Es una afirmación desquiciada
no odio a Mala, pero asevero que debería expirar
convendría evitar inhalar sus pecados
ser cómplice de sus caídas
compensaría extrañarla cuando se vaya.

La invento, ella me suprime
respeto sus tiempos, ella irrumpe en mi calendario
disparo a matar, ella se refugia de las balas
entono con mi guitarra, ella sube el volumen a sus parlantes
la espero en aquella hamaca, ella nunca pasa por mi avenida.

Mala, mil veces mala
que nombre más preciso para ese cuerpo
cuerpo del que estoy aferrado con misterio
misterio al cual siempre sumas interrogantes
interrogantes que nunca son reveladas.

Un día de estos mi mala me hará delirar
más, un incremento desconsiderado
para su maldad extraordinaria
malicia bendita, adictiva, dominadora
a mi mala le da igual mi salud integral.

No sé que buscará
no sé que encontrará
solo sé de sus uñas y su sed
yo la deseo completamente mala
hasta las cicatrices que estamparon esa infamia.

Mala debe morir, por eso
porque me arrastra al caos
me inicia lujurias incontrolables
me desmorona los hemisferios
con ella conocería todos los rincones abominables.

Muere hoy, Mala
no te despidas en las puertas del infierno
porque amenazarías con arrastrarme
yo te deseo muerte, te deseo a morir
que sería el primero en acompañarte.

Si este espacio existe es por una mujer, que sumada a otras dos, forman un tridente esencial para la subsistencia del blog. Si no fuera por esas tres mujeres hoy posiblemente no estuviera escribiendo esto y menos terminando un poemario del mismo nombre. Hoy quiero evocar y dar un humilde homenaje a las mujeres peruanas y también rendir honores a las mujeres de la vida del autor de este blog. Conmemorarlas con nostalgia bonita y darle las gracias, que desde ya, son interminables.

Un homenaje desde el alma a la mujer peruana de cada rincón de nuestro territorio, a las que sudan todas las camisetas por sus hijos, a las que se atrevieron a maquillar las heridas y levantar el rostro nuevamente, a las mujeres ambulantes, a las mujeres que viven día a día al borde de las carreteras con su negocio andante, a las putas porque han de ver también a Dios cara a cara, a las mujeres taxistas y a las que me consienten ‘china aquí nomas’, a las reinas de las carretillas y a las princesas del reciclaje, a las que perdieron un esposo, un hijo, una hija y lloraron y siguieron para adelante, a las madres superpoderosas que hacen malabares con la economía hogareña, a las que nos robaron sonrisas y también lágrimas, a las santas y no tan santas, a las que no necesitan de espejos para sentirse admiradas, a las que sueñan y no se ponen restricciones, a las que desempolvan la minifalda y resaltan un escote porque se sienten libres y soberanas, a las que no se rinden jamás y retroceden nunca, a las que toman el mundo y lo hacen girar en su dedo índice.

A las que un día compartieron conmigo, algunas horas, algunos días y algunos años, a Victoria por su valentía, por su ‘tú puedes carajo’, porque solo regresa a Perú para preguntarme como estoy; a Johana por educarme en el amor, por enseñarme a ser un auténtico romántico y también a llorar las despedidas; a Daphne por aquellos diez minutos a la salida del colegio, por hacerme entender que todo es transitorio; a Silvia porque confió en mi cuando nadie lo hizo y porque cuando fallé nunca me dejó a un lado; a Jazmín por la paciencia, por inyectarme esa locura que hasta ahora sigue latente; a Belén por enseñarme a vestir, por las camisas y los sacos, por ser independiente y valerse por si misma; a Valeria por darme una familia, por oírme a pesar de todo, por quererme a pesar de mi, porque me hizo sentir Batman y sentirla Gatubela; a Angie por salvarme y salvarse, por esa sonrisa en todo momento; a Martha por las tazas de café antes de mis clases, por sus manos locas que siempre me producían cosquillas; a Bellita por ser la mejor abuela de Magdalena, por esos platillos que preparaba y servía en mis horas libres; a Consuelo por ser loca y compartir, por la competencia, por esa sed que finaliza a su lado; a Rossella por permitirme secar su llanto, por aquel día que vimos el atardecer y fuimos felices; a Nathi por las dos tardes de abril y por enseñarme a que no todo lo que se quiere se tiene; a Mayra por aparecer y desaparecer; a Estela por el tiempo que existió para mirarla y por sus lentes rojos que quise arrebatar; a Renata porque no se rinde, por su fortaleza, porque le hubiese robado el corazón años atrás; a Sofía por la ayuda en tiempo de crisis, por el abrazo antes de ir a descansar, por atreverse; a Gabriela por esos retratos y porque confío en que un día llegará a la hora; a Delia porque dio vida a muchos, por su presencia en todas partes; a Liz por hacerme viajar desde tan lejos para decirme tan solo que me odiaba.

A las mujeres que quise y perdí, a las que amé y se marcharon, a las que me anudaron con sus piernas, a las que no quieren verme, a las que me odian, a las que no me recuerdan, a las mujeres policías, a las que guerrearon por el Perú de hoy, a las que batallan contra una enfermedad, a las que se rindieron pero siguen batallando desde el otro lado, a mis exsuegras por sus exhortaciones y hacerme sentir uno más en su regazos, a la madre de Roberto por ser protectora y vigía, a Susana Villarán porque aún sigo confiando, a María Elena Moyano por ese coraje, porque nunca bajó los brazos, a Nadine Heredia por líder, por esbelta, por presidenta, a mis maestras, a las secretarias, a las actrices, a las escritoras, a las madres, a las mamacitas, a las jefas, a las que no recuerdo pero que se suman indiscutiblemente a este homenaje.

A mis tres mujeres, a Allison por su alegría, por su inocencia, por su sonrisa, por ser mi chica loca del barrio, por artista, por su cariño incansable, por sus peluches desparramados en la casa, porque gracias a ella aprendí a ser generoso, a ser hermano y también amigo, porque me instruyó a ser justo y a cumplir mis promesas; a Chris por esos ojos, por ese beso en la frente cada vez que llega a casa, porque aprendió la lección y no se quedó en pausa, por educadora, por amiga, por ser niña a pesar de ser la mayor, por cuidarme y cuidarnos, por las jaladas de orejas, porque ya no se irá; a María por traerme al mundo y por lo jodido que fue criarme, por no dejarme transitar por malos caminos, por enseñarme a perdonar, por esas canas que le saqué, por sus palabras que no se equivocan, por ser ahorradora y hacerme ahorrar, porque ser mi madre es un trabajo que solo ella lo puede hacer, por ser mujer completamente, por ser esposa de sus hijos, por vivir y darle la vida a mis hermanas, porque sin ella y sin ellas no valdría vivir.

Feliz día mujeres.