Tarde-noche de un jueves de noviembre. Lima siempre tan sensual y cordial nos abre sus brazos y arrincona despacio en algún bar de su centro, en donde suenan boleros hermosísimos y se oye de vez en cuando: “tres mas para esta mesa mozo”. Allí estamos, Ricardo y yo, bebiendo otra vez como en las viejas épocas y actualizando mutuamente información respecto a nuestros últimos meses del 2012. Evocando y remarcando lo catastrófico y sublime de este año. Nos vamos por lo literario, musical y personal, nos sorprendemos con algunas respuestas que compartimos ya que el tiempo que no nos hemos congregado ha sido amplio y hemos conocido poco uno del otro. Pero lo amable del tiempo es que te da oportunidades, y esa tarde es una buena oportunidad para platicar, beber y recordar. Lima anochece y nosotros con ella.

- Si te digo ‘escritor del año’, ¿a quién mencionarías? – le pregunto.
- No comprendo – responde Ricardo.
- Es decir, un escritor que menciones y lo familiarices con el 2012, por todo lo vivido o sentido
- Interesante dinámica caray
- Entonces, dime tu escritor del año
- Tengo varios, aunque este 2012 leí bastante a Echenique, quizá el
- No me gusta Echenique, es un trafa, un marica
- Es muy tierno, todo el tiempo es tierno, solo que le falta un poco de dureza en su pluma
- ¿Y el tuyo?
- También tengo a varios, pero me quedo con Girondo, por su poesía, porque me ha hecho llorar el desgraciado, he leído en voz alta sus poemas y he sentido una soledad exacta
- Pensé que ibas a mencionar a tu amor Benedetti
- El sería el segundo en la lista

Ricardo levanta el vaso entre las luces y con una entonación firme y voz raspada declama un extracto de “Te quiero” del uruguayo bigotón:

“si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero“

- Lo voy a memorizar y se lo diré a Angela –le digo a Ricardo.
- ¿Cuántos vas memorizándote para ella? –me pregunta.
- Varios, el problema es que cuando estoy con ella escribo poesía y la que tengo en la memoria se me nubla
- Ahora que mencionas a Angela, ¿ella sería la mujer de tu año?
- Indiscutiblemente, me ha rescatado de un muerte pausada y paralelamente me ha educado, me ha mejorado, ha hecho de mi un hombre paciente, eso me ha cautivado sin duda alguna
- Cada vez que la nombras te emocionas, tus ojos brillan, es una buena magia
- Angela es una suerte de "Mi bella genio" contemporánea
- (Risas) Pero sin duda tu no llegas a Anthony Nelson
- Creo que tu mujer del año la tengo entre mis pupilas –le digo emocionado.
- ¿Victoria? –me pregunta mientras hace un mohín raro.
- Si, ella misma
- Siempre será ella hermano, la de todos los años, hasta de mis años cuando muera

La rocola empieza a entonar ‘Algo contigo’ de Los Panchos y el corazón se nos estruja. Esa melodía única de un bolero te inicia una sed que debe finalizar con la canción. Nuestra sed no tiene solución y la canción parece eterna. Entonamos, un poco alcoholizados, la letra de la misma y colisionamos vasos. Es una buena noche junto a un mal cantante.

“¿Hace falta que te diga que me muero por
tener algo contigo? ¿Es que no te has dado
cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo?

Ya no puedo acercarme a tu boca, sin deseártela
de una manera loca. Necesito controlar tu vida,
saber quién te besa y quién te abriga. “

- ¿Y tu canción del año? –me pregunta Richi, que cada vez tiene las pupilas más dilatadas.
- Complicada elección, quizá una de Soda, o de Fito –respondo tomándome la barbilla.
- No pues, elige una, la que oigas y esa represente tu 2012
- ¡La tengo! '139 Lexatins' de Fito carajo, esa canción me jodió las neuronas, los viajes a la universidad o a mi casa, me jodió el año y la vida, pero sin duda oírla tirado en el piso de mi azotea ha sido lo más placentero.
- Demasiadas vueltas, ¿no?
- Si, muchas, me cansé de dar vueltas Ricardo, tiré a un lado mi libreta y quise ser uno más en esta ciudad
- Así te lo dispongas no vas a poder, estás atado a tu lapicero
- Esa es la única manera de sobrevivir, escribiendo, por eso siempre vuelvo a mi escritorio
- ¿A seguir dando vueltas?
- Las vueltas se dan en todas partes, parado, sentado, viajando, hasta en un golpe el mundo puede dar vueltas
- En este momento siento que el bar da vueltas, pero tú no
- Ya estás ebrio hombre
- (Risas) ¡Qué año carajo, qué año!

Salimos del bar contentos, sentimos poco nuestros pasos pero no importa, la felicidad está presente. Recuerdo que él no ha mencionado su canción del año y entre tartamudeos le grito antes de que suba al taxi:

- ¡Richi!, ¿y tu canción?
- La de Sabina, la nuestra, la de los jueves cobardes, esa pues loco.

Ricardo se marcha, prendo un cigarrillo, meto las manos al saco, me arreglo la camisa y me pego a la autopista rumbo hacia el paradero. Susurro una canción imaginada, en una suerte de mezclar las composiciones de Fito y Sabina.

“Y otro jueves cobarde que pega vueltas, 
vueltas, vueltas para mí.”

Esta noche
voy a pegarme un tiro en la cabeza
voy a mirarte por última vez
y a evocar lo excelso
temblar un poco
y jalar el gatillo.

Antes de la denotación
cantaré una copla
y oirás
mi áspera armonía
de las guerras perdidas
y mis sienes se esparcirán por las paredes.

Te quedarás suspendida
y con sangre en los zapatos
preguntándote quién realmente
jaló el gatillo
tú o yo.

Da igual, de todos modos
hoy
esta noche
voy a pegarme un tiro en la cabeza.

No es una quimera tampoco es un espejismo, Angela está bailando a mi lado y yo aún sigo sin creer que viajé más de dos horas para pasar por su hogar. Ella tiene un ritmo único y yo dos pies izquierdos, ella danza, yo la describo, la veo llegar a mí, la tomo entre mis brazos. Es una noche incomparable, de vueltas al mundo y de hacer poesía.

- ¿Qué es poesía?
- Ella es la poesía, Angela es mi poesía.

La mejores cosas suscitan en un abrir y cerrar de ojos. Cerré los ojos, la besé, se hizo un silencio entre los dos, no voló ni una mosca, las cervezas se agotaron, el mundo cambió de galaxia y los semáforos no funcionaron más. Esboza una sonrisa mientras me besa, yo siento su alegría en la parábola de mi mejilla. Le beso el rostro ruborizado, ella ríe, le beso las manos y hasta los ojos, ella los abre aún más. Ojos profundos, ojos que me pasman los sentidos, que me costean el pasaje de ida y vuelta a Júpiter, ojos, sencillo, sus ojos.

La quiero en ese silencio nuestro. La gente camina, se alcoholiza, vociferan y burla entre ellos. Las paredes retumban de música extraña, sin embargo, para nosotros existe un silencio de cara a cara. Yo me hundo en su mirada, tiemblo, me voy quedando sin aliento, no importa, caigo antes sus pies de rodillas y mis lagrimas descienden sobre sus heridas, yo la quiero en ese preciso momento, quiero al amor sin medidas.

Angela sin imaginarlo me dicta el primer verso de un poema, el primera párrafo de un texto, la primera estrofa de una canción, ella no se imagina que mientras los ojos se cierran buscando lo eterno, ha creado una composición digna de leer en voz alta. La luna no vive, solo el cielo oscuro, solo Lima, ella y yo, no hay perros por las calles, ni mendigos, ni autos, ni un Palacio de Gobierno, olvido el nombre de las avenidas, de la dirección de mi hogar, no recuerdo que tengo finales la semana que viene y que estamos en diciembre; en mi mapa, solo está ella. Lo afirmo a carta cabal.

Todos se van, toman sus sacos y carteras, recogen sus cuerpos y espíritus. Angela toma mi mano y huimos. En el camino puede pasar todo, caerse un poste, abrirse la carretera y romperse las cañerías, pero nada puede usurpar lo que es, lo que le susurro al oído con reverencia divina mientras nos despedimos.

- Angela, eres la chica más bonita del mundo.


Odio la manera en que llegaste,
odio que no te puedas quedar,
odio el círculo que te rodeo cuando asome,
odio saber que aquella figura no desaparecerá,
odio que no poseas lo que odio de todos,
odio que tengas lo que odio de nadie,
odio tener que escribirte cuando tengo tanto por decirte,
odio no transcribir lo que en pocas ocasiones si te dije,
odio seguir viéndote aun cuando te vas,
odio que la felicidad este asociada a los momentos contigo,
odio que la tristeza también,
odio que seas indiscutiblemente angelical,
odio que no siempre me hayan gustado las malas,
odio que dudes, odio tu confianza,
odio que me hagas creer aun cuando lo sabes todo,
odio que recuerdes las palabras que no exactamente pronuncie para ti,
odio que olvides las que si estuvieron dirigidas a tus oídos,
odio no ser tu amigo incondicional,
odio saber que nunca existirá,
odio tu mirada hacia mí,
odio cuando mis ojos te buscan moribundamente,
odio no poder hacerles entender que no vendrás,
odio que no me hagas odiar,
odio escribirte estas líneas,
odio no poder evitarlo.

Del poemario: De verso azul
Hace un año abrí este blog, porque me sentía solo y necesitaba escribir, no podía dejar de hacerlo, no debí dejar de hacerlo. Luego de cerrar un blog a inicios del 2011, quise no escribir más un texto, relato, poema o cuento que tuviera como destino una web o alguna edición impresa, posiblemente por esas cosas que te tiran de la bicicleta y te dejan boca arriba en la vereda un buen rato.

Ese tiempo lejos de la libreta y el lapicero fueron terriblemente jodidos, tenía la imaginación en una cama destendida, en el viaje de regreso a casa, en mis anteojos, sin embargo, no quise acomodarme y dejarme llevar. El acto de escribir había sido remplazado por el llanto a las 3 a.m., por el suelo y la melancolía. La imagen es patética: un flaco de anteojos moqueando frente a su lámpara hasta quedarse dormido. 

Hoy, luego de un año, lo vislumbro, había dado la espalda estúpidamente a una de las mejores terapias del hombre: escribir. Tantas horas en la ducha, tanto fondo, tanto tacto, tanto estar al ras me hizo recordar que aquella terapia que conocí a los doce años era el único bálsamo para vivir, era aquel desfogue de mis pupilas, de mis puños apretados, del corazón estrujado, era el placer máximo camuflado en tinta azul.

Un miércoles a las 3:00 a.m. cuando no podía dormir decidí que debía expresarme, no amarrarme los dedos, que era en vano aferrarse al mutismo, más aún si eres comunicador. Es quimérico quedarse callado. Al día siguiente, en caliente, regresé al blog con esta publicación: Intento fallido. Regresé para quedarme un buen tiempo.

Tal vez nunca sabré si mi amigo Ricardo y yo nos encontraremos en otra vida, ni como luce Victoria luego de dos hijos y una vida tormentosa, quizá y no vuelva a oler más aquella fragancia de mi padre por las mañanas, ni disfrute esa sazón criolla de María por las tardes, pero no me hago malos rollos, yo escribo.

Escribir es mi mejor tratamiento para morir bien.

Escribiendo puedo estar en la banqueta a donde huía cuando no soportaba más el colegio, puedo regresar a aquella tribuna en donde grité y grité y le di la espalda a la razón o puedo estar en las piernas de mi madre cuando me apresaban unas ganas inmensas de llorar y solo estaba ella.

Escribiendo estoy en un velorio, en una carceleta, en algún bar de La Gris, viviendo en zigzag, soy frágil, sutil, erótico, impredecible, poco discreto y un jaboncito sucio. Escribo ebrio porque sobrio soy un palabrero más. Las palabras son moldeadas con mi lapicero, las acoplo a mi libreta, a mi modo. Escribo mientras voy silbando bajito por la avenida con la sensación de tropezar y joderse de risa.

No necesito de un sueldo. No requiero un reloj. No sufro por los cambios o transformaciones. Ollanta es un buen tipo y Nadine sabe vestir. No, amigos míos, yo escribo porque es mi manera de vivir, yo escribo y recorro el planeta, estoy en Lima, estoy en Argentina o en París. Escribo porque a tres mujeres les encanta leerme, se han enamorado locamente de mis párrafos y yo estoy enamorado de sus sonrisas cuando me leen. Escribo para ellas y ellas son felices. Son fieles seguidoras de este espacio, no existen lectores como ellas. Escribo para disfrazarme de A. Modigliani y no pintar ojos sino conocer almas.

La mayoría de razones por las que escribo son malas. Escribo por venganza, una mala razón con buenas derivaciones. Escribo porque a veces me jode la realidad, porque un viernes conocí este arte y hasta hoy lo hago casi por inercia. A veces me siento solo y escribo más, a veces me pierdo y escribo menos, a veces no entiendo nada y escribo pelotudeces, aunque en la libreta realmente es todo lo contrario, cuando siento soledad todo se va, solo quedan la nostalgia y una hoja vacía, me quedo corto; necesito perderme para escribir y es en el auto-exilio que brotan los mejores escritos; cuando no comprendo eso o aquello lo plasmo, solo resultan estulticias, sin embargo, en voz alta se encuentra el sentido.

Volver a escribir este año ha sido remarcar en un cuadro de mi habitación lo que siempre supe: escribir es una forma de vida. He escrito tanto que ahora les cuento que escribo y lo que hay detrás de este blog. Escribir se ha convertido en mi abrigo, mi lado del camino, mi libertad, mi catarsis, mi terapia. Yo digo que es algo más que un pasatiempo, a pesar que murmuren que pierdo el tiempo y que aquí hay puras tonterías, me quedo con la satisfacción que existe luego de compartir con ustedes un escrito, eso hace un todo.

Hace un año abrí un blog, porque me sentía solo y necesitaba expresarme, le puse ‘tres mujeres’. Gracias al blog pude publicar mi primer poemario (De verso azul) y terminar una novela que lleva el mismo nombre y que es cuestión de meses para que vea la luz. El 1ero de noviembre ‘tres mujeres’ cumplió un año de creación, planeé escribir una especie de crónica, pero mejor les digo lo que pienso: ha sido un buen año por aquí, un año en donde lo alegre, lo triste y lo jodido han alimentado este lugar. Ha sido un año sublime y canalla. No quiero irme de aquí, me siento jodidamente feliz, de todas maneras no me hago malos rollos, yo escribo.

- ¿Para qué escribes?
- Para no sentirme solo.
- Pero si siempre te sientes solo.
- No cuando escribo.



Ricardo, un sábado de abril rebuscando entre sus mensajes enviados halló un archivo adjunto con remitente a Nadia, la mujer originadora de tormentas en verano, aquella a la cual siempre admiro con la boca cerrada, cerrada por ella. 

Recuerdo el día en que apretó 'Enviar' y el mensaje partió. Fue un viernes, antes de la medianoche, Ricardo me llamó emocionado, yo andaba entre dos luces y vibró:

- ¿Qué quieres Richi?
- Se lo envié, Davo, se lo envié -gritaba emocionado- ¿crees que responderá?
- No lo sé, ponte a cantar mientras lo hace
- No seas payaso, ¿y si te lo leo?
- ¿Para qué? -respondí malhumorado- debe estar bien
- No, tengo dudas, te la leo, si te gusta me lo dices, si no me mandas rodar
- Carajo, ya, apura

Tiritando, leyó:
Buen día, Nadia. 
Empecé a escribir esta carta antes de las dos noches en que hablamos, no pensé que iban a llegar esas horas (tenia recelo) y cuando llegaron, esta carta, fue tristemente transformada, porque todo lo escrito se resumió a: volvamos a empezar; y así es como vuelvo a empezar esta carta, con dos días y dos noches en los bolsillos y tus límites delante mío. 
Es tan diferente todo, ahora lo sé, yo lo hice diferente o quizá tu o posiblemente los dos, el caso es este, estas líneas, tu en mi lámpara y en mi lapicero, tú y solo tú. Este momento es dulce y enternecedor, son las 3:00 a.m. de un viernes y el silencio ayuda. Hora precisa para empezar, y así empiezo estos párrafos, cada párrafo en un lapso distinto pero con el sentimiento fiel y constante. 
Cuando leas esto ya habrá terminado todo, estarás disfrutando de las vacaciones en casa, quizá tomarás una ducha, dormirás y te relajarás por unas horas, claro, contenta por lo logrado el finado ciclo, eso está dentro de ti. Lo primero que quiero que sepas es que esta carta no tiene un fin o un propósito, es simplemente parte de lo que no dije o si lo dije pero no de la manera adecuada, posiblemente porque los nervios y el miedo se pusieron en contra. A esta hora no hay máscaras, ni las habrá ya, este es Ricardo en el vértigo de la realidad, directo y sin tapujos, sincero a carta cabal, sin desconfianza a expresarse. 
Espero, Nadia, que al leerme, sin verme me veas y sin sentirme me sientas, porque en esos pocos minutos que ahora destinas para leerme, seguramente esa parte tuya y esa parte mía que aún siguen conectadas, despierta y seguramente sonríes. Así como también algún día recordando eso vivido, ya sonreirás menos al notar que ese pasado se terminó volviendo eso mismo: parte del pasado, el tuyo y el mío. 
Ahora bien, querida Nadia sepa que el tiempo y esa poca o mucha experiencia que pude acumular a lo largo de mi vida, me enseño que el amor no abandona, que es uno quien lo abandona, y esto sucede en ocasiones ante la desesperanza que producen las decepciones. Pero, bastaría con entender que el amor como sustantivo es uno y otros son los cuerpos y mentes que creen sentirlo. 
Es por eso que puedo decir y detallar lo siguiente: que pasadas las semanas que pasaron desde los días de verano (esos mismo que estás pensando, ojalá), no hay muestras de abandono al amor que se siento por usted, no hay deseos de aferrarse obsesionadamente tampoco, pues sé que todo se reduce a dos letras, pero eso no interesa, ahora, es un pellizco suave a mi aurícula. Algo que, lastimeramente, me hace sonreír. 
Quisiera poder explayarme en estas líneas pero me embarga un deseo de tener tu figura al lado de mi lámpara, dejar el teclado a un lado y que mis palabras sean las que resuman las tantas cartas que nunca conocieron tus ojos, sin embargo, sé que frente a ti me convierto en un hombre débil, poco firme, tartamudo y medroso (algo que quiero solucionar; trabajo en eso) y es por eso que, quizá, no me puedas entender (aunque a veces pienso que tú eres la que no quiere entenderme). Podría decir que tal vez esta es mi terapia para solucionar ese detalle, para intentar al menos dejarme entender y que puedas confiar, esta es mi terapia con un claro y objetivo mensaje: mis dedos escriben verdades, aquello, mi amor, verdades que siempre dijeron mis labios y no quisiste creer. 
Aunque confieso, querida Nadia, que ahora ya no sé si es una terapia para quererte más o si para olvidarte, para alejarme o alejarte, para olvidar las razones que no me permiten colocarme en tu vida, para olvidar tu voz, tu aire, tu mirada (la extraño en este preciso momento), tus eufonías, tus cosas, tu yo, tus ángulos y perfiles, tus verdades y tus mentiras, o quizá para recordar lo mucho que desee que me rodearas con tus brazos cuando te lo pedí, lo mucho que quise que esas dos tardes en que tomaste mi mano se repitan hasta hoy, lo tanto que desee que de tus labios dijeran un “te quiero”, que de esos mismos surja un beso, un mimo tímido o un suspiro extendido.


No sabes lo mucho que escribí en voz bajita mientras caminaba mirando el océano, pensando en lo que no fue pero existió, en lo que no se iluminó pero tuvo una chispa, una chispa única que ahora está llena de sombras y matices tenebrosas, una pequeña señal que ahora la guardo como un leve recuerdo de los momentos que compartimos. Sé que ese remolino de olvidarte y recordarte, al final, queda remarcado por un recuerdo arrimando al olvido, porque hasta esta noche, no he podido sacar un recuerdo tuyo y remplazarlo por tu olvido. Soy un hombre que te halla en todas partes. 
Prometí acoplarme al silencio pero ves como no fue así, es una demostración que el amor y el silencio nunca conjugarán, aun cuando este amor es enérgico y posee un coraje ideal. Es posible que ya no vuelva a tener el valor para pararme frente a ti y pedir una oportunidad más, posiblemente es el miedo al fracaso o la afinidad al vértigo, dos elementos que dadivosamente tú me has dado de beber de tus manos, indirectamente, pero lo has hecho.


El asunto no es una novela, ni una historia, ni un libro, Nadia, el asunto es lo que se siente, lo que se vive, lo palpable, lo que se respira, no lo que se gana estando con una persona, porque así exista un beneficio material o físico es pasajero y sin emociones, es monótono y banal, y vivir una vida así es absurdo; la verdadera ruta de este sentimiento nunca fue crear una novela, un libro o una historia, fue que ese sentimiento permita hacer un mejor hombre y una mejor mujer, que desde las palabras: volver a empezar, surja la concisa y perenne consigna del amor. 
Para finalizar, Nadia infinita, pienso que es vital recalcar que tanto en el caso de las presentes líneas como en las matemáticas: "el orden de los factores no altera el producto" y que el orden de los temas tocados no indica necesariamente importancia y solo es que fueron transcritos tal y como los susurre en las tantas caminatas solitarias, en la orilla de alguna vereda gris, en el transitar de la universidad al paradero, de mi casa hacia el trabajo o en algún lugar de La Gris hacia ti. 
En suma, decir que todo esto se da, aún a pesar de ti y tu universo imposible, es una manera de exaltar mi amor unilateral e independiente como lo soy yo mismo, y no necesita de terceros para crecer, para vivir o parar morir. Pienso al final de estas líneas que he hecho el intento por traspasar lo poco que no dije o que si oíste pero no se adecuó a tu músculo palpitante.


Tengo el anhelo profundo de volver a escribirte pero sé que el bote sigue siendo remado por uno solo y que ya tú te has bajado. ¿Tiene sentido seguir remando? ¿A dónde me dirijo si es contigo con quien quiero viajar? ¿Me tiraré del bote y te buscaré entre algas y tiburones? Quizá esas respuestas sean inciertas, pero lo que si es cierto y real son las líneas que acabas de leer, esto es verdad, de verdad. 
Te extrañé, hoy, en la tarde y ahora mismo.

Te quiero, hoy, durante el día, ahora mismo.
Cuando terminó solo atiné a decirle que lo iba a llamar luego, que me estaba entrando una llamada y que tenía que responder, mentí, realmente quería disimular el llanto que me había producido su escrito. El cuadro era realmente ridículo, un hombre llorando y apretando los puños al pie de un teléfono como si la carta estuviera dirigida a él, pero lloraba por algo peor, porque la remitente ni siquiera iba a tener la cortesía de abrir el mensaje, ni si quiera iba a leer las primeras líneas, por el contrario, lo iba a enviar directo a un buzón miserable junto a otros mensajes no deseados y de publicidad engañosa, eso me pareció soez.

Concluí: lloraba de coraje por aquella idea de evasión a tan bella verdad.

A Ango

Cuando la vi tuve en mi la sensación de lo llamado miedo preventivo, pero, ¿qué es el miedo preventivo? Un ejemplo: cuando tenía 3 años de edad un perro llamado Tarzán me mordió el tobillo izquierdo, al instante tuve dos emociones fuertes: miedo e ira, comprendí después que desde ese día nació en mí una respuesta a ese tipo de estímulos. Ese miedo depositado motivó que hasta los 15 años de edad cruzara la calle o camine alrededor de un perro sin quitarle la mirada del hocico, ese era un miedo preventivo.

Ella pasó, la vi, giré una hoja y garabateé, supe al instante que tenía una especie de miedo preventivo a ese lado B de las sorpresas o casualidades, o del amor, quizá. No me acerqué a ella, no intenté iniciar una plática, es extraño escribirle una carta de varias líneas a una persona que no conoces pero que te mantuvo pensando el fin de semana, esa idea producía un conflicto entre mis hemisferios. De ella solo conocía lo que percibían mis ojos, solo sabía de esa sonrisa estupenda, de ese caminar pausado, de su cabello rebelde oscuro y de su mirada tímida. Cuando terminé el escrito, lo firmé y guardé, no planeé jamás que terminara en sus manos, supuse que tendría un fin junto a los plásticos y cartones.

Al otro día estaba sentado en una sala de la universidad esperando la llegada de un amigo, leía un diario y de pronto una voz me interrumpió la lectura:
- Disculpe joven, la señorita no tiene mesa, ¿podría poner una aquí para que pueda almorzar?
La señorita sin mesa era ella, a la que escribí algo bonito con letra horrible al reverso de una hoja que realmente era una pauta radial, y la cual se encontraba a menos de un metro de ella. Por un momento pensé en pararme y decirle: Buen provecho señorita, hasta luego, sin embargo, algo me mantuvo sentado y con los ojos unos segundos en el crucigrama y otros en ella. Recordé a Tarzán y al miedo
- Hola, es raro que tu nombre aparezca al final de esta hoja, ¿no?
La destinataria de aquel escrito estaba sorprendida y lo disimulaba sonriendo, en su cabeza debió pasar: ¿qué diablos con este tipo?, y en mi cabeza retumbaba Fito y su “Un vestido y un amor”. Sabía que iban a suceder dos acontecimientos que podrían marcar un antes o un después, o tal vez un: "Mucho gusto, buena suerte", pude haber recogido el cargador y los audífonos y salir a gritar, sin embargo, la seguí mirando, doblé la hoja y la escondí entre sus servilletas.

Mi silencio cavilaba: Carajo, ella, aquí, ¿cómo?, ¿dónde está el señor que puso la mesa para agradecerle?, ¿entenderá mi letra?, creo que empezaré a escribir en papel, ¿por qué nunca me compré un maldito Palmer?, su almuerzo me dio hambre.
- Léelo cuando me vaya, si no lo entendiste házmelo saber, por favor.
Recogí mi diario, el cargador, los audífonos y mi libreta, se quedaron Tarzán, el caminar hacia atrás y el miedo, se fueron con ella, en aquellas líneas y en aquel garabateo bonito. Hay instantes en los que evitar un suceso solo encapsula aquel momento para un futuro, cercano o lejano, y que quizá las coincidencias o casualidades de la vida consiguen diluir.

Mis labios tarareaban: “…yo no buscaba a nadie y te vi.”

Me he follado al mundo
hoy
antes de ir al trabajo
y ha sido sublime
me he follado a sus dogmas, códigos
restricciones, ismos
políticas, corrientes
lo absurdo y superficial
lo finito, lo lógico
las opiniones estúpidas
los discursos vacíos
y eyaculé libertad.

Me he follado al pasado, a tú pasado
a mi presente y a mi futuro
a las memorias, a los traumas, a las balas
a los días malos, a los días buenos
y he gritado desde un monte mi redención suprema.

Me he follado a tu madre, a tu ex novio
a tus amigas, a las siete mejores que tenías
y he escrito mi nombre en sus espaldas para que me recuerdes cuando se despidan
para que me odies al recordar que también te follé a ti, y así será.

Me he follado a la maleta en donde se llevó mi vida
la almohada donde sosegaba
el librero en donde dormía
la lámpara que la alumbraba
el escritorio en donde leía
el café que la despertaba
he visto su nuca desde el edificio y no he podido parar
la he follado hasta sangrar.

Me he follado a sus nombres y sus apellidos
me he follado a mis enemigos y también a algunos amigos
a mi jefa odiosa y más odiosa por sus gritos
a la tía que me reventaba los balones
a la empleada que se robaba el azúcar
a mi profesora de lengua y a su lengua
a esos que no me cobran medio pasaje en el bus
y los he visto al pie de mi alcoba, agitados.

Me he follado a la naturaleza, al sol, a la luna
al árbol que me da su sombra
a lima, a los feriados
a mi barrio cicatrizado, a las avenidas recorridas, a la ciclovía
a la comisaria donde conocí el pudor, el cuerpo y el éxtasis
al aire con sus pestilencias, a la tierra con sus infiernos
a la guitarra de la chica católica y a ella también
a su peluche y a su novio
y me fui antes que despertarán, me fui por el mundo.

Me he follado a mis palabras, a mis escritos
a mis poemas, a mis versos
a tu carta que ahora me hace falta, a tu pluma, bella pluma
a tus lágrimas en esa media vuelta, a tu pena, a tu pañuelo
a tu ventana vacía sin ti, a esa arena que me recibía por las tardes
a la silla de ruedas donde te hundes, a ese auto que se cruzó
a la soledad, a nuestra soledad
y he sentido placer pero ha sido pasajero, muy fugaz

Me he follado a las risas, a los llantos
a los barcos que te traen de vuelta y que me hacen feliz
estoy follando al mundo de felicidad
me he follado al olvido porque quiero recordar todo, siempre
me he follado a los sueños y he eyaculado inmortalidad
me he follado a la vida
al mundo
hoy
y sigo desnudo.














- Lindo canta esa morena, ¿no? –me dijo mientras se oía al fondo la voz de Tracy Chapman- tiene buenas canciones.

- Tracy es de canciones intensas y voz armoniosa.

- ¿Has oído ‘Fast car’?

- Es una de mis preferidas, siempre cambié la letra de esa canción.

- ¿A tu favor?

- Si, para mi debió ser algo así:
Tienes un coche muy rápido y yo quiero un viaje hacia cualquier lugar, quizás hagamos un trato tú y yo, quizás y podamos irnos juntos a algún sitio, cualquier lugar es bueno empezando de cero, sin nada que perder, quizás podamos hacer algo por el presente, yo realmente tengo ganas de salir de la ciudad.

Tienes un coche muy rápido y yo tengo planes para salir de aquí, he estado trabajando en un diario local y he estado ahorrando un poco de dinero, no tenemos que conducir muy lejos, tan sólo cruzar la frontera y entrar en la ciudad, los dos podríamos encontrar un nuevo trabajo y descubrir finalmente que significa vivir juntos.

Recuerdo cuando íbamos en tu coche veloz e íbamos tan rápido que me sentía como si estuviera en las nubes, las luces de la ciudad se iban quedando atrás y tu brazo sobre mis hombros me hacía sentir muy bien, sentía que formaba parte de algo, sentía que podría ser alguien en la vida.

Tienes un coche muy rápido y pasamos por todo esto para divertirnos mutuamente, tú sigues sin tener empleo y yo sigo en ese diario, sé que las cosas mejorarán, tú encontrarás trabajo y yo publicaré mi novela, cambiaremos de refugio, compraremos una gran casa y viviremos en las afueras.

Tienes un coche muy rápido y mi sueldo no alcanza para pagar todas las facturas, me sigo quedando hasta tarde en el bar y veo más el rostro de mis amigos que el tuyo, siempre pensé que todo iría mejor, que encontraríamos la manera de conseguir lo que nos prometimos, yo no tengo planes y no quiero estar sin ti, así que coge tu coche y continúa conduciendo.
Tienes un coche muy rápido pero, ¿es lo suficientemente rápido como para volar?, tenemos que tomar una decisión, escapar ésta noche o vivir así el resto de nuestros días. 
- Creo que me gusta más esa interpretación. ¿Lo quisieras?

- Si, quisiera solo irme lejos, al menos unos días, así sea caminando o en cualquier auto veloz.

Me la encontré un día al salir de una de esas tiendas que hay en Lima en donde venden de todo para geeks, estaba esperando el bus y la sorprendí por la espalda. Hace siete meses que no veía a Cristal, viajó huyendo de su madre y de su enamorado a Argentina. Fue sorpresiva su partida, un jueves me envió un correo y desapareció.
“Hola, Ricardo. 
Te sorprenderá leer que esto lo estoy escribiendo desde Argentina, sì, me fui de Lima. No le he escrito a Cristóbal, tampoco a Rocío, no le he escrito a otra persona más que a ti y no sé por qué. Sabes algo, tengo miedo de no regresar pero a la vez quisiera quedarme lejos de todos, principalmente de mi madre, me he cansado de sus tonterías y de sus estados de mierda, me he hartado de Cristóbal y sus pendejadas y me he cansado de verte con Rocío mientras tú y yo nos veíamos a escondidas. Prometimos separar las cosas, pero no he podido, soy mala actuando y tú eres un gran mentiroso, he vivido siete semanas fingiendo ser una buena amiga y tú un buen exnovio y las cosas han terminando resultando en mi contra.

En Lima nunca quise que habláramos los tres o al menos que nos juntáramos, siempre tuve miedo que algo nos dedujera ante Rocío y, para ser honesta, probablemente lo sabía. Este es el resultado de las mentiras, la mías hacia Cristóbal y las tuyas hacia Rocío, aunque a lo mejor para ti era más simple, eres el exnovio de mi mejor amiga, solo eso, no tenías ningún vínculo más que la amistad que quedó luego que terminaran, al contrario, yo era una navaja, mintiendo al chico con el que llevaba más de tres años, eso si es incorrecto, por más que se lo mereciera, está mal.

Quién sabe este escape sirva para recomponer la dignidad que me queda, para castigarme por mis errores y mis mentiras y también para perdonarme, para reflexionar y enfocarme en mi carrera, así el precio de eso sea alejarme de mi país. Estoy con mi hermana en la casa de unos tíos en Rosario, hace mucho frío y eso me recuerda a ti, sé que no debería escribir eso pero es inevitable, también sé que ahora debes pensar en que soy una tonta e inmadura y que debí despedirme de ti al menos, pero no, eso hubiera empeorado todo.

La verdad es que no sé cuándo regresaré, lo que si se es que debo mejorar y no intentarlo solamente, como decías, también sé que un día de estos te voy a echar de menos Ricardo, a ti y las tardes en el Malecón, a tu cariño y a tu manera de hacerme sentir una mentirosa feliz, porque eso éramos, unos mentirosos en la sombra de la felicidad. Espero verte algún día, quizá en Lima, quizá en Rosario, pero espero que ese día tarde más que siete semanas. 
No respondas esta carta, por favor. 
Un beso, Cristal.”
Cuando recordé esa carta mi mano ya se había posado en su hombro y ella había girado. Ese momento fue la respuesta a la carta, sus ojos se habían expandido y se había quedado casi petrificada, el bus no la esperó y se marchó. No hubo palabras iniciales, solo nuestros rostros sorprendidos y acusados de recuerdos. Nos abrazamos como si no nos hubiéramos visto 30 años. Nunca lo olvidaré.

Ante mi tenía a una mujer sofisticada y de una belleza sencilla pero cautivadora, no era la autora de aquella carta, no, era una mujer a la cual el exilio la había enmendado, era una expresión artística, pareciera que la mujer que se fue a Rosario era un pedazo de madera tosco y áspero, sin embargo, al regresar aquel pedazo había sido tallado minuciosamente hasta convertirlo en una obra de arte. Ese cambio era el que vislumbraba ahora en su sonrisa. Esa que apareció un día de aquellos que no esperas que pase algo interesante pero de repente, ¡sorpresa!, sucede.

¿Qué había hecho de Cristal una mujer distinta? ¿Qué tanto había mejorado (o cambiado)? Eso trataba de responderme mientras nos hacíamos las preguntas de rigor e iniciábamos un rumbo hacía un destino aún no conocido. La plática estuvo encantadora los primeros veinte minutos y luego decidimos ir a un lugar donde pudiéramos conversar más cómodamente y, además existieran nuestros vicios favoritos. Sucede que ese día no esperaba nada interesante, menos algo tan sorpresivo, pensé que era un día normal, el cual iba a transcurrir bajo la rutina acostumbrada, sin embargo, la vida es un chapuzón de sorpresas y es magnífico cuando siempre se está empapado.

Dos horas después nos encontrábamos en aquel mismo bar de la misma avenida de siempre contándonos cada uno los momentos post partida a Rosario. Cristal me contaba sobre los amigos que había hecho allá y yo le contaba de los que había perdido aquí, me describía como era Rosario de colorida y yo le explicaba como seguía Lima de caótica. Me relató sus experiencias estudiando estomatología en Argentina y yo le contaba los pormenores de mi trabajo como periodista en un medio local.

Envidiaba su buen tiempo allá, imaginé que hubiese sucedido si hubiera dejado el disfraz mentiroso que poseía y le hubiera dicho la verdad, que la quería, que me importaba un carajo que fuese amiga de Rocío, yo hubiera dejado mi poemario a la mitad por ella, sin embargo, sé que quizá el hoy sería peor, ambos hubiéramos perdido mucho por eso ella presintiendo un desastre mayor se marchó. Puso fin a una historia embustera de mentiras y estafas, de máscaras y actuaciones burdas, de amor adornado y pasión temporal. Ahora frente a mi tenía a la mujer que no hubiera querido que se marchara.

Por un momento pensé en reclamarle porque no me había llevado con ella, pero tuve vergüenza.

He tenido la libreta escondida unas cuantas semanas, me he alejado demasiado del blog y eso me preocupa. Puedo echarle la culpa a mi trabajo o a un vicio, hasta puedo mentir diciendo que no he tenido tiempo y que la rutina me ha absorbido, sin embargo, no quiero hacerlo.

Julio ha transcurrido como un proyectil en busca de piel y agosto ha sido la piel quien ha buscado el proyectil, quizá la sangre vertida sea una buena excusa para publicar. La sangre y el frío, la luz y la lámpara, humedad y viento, elementos que han compuesto estas semanas y se han convertido en una excusa para huir por unos días de este espacio, más vacío que nunca.

El cuerpo envía menos sangre a la piel para mantenerse caliente cuando siente frío, es una reacción natural de nuestro organismo. Mi lámpara y la luz ya no comparten mi escritorio, una necesita de la otra para componer el paisaje, sin embargo anda separadas, pienso que todo se origina desde mi preferencia por la lámpara y no por la luz. La Gris es una ciudad húmeda desde que la conocí y de fuertes vientos por esta época de año, estas dos características en estos dos últimos meses se han vuelto parte de mi rutina matutina. Exactamente en la hora del viaje hacia el trabajo se puede sentir la humedad subiendo por los dedos del pie hasta la cadera, apretando la tibia, el peroné y hasta el fémur, obligando el auto-abrazo y la refriega de manos.

La hora de viaje es la hora de dormitar a medias, de la cabeza bailante y el rostro raro, también es la hora de los recuerdos, de la nostalgia y de la mujer ausente, la imposible. Todo eso parece formar parte de una guerra declarada a mi fuerza, la cual siento que pierdo día a día.

Sin embargo, hoy he recordado la frase de Erick, el sociólogo: “…pero hoy fui feliz, con azúcar, pero fui feliz”, y he decidido traerla a mi presente, a un día cualquiera en Lima, sin mucho movimiento y con poca neblina, un día gris como los que me gustan. He sacado un papel y un bolígrafo de mi bolso y he luchado contra el movimiento del bus para terminar estas líneas en plena Av. Javier Prado, en donde la vida y el tiempo valen el cambio de un semáforo, y ocurrió, antes que cambie a verde, tuve la sensación más extraña de felicidad que haya podido sentir durante mucho tiempo.

Pensé por un momento que debía olvidarme de esa conmoción y buscar dormir, pero preferí escribirlo.

Debajo del paraguas veo a un hombre,
tal como es, un hombre más,
uno de los más desolados,
entregado a la prosa.

Y ahora puedo decir que nada lo hace más feliz que la lluvia de Lima,
es una banalidad, lo sé, así Lima huela a orines es la verdad.

Pero te diré que pienso, que un poco de lluvia no es tan malo,
al final de la berma, el hombre bajo el paraguas idea un estrofa y es feliz.

Sabes, veo a un hombre feliz bajo la lluvia de Lima.

A la mujer del sur.

La desconocida
se hace presente en la humedad
en mis viajes de madrugada
en mis huesos inmóviles y fríos
cuando estoy mal y cuando no existo.

Transita
siempre con los ojos llenos de paisaje
con el alma enloquecida
en una ciudad sin color y salvaje
tan laberinto, tan deuda que nunca paga.

Habita
lejos de todos
hasta de su cuna
el sur la ha surtido, dicen
yo quiero conocerla, así, distante.

Decido
ir hacia allá
viajar hacia su origen, hacia el sur
por más lejos que esté
solo quiero saber dónde se esconde.

Y cuando
la localice, juro que cuando la halle
y la conozca y conozca su alma
voy a esconderme en su cajetilla
para ir a donde vaya.

Zapatearé
en su cueva aislada
con el frío en la sangre
y el alma en los labios
vamos a ser infinitos en la noche finita.

No habrá
lámparas que prender
ni rostros que encubrir
porque la mujer sureña
ella lo ha cambiado todo sin querer.

Concisamente satisfecho y jodido. Una resolución exacta a propósito de la publicación de mi poemario. Los resultados han sido favorables y se ha recalcado el hecho de no quedarse con los versos en los dedos, sino traspasarlos y compartirlos. Eso tiene sentido.

A dos semanas de la publicación, el poemario ha dejado de ser el viaje para dar pase a lo sedentario, menos rutinario. Cada verso lo hallo en cualquier lugar donde se venere lo lento y silencioso. Me recomendaron tocar algunas puertas para que se imprimieran unos cientos, sin embargo, he rechazado la idea, porque no surgió para estar en papel, sino para una plataforma virtual. A pesar de esa decisión fui seducido a imprimir diez, que iban a ser repartidos devotamente a personas “importantes” o familiares. Me he quedado con nueve.

Solo un ejemplar sigue en mi armario y al cual le he puesto atrevidamente un 'para' y un 'de', como si fuera un trofeo o un galardón que obsequio y le pongo una etiqueta huachafa y rasgada para que quede en el recuerdo que yo lo firmé. Una triste limosna para mi egocentrismo. Aquel ejemplar aún no llega a las manos de su destinatario (y posiblemente nunca llegará) porque estoy plenamente seguro que ella odia lo que escribí, e incluso me aventuraría a decir que ni conoce el contenido de la obra. Un caso perdido.

El asunto es que el éxtasis del poemario es constante y tiene larga duración. Ya no pienso darle más espacio a descripciones respecto a la obra, mejor resumamos: Veinte poemas, tres mujeres y una combinación café, madrugadas, odio y amor.

La razón de este post es un obsequio, es De verso azul.

Ricardo me alcanzó la carta que había escrito para su padre dos días antes del tercer domingo de junio, me miró turbadamente y me pidió que la leyera. La tomé con reverencia e incluso mis ojos hicieron un gesto de cortesía al recorrido del papel hacia mis manos. Bebíamos una botella Croft Original Sherry, y luego de varios sorbos, empecé:

Buen día Josué.
Esto habrá llegado a ti cuando ya estés en tu destino, y lo estarás leyendo seguramente un día después de mi cumpleaños. No estuve el momento en que saliste de casa y tampoco fui a despedirte, la verdad es que no quería estar en ningún sitio, no quería verte con tu maleta mientras te perdías entre la multitud hacia el avión. Nadie en casa quería verte partir, ni mamá, ni mis hermanas, pero tú has tomado decisiones y nosotros las hemos respetado. 
Mala fecha para irte, mañana es tu día y será el primer domingo que no oiga tu voz por la mañana. Te voy a echar de menos. Estarás pensando que te guardo rencor y que te odio por tus acciones, pero te equivocas, en realidad es decepción, eres mi héroe convertido en villano. ¿Sabes cómo se siente eso? 
Ya no habrá oportunidad para rescates heroicos, ahora tengo en mente tu villanía y solo eso. No conozco al héroe de mi infancia, al que me enseñó a caminar, manejar en bicicleta, afeitarme sin hacerme daño y vestir elegante. Ese héroe ha cambiado de rubro, ya no es más el artista que moldeó a un niño hasta convertirlo en una obra de arte contemporánea, sino un escultor fracasado que se ha rendido y ha abandonado aquella obra dejándola inconclusa. 
Cuando leas esto espero que recuerdes algo de nuestros años maravillosos. Quizá venga a ti nuestros primeros toques de balón, nuestras primeras caídas de bici’ o nuestras primeras aventuras en la biblioteca de la casa. ¿Recuerdas la primera obra que leímos juntos? Tengo en mi memoria todo respecto ti, desde el perfume que emanaba del nudo de tu corbata Jacques cuando te dirigías a tu jornada laboral hasta la forma tan particular y sorpresiva de hacernos sonreír a mí y a mis hermanas en aquellas inolvidables tardes de verano. Todo se presenta delante de mí como una película en blanco y negro, no hay voces, no hay sonido. 
No sé qué será de tu vida allá y tampoco quisiera saberlo, no sé si te volveré a ver un día, tal vez te encuentre anciano y lento o tú me halles a mí con esposa e hijos; sin embargo, hoy, no eludiré las gracias por ser lo que fuiste conmigo, por los años que estuviste a mi lado y me defendiste, cuidaste y amaste. Gracias papá, viejo, calvito, por tus besos y regaños, por tu incondicionalidad y por ser mi amigo, por enseñarme a planchar mis camisas y afeitarme sin cortarme el rostro, por las clases intensivas de manejo en bicicleta y por las jugadas veloces con el balón que, luego de tantas goleadas, me lograron salir. 
Gracias Josué, por eso y por mucho más. Hasta siempre, cuídate y sé feliz, de tu hijo que te quiere y siempre te ha querido. 
Ricardo.

Al finalizar la lectura, Ricardo dirigió su mirada hacia la oscuridad que cubría la carta, aún en mis manos, y lloró mientras bebía el último sorbo de su vino favorito.

Siempre que ella se asomaba por la ventana y dejaba ver su espalda desnuda surgía en mí un éxtasis corporal que parecía infinito. Las cortinas que rozaban su torso y el cabello enredado bailando sobre sus hombros eran parte de un cuadro en aquella habitación. Arte que hubiera querido ver siempre al despertar desde la cabecera de mi cama, pero la luz entrando era señal de regreso a casa y de una despedida extensa en el umbral de su puerta.

La gran avenida a mis pies era el inicio del fin, lo paralelo al placer y a la vida. La llovizna, la neblina, la humedad y demás componentes que cortejan las mañanas invernales de Lima eran parte de una bienvenida aburrida al resto del día. La sensación de salida convertía el día en una fecha melancólica.

El viaje de regreso se componía principalmente de ella y sus ojos mirándome fijamente, luego se adherían a la exposición mental sus manos bondadosas, sus mejillas ruborizadas y sus labios rojos, todo eso formaba una aventura excitante al ras de un asiento. Seguía bajo los efectos de aquella droga sustancial y la culpable era ella, con su silueta natural y pasión desbordada, tan subliminal y provocativa. Me poseía hasta el final del recorrido y aun estando en mi trabajo seguía susurrando dentro en mi oído, exponiendo su arte y paseándome por todo el lugar. Yo deambulaba sumiso y perdido.

Antes de la medianoche, la recordé, la olvidé, volví a pensar, prendí un cigarrillo, creí verla en el humo, sonaba Halfway de Leda, terminó, la coreé, cogí el móvil, pensé en llamarla, apagué, maldije, me fui, caminé sin rumbo, sentí frío, regresé a casa, intenté volver llamarla, me frustré, vino su imagen, resistí levantarme, escribí, no me detuve, borré, recordé sus vestidos, llegó lo infernal, acepté, negué, releí textos de Tolkien, sonreí y lloré. A otro día, estaba otra vez triste, echando de menos aquel cuadro y a su protagonista.

El deseo de decir el título de este post en las peores situaciones es una significativa señal de vitalismo y ansias de superación a los infortunios sorpresivos de la vida, sin embargo, cuando la derrota asoma a nuestra travesía y empuja, estorba y hasta golpea, surgen preguntas que te confrontan con esa realidad severa e imposible de eludir, por ejemplo: ¿Es realmente el miedo a la derrota, al fracaso, lo que provoca la asunción de la misma por nuestra parte?

Sintiéndome levemente derrotado (durante estos días) pienso que ahí surge la diferencia entre el hombre vital y el hombre derrotado o, quizá, sea una cuestión de juego de palabras. El sentirse derrotado es a la vez un plus de superación, mejor aún si no hemos tocado fondo pues haremos lo necesario para no llegar a él, por otro lado, el miedo a la derrota alimenta el caos y nos disuelve de la realidad, entramos en desesperación y somos canalizados a confusiones innecesarias que nos tomarían días en fundir.

El peso de la derrota quizá nos acerca más a la losa, a una vida realista, nos hace ver el antes y el después de nuestro presente y nos lleva a tomar decisiones que serán consecuentes a nuestra situación, por el contrario, lo liviano y monótono nos arrebata lo auténtico y nos marca una distancia de lo palpable, nos convierte en un círculo vicioso de mediocridad maquillada y a su vez nos vuelve insignificantes.

Derrotado pero optimista me siento al ras de la realidad estas semanas, es una grata sensación, aunque a veces incierta, pero eso equilibra mi derrotismo con mi vitalismo, aun cuando los golpes en la boca me obstaculicen decir: todo está bien.














Me agrada más Lima en estas épocas, con sus extensas alfombras de llovizna y sus densos vapores, con aquel manto grisáceo y aquella bruma marina que la acompaña como caricia de invierno en las mañanas.

Verla como si hubiera sido pintada a lápiz y borrador en un papel húmedo causa una sensación de melancolía fría, pero a su vez un efecto de felicidad tierna al saber que el verano ha partido, que el año avanza, que Lima vuelve a ser La Gris que hemos extrañado.

Hay escenas que forman parte de estas fechas, escenas diferentes en cada rincón, en cada paradero, esquina, jirón o avenida donde nos encontremos, y componen la conocida matinal rutina limeña.

Quien no ha visto la escena del puesto de periódicos y un aglutinado grupo masculino viendo la ultimitas de la farándula nacional, más allá la escena del ágil ambulante que despacha sus habituales productos a los ciudadanos madrugadores, y sin ir tan lejos, el paradero, a veces, informal, que es una combinación de mochilas, portafolios, bolsos y carteras, todos estos con sus respectivos personajes: un escolar, el señor ejecutivo, el o la joven universitaria, la señora docente y el incansable constructor civil. En las avenidas o calles las escenas transcurren como si nos encontráramos en un cine al aire libre, cada escena con una historia que escolta amenamente el viaje hacia nuestro destino.

Son aquellas primeras horas en que la ciudad despierta, se estira, desayuna y se moviliza para empezar un nuevo día, es la hora del bostezo prolongado, del remojón en agua fría, del paso apresurado y la mano levantada parando el autobús. Son las horas en que la ciudad se levanta de puntillas y empieza a dar sus primeros pasos como lo diría Julito Ramón Ribeyro.

A pesar del color tenue que pinta a la ciudad en esta temporada, Lima sigue siendo colorida de extremo a extremo, se puede transitar de un lado a otro de la ciudad y toparse con paisajes citadinos, múltiples miniculturas, personas apasionadas y sonidos rimbombantes que son parte de un pincel que dibuja sonrisas en rostros abatidos.

Lima es tal vez una ciudad contradictoria y a veces insoportable, sin embargo, no deja de ser la ciudad de oportunidades y éxitos, de historias y poesía, de fusiones y sazones, de pasiones y alegrías, de reflexiones y locuras, de colores y grises. Lima no abandona su gama por más invierno que transite, y eso provoca vivirla enteramente, olvidando los matices, como lo que es, una gris colorida.

Tengo la necesidad de escribir algo, quizá una historia o algún suceso que viví últimamente, compartir con ustedes poesía y literatura, que nos podamos divertir con una comedia o lagrimear con un drama, o a lo mejor ambos.

Esta pausa en el blog tiene nombre, De verso azul, un poemario que estoy pronto a publicar por este mismo espacio, no será impreso y será subido a la red para que pueda ser descargado y pirateado a placer del internauta, al cual pediría que por lo menos cite al autor. Una petición mínima.

Compuesto por 25 poemas que nacieron en la transición de cuatros meses tremendamente detestables y acalorados, detestables porque me enamoré y acalorados porque Lima fue un horno este último verano.

No creo que la necesidad de escribir deba partir de lo jodido sentimentalmente que pueda estar uno, y no solo sentimentalmente sino de todos los estados con sufijos '-mente' que pueda haber, pienso que parte más allá de un gusto por plasmar lo literario que viaja por tu cabeza, a veces viaja y otras veces, aterriza accidentadamente causando grietas en cualquiera de tus hemisferios cerebrales.

¿25 grietas en tus hemisferios cerebrales? Grietas abstractas que causan huellas literarias; huellas que te traen al presente nostalgias con fondos musicales lentos y que son acompañados, a veces, con llanto y pucheros, con ron o café o un silencio prolongado.

En conclusión, este poemario nace de algunas grietas, de alguna historia de verano, de un aterrizaje literario y de canciones lentas con silencios espaciosos. Esos que llenan la habitación y te apuntan con el dedo. Un poemario hecho de grietas literarias en mis hemisferios cerebrales.

Pronto, muy pronto les comparto el poemario, mientras tanto, pueden visualizar la portada en la sección publicaciones del blog, portada que cuenta con la pintura de Begoña Tojo Varela titulada "Torso de mujer en azul".

He resuelto al incoar este hoy,
este inicio de frío añejo,
ahorcar tu silencio seductor
con mi laberinto, mi caricia.

Transformarte en sed,
para yo saciarte,
alterar tu paraje celestial,
con mi libido, mi delirio.

Perturbar tu santidad,
con un éxtasis perpetuo
de amaneceres azules,
con mi brisa, mi suspiro.

Contemplarte en amarillo,
en abril o en mayo, no importa,
mi fin es contemplarte,
con mi tristeza, mi gota.
Eres una puta mala,
extraviada, loca, natural.
Posees una droga sustancial.

Escupes en mis entrañas,
en mis ojos y en mi manos,
brindas con mi dolor.

Asesinas mi éxtasis,
inhalas mis deseos,
consumes mi pasión.

Eres una puta mala,
me sangras en las sienes, en el alma,
y así te quiero puta mala,
puta sustancial.
Escucho tu voz dentro de mi cabeza,
enumerando la falta de abrigo,
la falta de comida en el cuerpo,
un abrazo a mitad del día
y compañía en estas noches frías.

Te juro que no me falta nada.

Sin embargo, podría contarte que a veces
me sobra cariño,
me sobran sonrisas,
susurros, me sobra vida
si no puedo compartir contigo.
De enero a febrero los días transitan como el peso de una pluma en los hombros, sumado el clima irreverente e indeciso de Lima que convierte toda faena laboral en una carga rutinaria y agotadora, que incluso no termina cuando finaliza el día.

De lunes a viernes, las horas transcurren en un círculo de redacciones, investigaciones, textos de opinión y debates periodísticos que incrementan esta pasión por la profesión y te adhieren más a ella, profesión que no tiene fecha de jubilación y finaliza en la muerte.

María sigue visitándome exactamente cada quince días. Sigo visitando a Valentina cada viernes luego del trabajo. Victoria viajará de Ecuador a Lima dentro de cinco días. Pasada la medianoche visito a Daphne cada vez que ella me lo pide.

Cada quince días Daphne me llama para que vaya a su hogar. Victoria llegará un viernes, me ha pedido que pase por ella al aeropuerto. No me he despedido de Valentina antes de la medianoche. Cada cinco días requiero la presencia de María, con urgencia vehemente.

No termina el curso de guitarra pero ya deseo tocar una balada de aquellas. Aún no logro afinar la voz correctamente, sin embargo, canturreo algunas canciones en privado. No termino de dejar el café a pesar del intenso calor, quizá es lo que más recuerde del invierno, tazas de café y pláticas prolongadas.

La maestra del curso toca la guitarra de una manera muy intensa que cautiva, posee una agudeza fina con ese arte, sin duda. Con una voz matizada y calmada canta una canción al ritmo del viento que entra por las ventanas. Al finalizar las clases ella toma una taza de café, yo me siento a su lado, coloco la guitarra en mis piernas y al ritmo de una melodía improvisada iniciamos un ameno diálogo.

El verano aún durará por algunos meses, mientras tanto, seguiré buscando una sombra para resguardarme del incómodo calor que trae consigo. Pienso seguir haciendo lo que me apasiona, más aún, cuando certifico cada día que es la profesión que me acompañará hasta la muerte.

Seguiré dándole la bienvenida a María cada quince días y recibiéndola con los mimos y caricias que solo ella me enseñó a dar. Iré a despedir a Victoria un viernes, luego de días amicales y cariño a raudales. Daphne dejará de llamarme antes de medianoche para que la visite, pues en unos días adoptará un chihuahua. Seguiré visitando puntualmente a Valentina cada viernes luego del trabajo y me despediré de ella al día siguiente.

Al final del curso cerraré las ventanas y tocaré la trova que anhelo entonar acompañada de una voz perfeccionada, gracias a la maestra. Tomaré una taza de café con ella, y juntos recordaremos en una plática interminable lo mejor de nuestro invierno pasado.

Decidí estar lejos de Lima para Navidad y Año Nuevo, viajar hacia alguna provincia de nuestro territorio donde no se adore excesivamente a estas fiestas, donde no se utilice el dinero como recurso para fomentar la felicidad y donde no hayan esos pecados que convierten innobles a las personas, como el lujo o la gula.

En mi travesía, alejándome de La Gris, manejo oyendo música clásica, abrigándome del frío andino y recordando algunos sucesos que lacraron el 2011. Entre ellos mi relación con Valentina, la recuerdo por encima de todas las mujeres que recuerdo. Elaboro preguntas y las pongo delante de mí, reflexivo y gélido, no quiero responderlas.

Llego al hotel luego de 8 horas de viaje, un hotel en la misma amazonía, joven y cálido, visitado por turistas nacionales e internacionales, no me considero un turista, solo un hombre que quiere estar solo y escribir en paz.

Es 24 de diciembre, no oigo ruidos citadinos, me siento aliviado (ya que por ese motivo me alejé de la ciudad) y en paz. Recorro el hotel en búsqueda de alguien más que tenga rastros de grinch, pero no lo sea. Encuentro a dos parejas, que quizá solamente no quieran participar de las fiestas, sino que aprovechan sus cortas vacaciones para tener el sexo desenfrenado y lascivo que quisieron tener en sus días de oficina.

Paso Navidad en la piscina del hotel, al salir, miro al cielo, respiro profundamente, hay una dócil armonía, siento orgullo de mi mismo, de haber logrado mi propósito. Soy un hombre solo feliz. No quiero regresar a mi habitación, así que decido quedarme mirando el paisaje, pensando en lo que fue el 2011, recordando todo y escribiendo todo.

Empiezo con el inicio, por lo insoportable que fue el verano el 2011, y a la insoportable de Sofía. Conocí a Sofía el 2010, era amiga de mis hermanas, frecuentaba mi casa y con timidez yo salía de mi habitación para dirigirle unas palabras. Era insoportable porque hacia alarde de sus 26 años pero se comportaba como una niña de quince y frecuentemente discutíamos por sus actitudes de quinceañera. A pesar de eso, nos gustábamos, nos mirábamos con deseo y codicia, yo más que ella. Regresó a su país natal de Miami a visitar a sus amigas, a terminar negocios, a pasar el verano, según ella, yo sospechaba que había regresado a refregarme en la cara porque nunca había respondido sus correos o mensajes, a refregarme lo que sentía por mí, quizá odio, quizá amor.

Las veces que me acostaba con ella lo hacia por algún fin, ya sea material o puro placer, era un acto autodestructivo y ruin pues sabia que daba motivo a que ella pretendiera una futura relación, lo cual hasta ahora no se me ha ocurrido pensar. Era malvado y a ella le excitaba eso, que le mienta, que le esconda la verdad, no le importaba si al otro día me veía con Roció (una exnovia a la que todavía frecuentaba sexualmente y que se cansó de mi vida libertina y pedante y desapareció, hasta hoy) o que salga con alguna mujer, a ella solo le importaba que no tarde en llegar a su hotel, suba a su habitación, nos metamos desnudos a la cama y concluyamos el combate carnal hasta que los cuerpos lo decidan.

Antes de que ella regrese a Miami hablamos por teléfono, le dije que no podía ir a despedirla al aeropuerto por motivos laborales, ella entendió pero su voz cambió, quería que deje de ser “malvado”, que por un momento muestre tristeza o cariño. Al regresar a mi casa Sofía me había enviado un correo, me decía que volvía en un año o dos, que me extrañará y que me recordará siempre. Hoy anhelo darle ese abrazo que no le dí antes de irse, y haberle dicho la verdad, que la quería con el alma, que hubiera preferido, ante todo, ser su amigo antes que su amante.

Meses después Victoria me recomienda que vuelva a escribir, que le gustaba leerme y que no debí cerrar el blog que tenía, le prometo que antes que acabe el año abriré uno nuevo. Asunto que cumplí, más que por cumplir con ella, por mi gusto por la literatura y por expresarme libremente.

Paso los días luego de Navidad, visitando cataratas y lugares turísticos de la región, a los cuales para llegar hay que caminar largos y accidentados caminos. Todo es natural, apasionado y pacífico, me encanta este lugar, la gente de amabilidad amplia, el clima sosegado y el ruido mínimo, pienso que debería quedarme aquí, a seguir escribiendo y leyendo, pero debo regresar a Lima, a lo rutinario y cansado del trabajo, a ser periodista y pelearme con todos.

Leo y oigo a muchas personas planificando el recibimiento del año nuevo, más a limeños regordetes y escuálidos que ya han reservado sus botellas de alcohol, su atuendo amarillo y sus playas al sur o norte para tener una fiesta de año nuevo “inolvidable”. En ese preciso momento es que me siento afortunado de estar lejos de La Gris, me siento independientemente feliz, duermo sonriendo, esperando la medianoche del 31 de diciembre.

No paso año nuevo en una fiesta, ni rodeado de gente que te desea no tan sinceramente un próspero año nuevo, ni de un sonido electrónico necesario para mover las partes del cuerpo, ni de botellas de alcohol de diversos colores y formas.

Paso año nuevo en la piscina de un hotel, rodeado de vegetación amazónica, de grillos que grillan plácidamente y que yo pienso, irónicamente, que es una manera de desearme un feliz año. Es año nuevo y sigo pensando en María, mi madre, y en “tres mujeres”, mi primera novela a publicarse este 2012.

El 2011 me da nostalgia, conocí a personas que ya no están y otras que están pero gustan estar ausentes, conocí el amor y también lo desconocí, conocí el odio y su profundidad, quise y me quisieron, quizá menos o mas, aprendí y me enseñaron, enseñé y aprendí enseñando, mejoré e intentaron cambiarme, otros cambiaron y empeoraron, mentí y dije verdades, algunas verdades me obligaron a mentir, fui libre mientras estaba encadenado y cuando me quite las cadenas seguía siendo un esclavo, fui feliz e infeliz, soy feliz pero infeliz cuando no estoy solo.

De regreso a Lima, el segundo día de enero, y luego de una larga conversación con mi cristiana madre, vuelvo a abrigarme para pasar el frío de Ticlio, pienso en Valentina y en aquellas preguntas que me hice en el camino de ida, y las respondo todas.

La sigo queriendo, la extraño pero no quiero verla, aunque necesito tocarla no me nace ir a buscarla, prefiero esperar. Valentina y yo salimos por unos meses, nos queríamos y todo marchaba bien, sin embargo, se apoderó de mí un afán de soledad desmedido, convertí mi grata compañía en insoportable, mi libertad se había limitado a la de ella y no podía caminar así. Le mentí egoístamente y actué por asfixia, concluí abruptamente todo vínculo y pasé días alejado de cualquier actividad laboral.

A pesar de haber finalizado todo, seguía yendo al hogar de Valentina, a seguir almorzando con Isabel, su abuela, seguía subiendo al segundo piso, entrando en la habitación de Valentina y saliendo de la misma transpirado. Ahora lo sé, no debí seguir visitándola, no debí romper la línea marcada, pero la razón no existe cuando los deseos dominan. Ahora lo sé, debí quedarme en mi sillón, escribiendo y satisfacerme evocando con nostalgia lo que fue. Antes de irme de Lima, nos vimos, hicimos el amor y nos despedimos fríamente, el olvido había puesto su sello, ya nada era como antes. Al salir de su hogar supe que ya no volvería a almorzar con Isabel, ni a subir a su habitación en el segundo piso y que solo me quedaría con el recuerdo de lo que viví en el interior de esa casa.

He vuelto a mi hogar, a mi habitación, a mi cama, a mi biblioteca y a mi sillón. Pienso que han sido los mejores días del 2011, he podido escribir tranquilamente y vivir una paz magna, los pocos días lejos de la ciudad han logrado su objetivo y siento que es la mejor manera de empezar el año, desvistiéndome para el verano, oyendo música suave y abrazando a María.