¿Sigues reciclando textos y mensajes mal redactados?
Al parecer, últimamente te falta inspiración y te vales de cualquier correo lleno de hígado. Una pena. ¿Y son todos de personas reales o llegas al punto de inventarlos? ¿Será real este?
¿Sigues llena del mismo ron, las mismas cenizas, los mismos dedos mordisqueados?
¿Siguen tus horas perdidas entre volutas de humo y música para llenar rincones vacíos?
¿Siguen tus juicios contra las zapatillas, mochilas y poleras o esa vocecilla rumea amargamente cuando te vistes?
¿Ya se resignó a verte al espejo de una forma que antes criticabas?
¿Qué otra moda te pudo más?
Novata.
Tal vez deberías cambiarle los nombre a tus blogs, ambos ya están tan trillados y ninguno te queda.
Ella sonríe en la foto
y la sonrisa acapara todo el retrato,
acompaña a otra sonrisa,
una sonrisa masculina
perfectamente acompañada
de una quijada de actor de novela.

Tú nunca quisiste ese selfie, por eso ahora te tiembla la mano para tocar dos veces la pantalla, sin embargo, lo haces. Hay que tener los dos dedos de frente para aceptarlo. Para detenerse a pensar un minuto y hacerse un autoanálisis. Tú nunca provocaste una sonrisa así, cargada de naturalidad y felicidad en estado puro. Lo tuyo fue a medias. Solo queda mirar tu sombra haciéndote mofas desde el piso.

Y escribes lento: "Me alegro por ti". Tardas un poco en darle a 'Enviar'. La segunda frase es más jodida para ti: "Realmente lo mereces." Ella se merecía algo mejor antes de conocerte a ti. Luego sigue un popurri de preguntas sobre el susodicho. Y sientes como si hubieras ingerido una pastilla de chiquitolina.

Lees una lista de planes que ella ha armado perfectamente. Incluye un viaje a Europa y una casa en Kentucky. También hay un carro y un perro grande saltando por todas partes. No podría estar mejor. Cuelgas todo orgullo y con los ojos nublados terminas sonriendo. Porque el amor no es egoísta. Y lo que aún queda en ti lo reflejas en esa sonrisa sincera. Realmente estás contento por esa mujer que te dio lecciones de vida, y que ahora es feliz. Completamente feliz.
Y al final lo único que recuerdas de ella,
es esa sonrisa al lado de tu almohada por las mañanas, 
acompañando el ruido del televisor
con un frío que se escabulle entre tus pies.

Cuando se va, la ves por toda la casa,
como si pasara recogiendo el tiempo
que ahora piensa que perdió,
como si evadiera toda responsabilidad de tu presente.

Y tú te quedas parado en medio de la sala,
con tus vinilos y los libros que compraron juntos,
te quedas con su valentía estrellada contra las paredes,
y ahora todo empieza a desvanecerse frente a ti.

Extrañas las discusiones por la cena de los viernes,
los días de cine e hibernación en el sillón,
las vuelta al mundo en bicicleta,
las borracheras con discos setenteros.

Todo eso se vuelve un cúmulo de cosas en tu cerebro,
una montaña de mucosidad junto a ron y Pepsi,
un laberinto autodestructivo que nadie entiende,
se abre una etapa en donde solo existes tú y nadie más.

Eres consciente que no va a volver,
que no importa cuantas cartas le escribas,
ahora eres un simple viajero hacia el spam,
y sin retorno, pero lo peor, sin oportunidades.

Observando esa realidad lo mejor sería rendirte,
pero prevalece tu orgullo, o algo más tonto,
tu terquedad masculina y vuelves a acercarte,
y confirmas lo que intuías iba a resultar peor.

Vuelves a visitar esos lugares,
esas esquinas o esos parques,
cometes los mismos pecados,
y el círculo vicioso parece nunca acabar.