe que he tenido ganas de abrazarla y decirle lo bonita que se veía con el fondo azulado del amanecer.

Alejandra, 
tú y Lima contrastan,
la ciudad con mis manos,
tú con mi libreta.

A las 8:00 a.m. me despido de Alejandra con palabras de agradecimiento por la velada. Camino rumbo a casa y empiezo a escribir en voz baja. Quizá sea cierto, ella no caminará a mi lado, ni irá a tomar café conmigo o dará un paseo por alguna parte de la ciudad, pero he visto a Lima a las 6:30 a.m. desde el quinceavo piso de un edificio junto a ella, pienso, esa es la felicidad.


Eres dinamita
y estás loca,
jodidamente
loca.

Verano del 2012. Leticia está preparando café y ensalada, colocando en la mesa mandarinas y me dice: Vámonos de aquí una horas, comamos frutas y seamos felices, cuéntame cómo te ha ido en el trabajo. Recuerdo que tengo la agenda llena para sábado y domingo pero quiero correr con ella, olvidarme de los editores de algunas revistas en la que escribo que me tienen el teléfono lleno de llamadas perdidas y mensajes embravecidos. Si supieran que sus escritos ya están terminados hace una semana.

Leticia guarda en el borde de su montura roja la imagen de una mujer sazonada por la vida, capaz de hacerte transpirar las turbaciones y otras tonterías, camufla entre las líneas que bordean sus ojos la figura de una chica que no le gusta andar con rodeos, no le da vuelcos a un tema, te sitúa en una línea de realismo y no te sube a ningún altar superfluo. Ella me tiene al borde de un colapso nervioso y por eso nos largamos de La Gris, la necesito para colapsar totalmente.

La veo deslizarse en el asiento de al lado, baila, se contorsiona al ritmo de la música. El coche empieza una súplica y yo también. ¡Sigue bailando Leticia, por favor! Nos largamos de Lima pues la ciudad no necesita de ella, yo sí. Su escote me envía invitaciones y su short quiere escaparse por las ventanas. Paramos en la carretera y eliminamos la sed. ¡Qué delicia!

Leticia está loca.

Ella está en las palmas de mis manos y el timón se ha extraviado, nos podemos ir directamente al infierno pero eso no importa. El ron empieza a hacer efectos en nuestros cuerpos y cada kilómetro perdemos prendas. ¡Leticia qué bien te cae el sol! Ahora mismo pienso en los que me advirtieron de ella y es correcto lo que pensaba: sus cerebros no funcionan bien.

Llegamos a nuestro destino: un bar. Está localizado en Pisco, el lugar es un poco rústico pero brinda calidez a los que pasan por su territorio. Miro a Leticia por todos sus lados y es la libertad, y si existiera algo más que la libertad lo sería también. Me ha rescatado de una rutina agobiante y me ha dado un escape digno de brindar.

Brindamos. La beso. Nos vamos del bar y la beso en el coche. Unos bellos senos me castigan el rostro. Caen los anteojos. ¡La, la, la! Su cabello se une como verdugo, luego sus dientes y posteriormente sus manos. ¡Qué bellos dibujos en mi espalda! ¿Dónde está la blusa que traía Leticia?

Pisco nos despide y seguimos nuestra ruta hacia Nazca. El día va cayendo y Leticia fuma mirando el atardecer. Su mirada contrasta con el desierto, con el bolero que suena bajito y con las botellas desparramadas por los asientos. ¡Fúmame los hemisferios mujer! Paramos a un lado del camino a tomar fotografías y a descansar. Me besa el rostro, me abraza fuerte mientras nos sentamos en el capó del coche y nos miramos como si fuera la última vez que nos fuésemos a mirar.

- ¿Sigues pensando que estoy loca?
- Si, estás loca y también sigo pensando que no quiero regresar a Lima.

Relato publicado en el boletín literario Sabales (Junio).

¿Seguirás esperando mi novela? 

Olvídate por un momento que hay una segunda oportunidad, no existe tal oportunidad, es una utopía, solo tienes una y no puedes dejarte enredar con cojudeces y bobadas. Si tienes que hacer algo, hazlo, no titubees. Está prohibido dudar en la puerta del bar.

Victoria, la amiga de siempre, ha leído una publicación mía en el blog y luego de meses desaparecida me envía un correo, no es un correo formal, es un correo en donde exige casi enloquecidamente que me salve de La Gris.

“Ricardo, hace poco leí una publicación tuya, sobre tu afán estos últimos meses por escribir disciplinadamente y a veces no encontrar el lugar apropiado o no tener el tiempo necesario. Sabes lo que tienes que hacer, tienes que irte de Lima, lárgate de esa ciudad, olvídate de todo unos días, te hará bien. Lima no te dejará terminar tu novela, no te dejará escribir nada, Lima te va a enfermar, te llevará hacia un torbellino y en él te destruirá. Huye Richi, vete de Lima unos días, olvídate del frío, del trabajo, de la universidad, de no dormir, borra esa rutina tuya un momento de tu cabeza y desaparece. Te hará bien, te lo digo yo que te conozco desde pequeño. Lo que necesitas es un tiempo a solas para olvidar lo que te atormenta, lo que te hace sentirte tan débil y vacío."

Con cariño. Vico”

Quizá tenga razón, quizá también está loca. Me voy de casa pensando en sus palabras, voy rumbo a Barranco al encuentro de Julia. Hemos pactado vernos para desfogar algunos sentimientos y resentimientos. Ella está pasando un tiempo malo y es propicio juntarnos para conversar y beber un poco. Luis finalizó su relación porque ella se negó a tener intimidad en sus días de menstruación, esa es la verdad, que el tipo haya utilizado las típicas mentiras para terminar, esa es otra pendejada. Julia tiene una arrechura jodida y una depresión que le hace doler hasta los ovarios.

- Sabes Richi, mañana quiero tener una resaca de mierda, olvidarme de ese huevón y de su mente enferma.
- La vas a tener, para eso estamos aquí.
- Andas con una cara de puta sin clientes, ¿qué pasó?
- Pensaba en lo que me dijo Vico, en la oportunidad de largarme de Lima unos días, pronto se vienen mis vacaciones en el trabajo y dudo si quedarme y pasar los días aquí o irme de viaje, son 23 días carajo.
- Yo pienso igual que Vico, irte lejos de esta mierda te hará bien.
- El asunto es que hay cosas por hacer aquí también y muchas.
- ¿Y si hubiera la oportunidad de irte, te irías?

Julia no está tan loca pero si bien ebria. Al otro día, ella está feliz y yo tengo la resaca que ella deseaba. Tirado en mi cama pienso en la oportunidad de irme y en si es que realmente un viaje tendría el efecto sanador, reparador, relajador, etc. ¿Realmente necesito ausentarme de mi ciudad predilecta para escribir como yo deseo? Lo pongo en la baraja de mis preguntas.

Me he negado a escribir de Mariana en su totalidad, de sus días y nuestro tiempo. Aunque no puedo, es un ejercicio tonto negarme ese placer: “Mariana, no quiero escribirte texto largos y adornados, quiero decir lo que tengo que decir mirando tus ojos que me encantan, esos ojos profundos que me turban. Quiero darte los besos que no me das, los que me envías por las noches y no llegan a mi boca. Mandemos con educación y cortesía lo que incomoda, lo que duele y pesa, al carajo.”

Si tuviera la oportunidad de escapar de Lima junto a Mariana, no lo dudaría ni por un instante.