El asunto está en dejar una cara o dos,
posicionarse en la parte superior de la hoja y empezar. 



Hay un placer enorme en escribir de nuevo,
 en iniciar un capítulo diferente, 
en terminar ese primer párrafo. 


Corriges errores de capítulos anteriores y te perfeccionas.
ese el asunto, al final de todo, mejorar.



Está prohibido empezar un nuevo capítulo 
sin haber leído bien los anteriores.
no es tan complicado, solamente necesitas determinación. 
Aquella noche jamás la olvidaré
tus amigos me miraban anormal
era el tipo que no debiste invitar
eso a mi no me importaba mucho
yo te veía bailar feliz
era tu noche, tu momento
estabas espléndida
quise acercarme, bailar contigo
tuve vergüenza de mis dos pies
mal momento para acordarme
que tengo dos izquierdos.

Luego nos fuimos por ahí
a un restaurante de Arenales
ni siquiera bailamos poquito
yo quería bailar contigo
alejarte de esas miradas jodidas
decirte que estabas bonita
que me gustaba tu cabello moverse
que tu vestido estaba radiante
que mi corbata estaba mal
y que no sabía bailar
que me disculpases por eso.

Tomamos un taxi hacia tu casa
hacía frío y te encogías
te abracé y se sintió suave
apenas y alcanzaba ver tus ojos
poca luz, mucho aire
tus mejillas estaban frías
fue suficiente con que me miraras
para entender que estaba rendido
no me quería ir aquella noche
quería ver a Lima despertar en ese amarillo
te besé y entendí todo.

Aquella noche no dormimos
nos sentamos en tu sillón
hablamos hasta las seis
tomaste mi corbata
me jalaste hacia ti
ya no sentíamos frío
tuve coraje para decirte
que deseaba volver a verte
tu lo quisiste también
aquella hora supe que
había una continuación.

Cuanto te volví a ver
no giraste el rostro
estabas parada frente a mi
tomé tus manos y sentiste
mi nerviosismo, no pude disimularlo
te advirtieron de mi
yo te invite a conocerme de a poquitos
aceptaste moviendo la cabeza
quizá fue un riesgo que asumiste
por eso valoré que lo tomaras
ahora lo sé, no puedo ser ese riesgo.

Te acercaste a mí
un día que todo se vino encima
me preguntaste cómo me trataban
si podía soportarlo, si podía seguir
yo me quedé callado y me hundí
únicamente me bastaba con oírte
con que tomaras mi rostro
era suficiente que llegaras
hasta hoy lo sigues haciendo
hasta hoy sigues convirtiendo a cero
todos mis jodidos males.

No sabes como agradezco
que me hayas invitado
ese día a bailar a aquella disco
pese a ser un intruso incómodo
me sentí bienvenido
al menos por tu sonrisa
la misma que estaba
cuando salía de clases
cuando quería que esté
ahí la encontraba
junto a tus besos inesperados.

Hace unos meses estaba
en tu sillón, abrazándote
mientras amanecía
julio del dos mil trece
pensé que no te volvería a ver
qué bueno que no haya sido así
que ahora estemos juntos
y hoy que abro mi libreta
y tengo un espacio a solas
quería darte las gracias
por tanta felicidad y cariño inmerecido.

Ricardo y Rodrigo beben por Petit Thouars un viernes por la noche. Ambos terminan los cinco de la semana cansados de buscar trabajo. Ricardo aún no consigue nada, las deudas lo acusan y vive de su último sueldo, el mismo que se le va en sorbos soberbios de licor. Rodrigo invita la primera ronda pues las condiciones de su amigo no son favorables para ningún cuerpo.

Ricardo sigue desvariado, en luto por la pérdida de su trabajo. Extraña las madrugadas frías en aquella oficina de Miraflores, las conversaciones con Marito, el jardín podado educadamente y que se convertía en un espejo cuando la luna se asomaba. Sin embargo, no quiere regresar jamás, no quiere volver a pisar ese edificio. Lo extraña prudentemente, con la nostalgia adecuada, sin caer en lamentos o reclamos.

Por otro lado, Rodrigo se prepara para ser padre, a pesar de la asimilación de esa noticia, no puede disimular el temblor en sus piernas. Siente nervios, temblores, incertidumbre, preguntas a su alrededor. Ambos se actualizan de sus últimas semanas. Rodrigo comparte su pseudofelicidad y Ricardo su pseudoestabilidad. Los dos amigos platican en una esquina, ocultándose de la poca luz, bebiendo, escapando de su desempleo en una ciudad que los trata con realismo y que los hacer ver como dos reverendos idiotas un viernes por la noche.

- ¿Qué vas a hacer? -pregunta Rodrigo.
- No lo sé – responde Ricardo, luego de pedir una cerveza más- simplemente me sentaré en mi laptop y empezaré a escribir lo que venga a mi cabeza.
- Es un poco tonto, ¿no?
- Quizá.
- ¿Por qué mejor no haces otra cosa?
- ¿Por ejemplo?
- Ir al cine, tener sexo, jugar fútbol, buscar una cita o algo así.
- No funcionaría, terminaría agarrando una servilleta del café y escribiendo en la cara de la chica.
- Te presento una mujer con la cual sería inevitable que te distraigas.
- ¿Vas a sacar tu lista de mujeres interesantes?
- No, eso sería machista, simplemente quiero que hagas algo diferente. Cánsate de ir a embriagarte Richi y llegar a tu casa los domingos a las 10.
- Llego a las 9.
- Te estás yendo al carajo tío.
- No lo sé, tal vez. Sucede que no puedes parar cuando empiezas a hacer algo que gusta.
- ¿Te gusta embriagarte?
- No, me gusta escribir ebrio, cuando escribo sobrio soy un idiota más.


Me he cansado de caminar en esta ciudad
demasiada escabrosa por las mañanas
mucha nostalgia por sus veredas
poco entusiasmo en los rostros.

Entre esos cuadros de semblantes abatidos
rostros que llevan en la frente “tengo sueño, no jodas”
aparece el mío, una mancha de cara de feliz
y es tu absoluta responsabilidad.


Voy a abrir la puerta de mi oficina
bajaré la escaleras y superaré esa salida
cruzaré ese parque verde y silencioso
esperaré el bus en la estación e iré hacia ti.

Hola, he venido a invitarte a caminar
pero no por aquí, no en esta ciudad
vamos por allá, caminemos en curvas o en parábolas
comamos mandarinas y contémonos de nosotros.


Caminemos hasta Arequipa, hasta el Misti
quiero besarte en Cusco
quererte en Apurímac
admirarte en Ucayali.

Caminar olvidando los bordes
observando los caminos que se abren
señalando con el dedo los detalles
quiero caminar trazando curvas contigo.

Lima no necesita poetas, Lima necesita reír joven.
Frase de Julián, compañero del puesto de periódicos luego que me dijera que el Perú se va al carajo y yo le haya contado de Sabales.

Ricardo se mira al espejo mientras bebe ron y exhala un poco de humo por la nariz. El teléfono suena y decide no atender, asegura que es el editor de la revista en la cual escribe columnas semanalmente que lo está llamando otra vez para pedirle su escrito. Ricardo no quiere que lo joda más el tal Sr. Vargas, ni tampoco alguna ex o el jefe de su trabajo, solamente quiere dormir, despertarse para seguir durmiendo y escribir de lo que no sueña.

- ¿Cómo es que te puedes sentir así y seguir viviendo? –le pregunta Renata, una amiga.
- Supongo que poco a poco vas quedándote así, sin nada en el interior, cuando pierdes el espíritu de lucha y los problemas se acumulan, lentamente sientes que te vas a la mierda y no puedes evitarlo.

Ricardo no puede indicar una fecha exacta en la cual decidió estar alejado de todo y de todos y tampoco puede indicar un por qué. Sencillamente un día decidió llegar del trabajo y no salir de su departamento hasta la hora de volver a trabajar. Levantarse, ir a trabajar y regresar para hacer lo mismo. Dormir, comer, dormir, escribir e ir a trabajar, una rutina que ha generado caos en su contexto amical. Ricardo vuelve a mirarse al espejo y se percata que la barba le ha crecido y su rostro está demacrado. Llevas semanas extraviado en sus propios hemisferios. Jodido.

Piensa que no es tan extraña aquella sensación que lo posee, la de barril sin fondo. Vacío. Le habla a su reflejo en el espejo con una voz similar a la de Tom Waits: ¿Acaso nunca has sentido querer largarte de esta ciudad? ¿Acaso nunca te has encerrado en tu habitación y has llorado hasta vomitar sin encontrar algún motivo? ¿Acaso nunca te has sentido nadie o nada? Sé que alguna vez te has tirado en tu cama y sólo te has dedicado a mirar tu maldito techo. ¿Acaso nunca te has sentido vacío? Golpea el espejo con su puño. La mano le sangra y se oye un sollozo sumiso y estremecedor. Deja su cuerpo fundirse en la ducha, no se desnuda, sólo deja que el chorro de agua le golpee la cara mientras sigue llorando.

¿Qué es sentirse vacío?, se pregunta Ricardo mientras se envuelve en toallas y se arrulla en su cama. Siente que una voz retumba en su cabeza y le dice: sentirse vacío significa ir a la deriva, no tener un objetivo, significa que todo lo que realices te aburrirá, que te angustiarás fácilmente ante cualquier cosa, no podrá encontrarás el placer, ni la felicidad, ni podrás admirar lo bello, te dejarás llevar por un torbellino de tristeza y depresión. Sentirse vacío significa que no te has atrevido a vivir. Ricardo prefiere no pensar en eso, por tal motivo el ron y las cajetillas. No quiere preocuparse, ni hacer planes o prometerse algo.

Tiembla, el frío a las 2:48 a.m. le entra hasta por los huesos. No hay luces, no hay sonidos, no hay emoción. Decide dormir, se abriga lo más que puede pero aun así sigue temblando. Su cabeza aún húmeda moja su almohada. Se recuesta de costado y observa su cenicero lleno, la botella de ron casi terminada y su libreta junto a un lapicero de tinta azul. Toma su libreta y escribe mientras gotas delgadas caen de su cabello: vivir es una bala al vacío.

Relato publicado en el boletín literario Sabales (Julio).
Las canciones ahora no son tan tristes
voy caminando al ritmo de aquellas
las que te compartí y me dijiste
que eran lindas y las empezaste a oír
¿recuerdas las letras de algunas?
¿me recuerdas mientras intentaba cantarlas?
nunca seré un buen cantante pero tarareo bonito.

Si te hablo de cerca es porque
me gustan tus ojos
porque te quiero besar
porque amo mirar tus pómulos
y tu sonrisa a medias
porque es agradable oírte y
también porque soy miope.

En este paseo rutinario por la gris
voy pensando en ti
en lo mucho que deseo verte bailar
y decirte apelativos bobos y dulces
invitarte a hacer maletas y viajar
olvidarnos de tus amigos
y de los míos y perdernos por allá.

Son las 6:46 am y he planeado algo
desviar mi camino e ir a buscarte
no estoy tan lejos realmente
así que iré hacia tu edificio
te esperaré porque tu siempre demoras
y me sujetaré a tu cintura, a tu espalda
hoy voy a pedirte que seas mi chica de nuevo.

¿Qué hay más allá de la frontera?
quizá lo llegue a descubrir en unos años
cuando tenga un mejor trabajo
y pueda escribir en paz
quizá la frontera la cruce contigo
en un auto viejo y oyendo muchas canciones
o también quizá la cruce mientras te busco.

Rodrigo dice que eres vanidosa
que no saludas y que miras feo
Brenda dice que soy malo
que mis intenciones son diabólicas contigo
Greta afirma que te haré daño
que debes alejarte antes que sea tarde
yo les digo que, por favor, se vayan al carajo.

A pesar de esas manchitas que odias
las que te hacen renegar
y dices te hacen ver fea
a pesar de tus tacos y complejo de estatura
de ese delirio por lastimarte con las uñas
de tus nervios o manías
tú eres la más bonita de Lima.

Te dije que ya no esperaba a la primavera
que la había encontrado
a unos minutos de mi casa
viajando por esa avenida revuelta
llegué feliz y tu me esperabas
la primavera estaba ahí
justo debajo del borde de tu puerta.

Aprenderé a tocar el piano
quizá también la guitarra
tomaré clases de canto
quizá así algún día
llegue a ser tu cantante preferido
ya que tu escritor favorito
nunca podré serlo.


Encontrar buses con pocos viajantes es una ventaja para Ricardo y su cansancio matutino. No tiene que esperar un asiento vacío pues ya los hay a las 7:00 a.m. en la ruta hacia el norte. Mientras va a casa, la mañana de un viernes, es hallado por algunas voces. Estas voces no lo dejan concentrarse en el diario que va leyendo, ni siquiera en el paisaje urbano que lo acompaña, es imposible que esas voces desaparezcan de su cabeza realizando alguna acción equis. Por un momento piensa que la profecía de su madre se va cumpliendo, aquella que expone que terminaría loco y además, encerrado en un hospital psiquiátrico alejado de sus seres queridos. Decide cerrar el diario y también los ojos, poner en orden a los protagonistas de esos murmullos que lo han abordado en su viaje rutinario.

Primero está la voz de Juan Gelmán que con un tono pausado susurra la última parte de su poema ‘Te nombraré veces y veces’. Ricardo imagina que Juan se lo dice mirándolo a los ojos: “Te voy a matar, yo te voy a matar”. Ricardo tiembla un poco, aquella voz es oprimente. Empiezan las interrogantes en sus hemisferios: ¿Por qué ha de matarme Gelmán? ¿Por qué mataría a un hombre que únicamente quiere escribir en paz? Ricardo no ha cumplido su promesa, no ha buscado más de Gelmán e imagina que un poeta argentino lo quiere asesinar por aquel motivo, por no buscar más allá de cuatro poemas de su autoría. ¡Qué tonto he sido, qué olvidadizo caramba!, piensa. Se hace el contrato de buscar más de él cuando llegue a casa, mientras tanto, se orienta en la siguiente voz.

La segunda voz es la voz de Julio Cortázar. Hace su aparición aquel acento gaucho-francés con dicción vozarrona diciendo: “Me diste la intemperie, la leve sombra de tu mano pasando por mi cara. Me diste el frío, la distancia, el amargo café de medianoche entre mesas vacías”. Ricardo lo detesta por torturarlo tempranito, no solamente con sus poemas sino con Rayuela y algunos de sus capítulos. Por ejemplo, el capítulo 32, la carta de la Maga a Rocamadour: “(…) te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete”. Luego se oye el capítulo 7: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca”, y luego el 34: “Maga, vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés? (…)”. Ricardo se siente abrumado con la voz de Cortázar y ese acento, y esa dicción, y el volumen; decide ponerle un alto. La voz que se oye mientras la de Julio se pierde es la de Alejandra.

La voz de Alejandra es armoniosa y calmada. Ricardo piensa que fue una precipitación tonta indicar que ella jamás caminaría junto a él. Alejandra y Ricardo han caminado unas cuadras rumbo al paradero días atrás. Él todavía se pellizca, no puede creerlo, no puede dejar de pensar en Alejandra ni en sus ojos. La voz de ella se oye con fondo musical y Ricardo imagina el movimiento de sus labios mientras ella expresa: “Cuéntame un poco de ti mientras vamos por un café Ricardo, pediré un cappucino y tú un americano y no iremos a caminar por el bordecito del mar, te hablaré de Huancayo y tú me contarás de Lima. Te enseñaré a bailar para que no pises otra vez”. Ricardo sonríe con cara de bobo. La voz se va y él hace el esfuerzo por retenerla. Piensa que sería feliz si su móvil sonara y oyera la voz de Alejandra diciendo cualquier palabra.

La voz de Alejandra desaparece y se oye un popurrí de voces. Son cantantes que entonan algunas letrillas. Para Ricardo esas voces se le hace conocidas, en algún momento de su vida cantó esas frases y ahora que vienen a él las canturrea bajito. Se oye a Michael Stipe (R.E.M): “That's me in the corner, that's me in the spotlight losing my religion”, sigue Cerati: “Todo me sirve, nada se pierde, yo lo transformo”, también se oye al gran Páez: “Dos días en la vida nunca vienen nada mal, de alguna forma de eso se trata vivir”, se suma Tracy Chapman: “You got a fast car, I want a ticket to anywhere, maybe we make a deal, maybe together we can get somewhere”, y para terminar el revoltijo aparece el flaco Spinetta: “Muchacha piel de rayón, no corras más. Tu tiempo es hoy. Y no hables más, muchacha corazón de tiza. Cuando todo duerma te robare un color”. Ricardo mueve la cabeza, el pie derecho y los dedos. Disfruta de ese momento mientras viaja por La Gris y espera llegar a casa y besar a Marucha.

De repente una voz gruesa y como de militar se va acercando a él diciendo algo que no entiende con claridad. Ricardo la ignora hasta que siente que le tocan el hombro. Abre los ojos y un señor de baja estatura y gordo le dice con tono sarcástico: “Joven, ¿va a Chorrillos?, porque ya llegamos a la Estación Naranjal”. Ricardo baja apresurado del bus, la última voz que oyó no la presagió y por eso sonríe. Llega a casa y se tira en su cama mirando el techo blanco de su habitación. No hay voces. Se queda dormido pensando en que a veces el silencio no sirve para sentirse feliz.



A Isabel, por los dos días y un lugar feliz.

Julio ha sido un mes complicado y de dormir poco. El penúltimo ciclo de la carrera se fue por la puerta grande y yo me he quedado despidiéndolo en silencio y con unos versos en la libreta. También ha sido un mes frío y enternecedor, un mes de dejar algunos vicios y de tiempo corriendo muy rápido. Me olvido un poco del patriotismo, de las protestas y la calle dura. Hace unos días, Julián, el amigo del puesto de periódicos de la Av. Angamos me dijo: “Joven, el Perú se está yendo a la mierda”, me fui pensando en lo que dijo y en que soy un poco egoísta porque concluí que con tal que no me vaya yo todo está bien.

Finaliza julio y me vuelvo a encontrar luego de algunos meses con Alejandra. Recuerdo que bailamos juntos en alguna discoteca que coincidimos debido al cumpleaños de una amiga de ambos, que la busqué aquel día en casa por la red pero que nunca me atreví a contactarme con ella porque quizá me consideraba demasiado malo o feo. Luego nos cruzamos en la universidad y se dieron esos saludos típicos de cortesía maquillada o de: creo que recuerdo haber bailado contigo; pero todo quedó ahí.

Alejandra y yo bebemos café en el onceavo piso de un edificio un sábado a las 2:00 a.m. y yo todavía no puedo creerlo. Me siento menos malo pero igual de feo. Un hombre así tomando café con alguien que nunca imagino es raro. Tenemos que organizar, como comisionados cada uno de un salón, una suerte de evento académico que se titula: lo organizas bien o desapruebas el curso. Son las 5:00 a.m. y hemos actualizado más las presentaciones personales de ambos que el programa de aquel evento. La única vía para que pudiéramos volvernos a comunicar era esa, organizando por gracia de nuestros docentes un evento, por otra vía jamás íbamos a cruzar palabras.

A esa misma hora me pregunto: ¿Qué sucede con nosotros luego que termine el evento? ¿Nos volveremos a saludar tímidamente como meses atrás? ¿Y si le digo para ir un día a caminar? ¿Y si le invito a tomar café un día de agosto antes que se vaya el invierno? ¿Pensará que soy un oportunista si le digo para ir a pasear? Lo más jodido es la única respuesta: Ella no caminará a tu lado, ni irá contigo a tomar café ni a pasear por Barranco o Miraflores, ni lo imagines. Esa sensación propia de sentirse malo o canalla para una persona por un pasado inmoral era una espada filuda atravesando mi pecho a las 5:10 a.m. Estaba claro, luego que el evento haya finalizado me iba a acercar a ella y le diría: Gracias por todo Alejandra, fue un placer. Éxitos en todo. Hasta luego.

A las 5:20 a.m. ya lo había decidido.

- Nunca he visto el amanecer –dijo Alejandra.
- Yo lo veo todos los días desde el segundo piso de mi oficina –respondí.
- ¿Quieres verlo desde el quinceavo piso?
- ¿En serio?, siempre he querido ver a Lima amanecer desde lo alto de un edificio.
- Entonces vamos, desde allá arriba se ve genial.

Subí con Alejandra hasta el quinceavo piso de aquel edificio y entendí porque ella titulaba ese espacio su lugar feliz. Lima, 5:40 a.m. y uno de mis anhelos habían sido cumplidos: ver a Lima amanecer desde lo alto de un edificio. Mi ciudad predilecta, la que siempre voy a extrañar si me voy, la Ciudad de los Reyes que constantemente admiraré, la misma que quiero que me vea morir. La Gris se levanta de puntillas, como diría Ribeyro, y no me canso de mirarla por todos sus lados. 

Hace un frío estremecedor allá arriba pero poco importa, Lima está que despierta y la miro con ternura, con añoranza y admiración apacible. Alejandra tiembla un poco, yo más, no puedo abrazarla, no es apropiado. Juntos vemos como el cielo se aclara hasta que las luces de los postes se apagan, luego de unos minutos bajamos para terminar las labores pendientes. Alejandra no lo sabe pero me ha regalado una de las mejores madrugadas, tampoco sabe que he tenido ganas de abrazarla y decirle lo bonita que se veía con el fondo azulado del amanecer.

Alejandra, 
tú y Lima contrastan,
la ciudad con mis manos,
tú con mi libreta.

A las 8:00 a.m. me despido de Alejandra con palabras de agradecimiento por la velada. Camino rumbo a casa y empiezo a escribir en voz baja. Quizá sea cierto, ella no caminará a mi lado, ni irá a tomar café conmigo o dará un paseo por alguna parte de la ciudad, pero he visto a Lima a las 6:30 a.m. desde el quinceavo piso de un edificio junto a ella, pienso, esa es la felicidad.


Eres dinamita
y estás loca,
jodidamente
loca.

Verano del 2012. Leticia está preparando café y ensalada, colocando en la mesa mandarinas y me dice: Vámonos de aquí una horas, comamos frutas y seamos felices, cuéntame cómo te ha ido en el trabajo. Recuerdo que tengo la agenda llena para sábado y domingo pero quiero correr con ella, olvidarme de los editores de algunas revistas en la que escribo que me tienen el teléfono lleno de llamadas perdidas y mensajes embravecidos. Si supieran que sus escritos ya están terminados hace una semana.

Leticia guarda en el borde de su montura roja la imagen de una mujer sazonada por la vida, capaz de hacerte transpirar las turbaciones y otras tonterías, camufla entre las líneas que bordean sus ojos la figura de una chica que no le gusta andar con rodeos, no le da vuelcos a un tema, te sitúa en una línea de realismo y no te sube a ningún altar superfluo. Ella me tiene al borde de un colapso nervioso y por eso nos largamos de La Gris, la necesito para colapsar totalmente.

La veo deslizarse en el asiento de al lado, baila, se contorsiona al ritmo de la música. El coche empieza una súplica y yo también. ¡Sigue bailando Leticia, por favor! Nos largamos de Lima pues la ciudad no necesita de ella, yo sí. Su escote me envía invitaciones y su short quiere escaparse por las ventanas. Paramos en la carretera y eliminamos la sed. ¡Qué delicia!

Leticia está loca.

Ella está en las palmas de mis manos y el timón se ha extraviado, nos podemos ir directamente al infierno pero eso no importa. El ron empieza a hacer efectos en nuestros cuerpos y cada kilómetro perdemos prendas. ¡Leticia qué bien te cae el sol! Ahora mismo pienso en los que me advirtieron de ella y es correcto lo que pensaba: sus cerebros no funcionan bien.

Llegamos a nuestro destino: un bar. Está localizado en Pisco, el lugar es un poco rústico pero brinda calidez a los que pasan por su territorio. Miro a Leticia por todos sus lados y es la libertad, y si existiera algo más que la libertad lo sería también. Me ha rescatado de una rutina agobiante y me ha dado un escape digno de brindar.

Brindamos. La beso. Nos vamos del bar y la beso en el coche. Unos bellos senos me castigan el rostro. Caen los anteojos. ¡La, la, la! Su cabello se une como verdugo, luego sus dientes y posteriormente sus manos. ¡Qué bellos dibujos en mi espalda! ¿Dónde está la blusa que traía Leticia?

Pisco nos despide y seguimos nuestra ruta hacia Nazca. El día va cayendo y Leticia fuma mirando el atardecer. Su mirada contrasta con el desierto, con el bolero que suena bajito y con las botellas desparramadas por los asientos. ¡Fúmame los hemisferios mujer! Paramos a un lado del camino a tomar fotografías y a descansar. Me besa el rostro, me abraza fuerte mientras nos sentamos en el capó del coche y nos miramos como si fuera la última vez que nos fuésemos a mirar.

- ¿Sigues pensando que estoy loca?
- Si, estás loca y también sigo pensando que no quiero regresar a Lima.

Relato publicado en el boletín literario Sabales (Junio).

¿Seguirás esperando mi novela? 

Olvídate por un momento que hay una segunda oportunidad, no existe tal oportunidad, es una utopía, solo tienes una y no puedes dejarte enredar con cojudeces y bobadas. Si tienes que hacer algo, hazlo, no titubees. Está prohibido dudar en la puerta del bar.

Victoria, la amiga de siempre, ha leído una publicación mía en el blog y luego de meses desaparecida me envía un correo, no es un correo formal, es un correo en donde exige casi enloquecidamente que me salve de La Gris.

“Ricardo, hace poco leí una publicación tuya, sobre tu afán estos últimos meses por escribir disciplinadamente y a veces no encontrar el lugar apropiado o no tener el tiempo necesario. Sabes lo que tienes que hacer, tienes que irte de Lima, lárgate de esa ciudad, olvídate de todo unos días, te hará bien. Lima no te dejará terminar tu novela, no te dejará escribir nada, Lima te va a enfermar, te llevará hacia un torbellino y en él te destruirá. Huye Richi, vete de Lima unos días, olvídate del frío, del trabajo, de la universidad, de no dormir, borra esa rutina tuya un momento de tu cabeza y desaparece. Te hará bien, te lo digo yo que te conozco desde pequeño. Lo que necesitas es un tiempo a solas para olvidar lo que te atormenta, lo que te hace sentirte tan débil y vacío."

Con cariño. Vico”

Quizá tenga razón, quizá también está loca. Me voy de casa pensando en sus palabras, voy rumbo a Barranco al encuentro de Julia. Hemos pactado vernos para desfogar algunos sentimientos y resentimientos. Ella está pasando un tiempo malo y es propicio juntarnos para conversar y beber un poco. Luis finalizó su relación porque ella se negó a tener intimidad en sus días de menstruación, esa es la verdad, que el tipo haya utilizado las típicas mentiras para terminar, esa es otra pendejada. Julia tiene una arrechura jodida y una depresión que le hace doler hasta los ovarios.

- Sabes Richi, mañana quiero tener una resaca de mierda, olvidarme de ese huevón y de su mente enferma.
- La vas a tener, para eso estamos aquí.
- Andas con una cara de puta sin clientes, ¿qué pasó?
- Pensaba en lo que me dijo Vico, en la oportunidad de largarme de Lima unos días, pronto se vienen mis vacaciones en el trabajo y dudo si quedarme y pasar los días aquí o irme de viaje, son 23 días carajo.
- Yo pienso igual que Vico, irte lejos de esta mierda te hará bien.
- El asunto es que hay cosas por hacer aquí también y muchas.
- ¿Y si hubiera la oportunidad de irte, te irías?

Julia no está tan loca pero si bien ebria. Al otro día, ella está feliz y yo tengo la resaca que ella deseaba. Tirado en mi cama pienso en la oportunidad de irme y en si es que realmente un viaje tendría el efecto sanador, reparador, relajador, etc. ¿Realmente necesito ausentarme de mi ciudad predilecta para escribir como yo deseo? Lo pongo en la baraja de mis preguntas.

Me he negado a escribir de Mariana en su totalidad, de sus días y nuestro tiempo. Aunque no puedo, es un ejercicio tonto negarme ese placer: “Mariana, no quiero escribirte texto largos y adornados, quiero decir lo que tengo que decir mirando tus ojos que me encantan, esos ojos profundos que me turban. Quiero darte los besos que no me das, los que me envías por las noches y no llegan a mi boca. Mandemos con educación y cortesía lo que incomoda, lo que duele y pesa, al carajo.”

Si tuviera la oportunidad de escapar de Lima junto a Mariana, no lo dudaría ni por un instante.

No me quiero dormir porque después
no me voy a poder despertar.

Deseo que mis cenizas sean tiradas al mar peruano, que se hundan en aquel manto decolorado y triste el cual me acompañó muchas veces en esos días que caminaba como un loco con una libreta bajo el brazo y me sentía nadie. Me sigo sintiendo así, la diferencia es que ahora lloro menos y fumo más.

A partir de las 8 a.m. para adelante solo pienso en dormir y si alguien se atreve a llamarme antes de la 1pm es condenado a la horca sin poder defenderse. Si me dicen que voy a ser papá, que un familiar falleció o que seré millonario antes de las 8 a.m. es probable que no me importe. No podría demostrar alguna emoción, no me inmutaría, al contrario, iría olvidando toda noticia en el camino hacia mi cama. Luego de la 1 p.m. podría sonreír, celebrar, emocionarme. Antes no.

Trabajar de madrugada es exacto para mi resto del día, pues puedo desarrollar asuntos de la universidad y otros proyectos con total normalidad, ojo, si antes he dormido al menos 4 horas. Si no es el caso puedo ir por mi fiel café y todo está solucionado. Aunque siempre están aquellas “almas bondadosas” que te aconsejan para “bien”, te hablan de lo dañino de tomar café y te sugieren renunciar a tu trabajo de madrugada porque te puede volver loco. Los miro con una amabilidad mentirosa y mentalmente los mando al carajo.

Gardel me recuerda a Nadia. Quizá por eso a veces tarareo “El día que me quieras”. ¿Llegaste un día a quererme o a quererlo? ¿Necesitabas eso, un hombre formalito, católico, que vaya a misa y que cante bonito? Quizá si. No necesitabas a un tipo con hemisferios cerebrales jodidos y que pensara solo en escribir, te asustaba el chico demente que podía follarte en el confesionario mientras el cura daba la eucaristía. Lo siento Nadia, nunca seré así.

Valentina me odia, creo, y la verdad es que no me importa mucho. Me preocupa más el estado de su abuela, Isa, y de su madre, Mar, hace meses que no las veo y no tengo noticias de ellas. Las extraño. Mar, el día de mi cumpleaños (hace una semana) me sorprendió con un mensaje de texto. Realmente no pensé que se iba a acordar de mi onomástico, sin embargo, al mediodía: Feliz día, siempre serás mi amigo. Sra. Mar e Isa. Me estremeció y estuve callado buen tiempo planeando una sorpresa para ella e Isa.

Lo tengo proyectado. Cuando Valentina se vaya a trabajar iré a aquella casa en Magdalena donde fui feliz tantas veces y llevaré el postre que les gusta a Mar e Isa. Tomaremos café y le contaré a Isa de lo que hago por estos días así tenga que alzar la voz. Yo oiré las anécdotas de sus pretendientes, de sus amigas del colegio y hablaremos de las noticias que lee en el diario. Reiremos mucho, hasta extasiarnos. Cuando me despida las abrazaré muy fuerte a ambas y les diré: Ustedes siempre serán mis amigas.

Los buenos tiempos vuelven a tocar la puerta y se tiran en mi escritorio. Me llega una invitación para escribir en una revista, la acepto; en la universidad el proyecto del Grupo Literario Sabales va tomando potencia y se afianza para cosas más grandes; se acerca la gratificación y celebro con algunos amigos el medio siglo de Rayuela; lo único triste es que Camila no está para contarle todas estas cosas.

A veces la extraño. A veces también me siento solo.

día cero

memories 

mil desfogues

nunca encontraré a alguien que se parezca a ti

héroes del ayer

tú y yo


Hoy amaneció triste. Debo quererte, pero no puedo.

Aquel sábado, un día antes del tercer domingo de junio, no quise presenciar la despedida de mi padre en el aeropuerto. Inventé una excusa a mi madre para no estar presente en ese momento. Me parecía inconcebible la idea de despedir con llanto y dolor a un esposo que escapaba de su hogar por, según él, haber encontrado el “verdadero amor” en otras tierras. Vendió su auto, sus ternos los repartió entre algunos amigos, dejó algunas camisas en mi cama y envió con mamá un recado a su único hijo. Era un mensaje mediocre justo a tres días de mi cumpleaños el cual arrojé al tacho.

El día siguiente el silencio se apoderó de la casa, aquel lugar paternal estaba vacío, sabíamos, mis hermanas, mi madre y yo que no iba a regresar. Los domingos (Día del Padre) en que me levantaba temprano y corría hacia su cama con un regalo entre mis manos ya no iban a volver. Era en vano reírse o sonreír. Yo estaba decidido a olvidar su cariño y su imagen amical durante tantos años. En la noche de aquel domingo lloré con coraje, me quedé triste y perdido durante horas y días. Mamá se acercaba por las noches a mi habitación y me recostaba en sus piernas, me acariciaba el cabello y me decía que todo iba a estar bien, que es bueno volver a empezar y que debía tener fuerzas. Llorábamos juntos y me apagaba la lámpara antes de dormir. Nunca me había sentido tan débil y con tantas preguntas en mi cabeza.

Ha pasado casi un año desde aquel domingo y puedo decir valerosamente que he y hemos sobrevivido a su partida y a su ausencia. Hay días en que lo culpo directamente de algunas desgracias sentimentales que me pasan, de ser la razón por la cual un hombre no puede querer como antes, de que sea el culpable directo de mi inestabilidad emocional. He aprendido a llevar los problemas míos, los de mis hermanas y los de mi madre hacia el precipicio del olvido y he podido pescar soluciones salomónicas para el bienestar de la familia. Sigo siendo el mismo loco de siempre, solo que ahora soy más ordenado.

Me he quedado con lo que aprendí de él. He guardado los mejores momentos a su lado porque me parece justo conservarlos y no dedicar mis fuerzas a odiarlo por completo. El odio no hace mas que carcomer el alma con días terribles en donde solo puede estar uno, no hay cabida para nadie más. El odio y tú, solo ambos. Vivir así es vivir una vida desgraciada y maldita, opción que he descartado totalmente. Prefiero evocar con nostalgia pacífica nuestros viajes, nuestras conversaciones y nuestras bromas, aquellos seudónimos que nos poníamos con gracia el uno al otro en aquellos días que hubiera querido no acabasen.

Mi padre es un zorro de arriba y de abajo, pero también de izquierda y derecha. Un hombre inteligente pero débil a los encantos femeniles, tal vez esa debilidad lo ha llevado a donde está en la actualidad, lejos de su familia, de su madre y de su gente. Un hombre no es exitoso cuando elimina sus debilidades, lo es cuando aprende a desarrollar con estabilidad sus fortalezas. Junto a él aprendí a ser paciente, a ser directo y no hacerme malos rollos con asuntos sin sentido, a ser cínico en su debido momento y a aguantar los golpes aun cuando vengan de lado menos esperado. Los zorros matan por emoción y se alimentan de cualquier unidad para sobrevivir, entierran su comida para cuando tengan hambre y se adaptan a diferentes tipos de clima. Eso también aprendí de mi padre-zorro.

Durante estos meses me había costado hacerlo, pero al final he llegado a aprender lo que es perdonarlo y quererlo. Sé que algún día volveré a ver a mi padre, quizá en unos años o en unos meses, y hasta ahora no sé qué podría decirle. ¿Hola, cómo estás?, ¿Te extrañé?, ¿Qué ha sido de tu vida? Sigo pensando en ese saludo. No obstante, de algo estoy completamente seguro, que después de haber platicado y habernos actualizado en la línea del tiempo lo abrazaré fuerte y le diré al oído: “Nunca voy a querer a ningún hombre como te quiero a ti papá.”

Dane hace poco me invitó a un evento social en un CETPRO (Centro de Educación Técnico Productiva) en Jesús María al cual asistí con agrado. No tenía ni la más mínima idea de lo que era aquella residencia hasta que salí haciendo gestos de reverencia y agradecimiento por la amabilidad y la agradable experiencia. Estuve más de dos horas actuando un buen comportamiento, es decir, sentado en un rincón del auditorio principal leyendo revistas de Catecismo y Eucaristía mientras veía pasar monjas y niños. Casi inmóvil y en silencio.

Estaba completamente aburrido y con un hambre colosal. Le confesé a Dane mis deseos de irme junto con ella por el desayuno que nos hacía falta a ambos, ella me respondió que tenía que tener paciencia, que dentro de un momento iba a terminar y nos íbamos a ir. Paciencia es lo que me falta, creo que desde niño lo he sabido. No pude quedarme más tiempo sentado y empecé a recorrer las instalaciones del centro. Vino a mi mente la imagen de mamá cuando tenía 8 o 9 años y me llevaba a las reuniones con sus amigas de la iglesia.

Antes de entrar a la casa de Doña Sara me apretaba las mejillas con una ternura rara y me decía: “Pórtate bien Richi, no toques nada y estate calladito”. Naturalmente hacía todo lo contrario. Yo veía a mamá desde lejos apuntarme con el dedo, escondiendo su rostro gruñón con su taza con manzanilla. La verdad es que no soportaba ver esas series que las niñas de la casa veían, me aburría oírlas comentar sobre la novela mexicana de las 3:00 p.m. o que una de sus muñecas se quedó sin una prenda. Yo quería alcanzar esos libros coloridos que el esposo de Doña Sara guardaba en su repisa, pues imaginaba eran comics, y en el intento por alcanzarlos rompía algunos objetos de porcelana con dibujos de ángeles y bebes. Doña María casi siempre se despedía con una deuda en la cartera y con un hijo que se iba a ganar algo más que un jalón de orejas en casa.

Habían pasado dos horas y seguía en aquel lugar, con el hambre de hace una hora y con Dane repitiéndome que ya nos íbamos a ir. Exactamente en el momento en que mi tranquilidad se apagaba, en el que mi cuerpo perdía la serenidad y mis ganas de bailar en medio del auditorio con la música que las organizadoras habían puesto se incrementaban, en ese instante en que susurré bajito: “Jugaré esa tómbola y hasta que no gane lo que me guste no pararé”, en ese breve lapso en que se me pasó por la cabeza invitarle a la Madre Superiora unas cervezas para celebrar el evento, Dane se me acerca, me toma las manos y me dice: “No estarás pensando en pórtate mal ¿no?”.



Tengo un problema: no tengo tiempo para escribir como quisiera hacerlo. Extraño el blog y a mis lectores, quizá a los pocos que aún siguen pasando por aquí desde su creación, sin embargo, hasta hoy nunca se me ha pasado por la cabeza abandonar el blog, tirar la toalla, dejar de publicar. Jamás.

Sucede todo lo contrario, en esos minutos que le robo a la rutina universitaria y laboral, mi libreta hace su aparición e inicio la terapia pensando en este espacio. Terapia explicada en la primera parte de esta publicación (Maldiciones cortas).

El invierno y los grisáceo que se pone Lima por estos días es de gran ayuda para escribir, por eso mismo, he vuelto a recolectar los breves escritos en mi borrador que gracias a La Gris han surgido. Es así que se ha edificado una muralla con los precarios párrafos nacidos de una mente alterada.

Ni siquiera sé por dónde empezar

- Ahora todo es complicado y sencillamente no puedo decir: el principio de todo fue aquel día, porque es probable que no haya habido un principio, pero estoy seguro que hubo un final.
- ¿Cómo resumirías tu estado?
- Llevo meses de vagabundo. Libertino. Quizá extraviado en mis propios hemisferios. He perdido las ganas de escribir y me he evocado solo a escuchar a The Smiths. Han pasado tantas cosas, prometo en cuanto pueda, lo más probable en unos meses, contarte más. Hasta entonces.

Qosqo y ella

La pistas y veredas me estresan
no quiero más luces y semáforos
estoy cansado del metro y los edificios
vamos a Qosqo, Alejandrina
vamos a dar una vuelta por Ccorca
Poroy
Wanchaq y
San Jerónimo.

Voy a robarte un beso
mientras te pones chaposita
nos amaremos al ocultarse la luna.

Niña linda, vamos a bailar
agitaremos los brazos con el viento
abrázame fuertecito, Alejandrina
celebremos este sentimiento
p'unchay, p'unchay, que hermoso p'unchay.

Alejandrina que chaposita despertaste
tus sentidos contrastan con los montes
verdecitos todos, felices hasta el pico

Ay mi ñust'a, que bonita estás
a Lima ya no quiero regresar
me quiero quedar en Qosqo
contigo y nuestra paz.

“Los tipos como tú deberían morir”

- ¡Eres un perro y los tipos como tú se quedan solos, viven solos y mueren solos!

Dana lloraba mientras gritaba de impotencia, de coraje, de bronca. Se había vinculado con el tipo equivocado, con el chico que no podía ser mencionado entre sus amigas cercanas, el hombre que representaba a la imperfección, el escritor amoral que robó su moralidad con besos libertinos.

- Ambos debemos morir, yo por querer liberarte y tú por tiranizarme.

Silver Linings Playbook

La talentosa Jennifer Lawrence en la comedia romántica Silver Linings Playbook de David O. Russell protagoniza el papel de una viuda ‘loca’, Tiffany, que acababa de perder su empleo por razones pecaminosas. Hay un fragmento de la película en el que Tiffany increpa a Pat, interpretado por Bradley Cooper, por haberla juzgado sin conocerla y por la vida que llevaba Pat luego de la separación con su esposa. Tiffany se exalta y grita:

"Tienes miedo de estar vivo, tienes miedo de vivir, eres un hipócrita, eres un conformista, eres un mentiroso. Me abrí contigo y me juzgaste, eres un idiota."

Hace poco oí palabras parecidas desde los labios de Valentina y las cuales me dejaron en un estado de vagancia mental increíble. Valentina había acertado y eso era lo peor de la noche. En el bus de regreso a casa repase sus palabras. ¿Miedo a estar vivo?, carajo, mejor no respondo. ¿Miedo a vivir?, a veces, no siempre, quizá. ¿Hipócrita?, creo que se excedió. ¿Conformista?, nunca. ¿Mentiroso?, pienso que me conoce demasiado. ¿La juzgué?, si, y tiene razón, soy un idiota.

Duda

Por esta parte de la ciudad
al parecer nada ha cambiado,
sigo bailando pésimo
aun no aprendo a jugar ajedrez
bebo menos café
y estoy a punto de graduarme.

Sigo escribiendo como siempre,
voy a terapia los viernes,
lo sábados juego fútbol,
y los miércoles voy a caminar.

Me contaron de ti,
fue hace poco,
que sigues yendo al gimnasio,
mintiendo en el confesionario,
faltas a veces a la facultad y
que te has comprado una cámara.

No voy a hacer demorar
tan solo quiero contarte:
es que ayer encontré
a alguien como tú
y me hice una pregunta.

¿Tú también piensas en mí?

Diana odia los boleros

Diana, mi compañera de trabajo hace semanas me confesó que odia los boleros, que detesta llegar a la oficina y oírlos porque yo los pongo. Le digo, en mi defensa, que me hacen recordar épocas maravillosas de mi adolescencia. Por ejemplo, los domingos que visitaba a mi abuelo en su casa en Chosica. Eran domingos fantásticos, de buena música, buena comida, abundante cerveza y risas.

Antes de que anocheciera, mi abuelo sacaba su colección espléndida de boleros y se sentaba a mi lado a oírlas. Sonaban Lucho Barrios, Los Panchos, Julio Jaramillo, Pedro Otiniano, Iván Cruz y Segundo Rosero. Bebíamos, nos contábamos historias, reíamos y volvíamos a beber hasta la hora de volver a casa. Diana me dice que todos los boleros les parece iguales. Ella quiere salsa, rock, música electrónica y otros géneros. Yo solo quiero recordar aquellos años, recordar a mi abuelo y su casa grande, los atardeceres y las historias, y sonreír por un momento.

A Basdala

Poema escrito por Roberto Ávila en su poemario S.O.R.E.M (2013) para el autor de este blog. Digno de compartir.

Te recuerdo prematuro de cenizas,
lúcido de manuscritos delirantes,
animal tierno de este monte,
un higo verde en el huerto frondoso.

Te parió el coloquio de las amarguras blandas,
reposaste en el regazo de la duda,
con el sueño negro de dos aguaceros,
escondido en la caverna antigua de la crisis.

Basdala, si la soledad te ha acompañado
con la triple imagen de Atenea,
no andes rogándoles a la aurora
que le de piedad a tu insolencia canina.

La silla acrílica te sostiene en el olvido
cuando le gritas sonoro a la zozobra,
y te manchas de sombras con mi luna
acariciando la tinta frágil de tu pluma.

Basdala, amigo de la rima mía
y del soneto armónico de mis alegrías,
ven y camina más conmigo en el alba fría,
para crear fuego y renacer de sus cenizas.

¿En qué momento se jodió todo?

¿En qué momento dejé de preguntarme porque hago lo que hago? ¿En qué instancia de la vida empecé a comportarme diferente? ¿En qué tiempo me propuse invitar chicas a mi departamento y luego de follar olvidarme de sus caras? ¿En qué minuto dejó de afectarme si es que no las vuelvo a ver? Incluso, no me afectaría si es que las veo llorar. En lo mínimo. ¿En qué lapso nació un odio a las formalidades y creció la pasión por lo clandestino? ¿En qué momento empezaron a preparar el café de una manera diferente en mi cafetería de siempre? Por eso ahora prefiero hacer café en casa. ¿En qué período de estos años empecé a caminar sin preocuparme en algún destino? ¿En qué momento dejé de extrañar a Belu, a Rocío, a Valentina, a Angeli, a Nadia, a Dane, e invitarles un vino y conversar horas?

¿En qué momento olvidé que tan solo necesito amar y que amen?

¡Goza mi morena!

Domingo veraniego en donde Carmen, la morena que me cuidaba de pequeño, viene de visita a casa. Carmen es una morena quimbosa, de sabor peruano original y sonriente las 24 horas del día. Sus platos hogareños me marcaron el camino a ser un “todo terreno”. Carmen es aliancista desde antes que naciera y es apasionada en todo lo que hace. Recuerdo que bailaba junto a sus ollas, yo la miraba desde el sillón, cadera de aquí para allá, ¡epa!, exclamaba, aplaudía, era una fiesta deliciosa.

Un día le jalé el mandil, le dije: Seño’ Carmen también quiero bailar. Me tomó de las manos y cual marioneta me electrocutó el cuerpo con su baile criollo, y también caderas de aquí para allá empecé a aplaudir, a gozar, a moverme como ella, sentí desfogue, felicidad, mi Perú era ella, la victoriana de todos. Carmen, mi morena quimbosa, sigue con esa sazón de siempre en los pies y en sus platillos. ¡Ay morena quimbosa, esta tarde no te escapas, vamos a gozar otra vez juntos! –le digo mientras me le acerco bailando. Ella sonríe como antes, como aquellos días en que me electrocutaba con su arte.

Ella, otra vez ella

La soledad
otra vez
muy puntual
como siempre
acercándose al balcón
prendiéndome el cigarrillo
azucarando mi café
arrebatándome el alma
con música suave
con vientos del sur

Le cedo un espacio
guardo silencio
me fulmina, me acaricia
no es su fuerte
hablar de amor
me seca los mofletes
me brinda aire
respiramos ese lapso
un breve momento
para dos.

Un poquito de pinga ¿sí?

Sara es una de las mejores del aula en la carrera de Arquitectura. Primera en la mayoría de las materias. Uno la ve pasar por la acera y no se atreve a acercarse para pedir el número de celular. No se inmuta si le mandan un piropo o le susurran una oda. Es una mujer analógica, como las que se extinguen por estos días. Tuve el arranque de hablarle en la cafetería de la facultad y al parecer mi apariencia de falso nerd ayudó.

- Me pasas el azúcar, por favor -solicitó ella.
- No, me falta endulzar –respondí.
- Pero si ni cucharita tienes.
- Préstame la tuya y podré endulzar entonces.
- No creo.
- ¿Por qué?
- Porque la he usado.
- ¿Y si la limpio?
- No, porque tiene mis bacterias.
- Pensé que las santas están libre de todo mal.
- ¿Santas? ¿Yo santa? (Sonrió sarcásticamente)
- Esa imagen das.
- Aprende a diferenciar entre santas cabales y entre libertinas reservadas.
- ¿Eres una loca perfil bajo entonces?
- Quizá.
- No me gusta esa respuesta.
- No me gusta que me nieguen el dulce.
- No me gustan las mujeres que guardan las apariencias. No hay nada mejor que mostrarse como uno es.
- Tal vez es un chaleco anti-pendejitos alucinados.
- Yo no soy uno, pero me agradaría quitarte ese chaleco. Los chalecos anti-cualquier cosa siempre pesan.
- Tengo mucha fuerza, además el peso es bueno, a veces.
- No es bueno para querer, para amar o para follar.
- Me lo quitaría si la razón fuera la última.
- En mi departamento tengo muchos ganchos que soportarían tu chaleco.
- ¿Tienes azúcar en tu departamento?
- Tengo marihuana y la próxima clase sin profesor.
- Te presto mi cucharita entonces.

Martín Roldán

-El otro día leí algo más o menos así: 'Si un escritor se enamora de ti, vivirás para siempre'.
-¿Es cierto eso?
-Realmente no lo es
-Otros dicen que sí
-¿Quiénes?
-¿Otros escritores?
-Eso es un floro que usan para computar chicas
-Me lo imaginaba
-Realmente el que vive para siempre es el personaje, no la persona quien la inspiró, ¡y eso!, si es que el libro sobrevive al tiempo y a la crítica.
-Debe ser bonito inspirar una historia, un personaje de novela
-Sí, de hecho que lo es, pero eso a las chicas de ahora no les interesa
-¿Por qué dices eso?
-Lo digo por experiencia
-A mí sí me interesa
-Pensé que tus intereses iban por otro lado
-Es verdad, pero en el fondo a las mujeres también nos gusta saber que inspiramos algo
-Siempre y cuando se fijen en alguien con la sensibilidad suficiente para descubrirlo.
-Si pues
-Y eso no es habitual en las mujeres
-Espero algún día inspirar algo bonito, y quizás vivir para siempre
-Ya lo estás haciendo
-¿Cómo?
-Este momento, este instante en la distancia entre tú y yo. Este ahora es la eternidad
-¿Y lo vas a escribir?
-Algún día, posiblemente algún día

Extracto de la publicación ‘Diálogos postconcierto de The Cure’ del blog ‘Generación Cochebomba’.

El cuerpo huele a sangre

Ricardo balbucea algunas palabras desde su cama, la fiebre lo está atormentando varios días y en la facultad ya es preocupante su ausencia. Toma su lapicero con poca tinta y me informa del caos en el que vive. Escribiendo, así sobrevive a su enfermedad. Lo hace espléndidamente a pesar de su estado y es algo que aprecio mucho. Me estruja.

- ¿Por qué extrañas tanto a Nadia?, le pregunto.
- Nadia me hacía sentirme un desdichado, un hombre enredado en un torbellino de soledad, quizá por eso me hace tanta falta.
- Eso no es muy alentador.
- Yo lo utilizaba para mi vicio.
- ¿Vicio?
- Escribir.

Nadia, la chica de la voz perfecta ha escapado dejando a mi amigo moribundo. Le he prometido a mi camarada buscarla y darle la mala noticia: has matado a Ricardo.

¡Arriba, siempre arriba!

Su especialidad no era poner las cartas sobre la mesa, pero si las nalgas. Era la dueña de los escritorios y de los pupitres. Poseía un poder indiscutible para conducirme a su sexo. Era cocaína. La adicción de un tipo que escribía desnudo de su silueta a las 3:18 a.m. Vicio con efectos delirantes.

Los fluidos de sus poros eran almíbar. Su cuerpo era el mejor afrodisíaco. El arcoíris se dibujaba desde su matriz. Bebíamos de cabeza y nos domesticábamos con coraje. Su ninfomanía era alerta roja en mi tacto. Éxtasis de lujuria absurdo de no inhalar. Si algún día la vuelven a ver, decirle que me busque en el manicomio después de las 3:00 a.m.

No me voy

Prometo ser más disciplinado
conmigo mismo
con los que pasan
de vez en cuando
pero pasan
con los de siempre.

No me voy
a pesar de los vicios
no me alejo del camino
me quedo un tiempo más
por el inicio
y también por el final

Mi hogar me ha dado alas
un lugar donde jugar
idealizar y elevarme
hoy no se aterriza
olvídate de las despedidas
no me voy

Un respiro y seguimos
por las historias
por la prosa hermosa
por los cuentitos
por ellas tres
no hay marcha atrás

Salud por este tiempo
por la soledad
y la compañía
por la larga estancia
este es mi cobijo
no me voy.

Un día de aquellos mirábamos entre la gente
nos llegaron a presentar con mucha seriedad
yo declamaba algunos versos y tu oías delicadamente
mientras un tango acompañaba entre la ebriedad.

Me acerqué a tu mesa y susurré algunas canciones
tomé tu mano y bajamos hacia donde truenan las olas
la brisa era sublime e invadía los corazones
nos abrazamos para olvidarnos de noche tan frívola.

Trazamos un camino hacia nuestro lecho de calidez
tiramos el respeto y la cordura junto con la ropa
el sonido de tus labios irrumpió entre la mudez
y nuestros cuerpos decidieron viajar viento en popa.

Luego de aquella noche desapareciste entre la gris
no he podido hallarte y mi búsqueda ha sido un siniestro
has dejado mi alma encarcelada jodidamente en tu matiz
y he vuelto a aquel bar con la esperanza de volver a ver tu rostro.

Ya no busco mi destino entre tus infiernos ardorosos
mi indagación sobre tu paradero tiene otro designio
te busco para implorar tu cariño maldito arrodillado en tus regazos
solo para escribir en la palma de tu mano: esta noche, duerme conmigo.


¿Y si te dejas un poquito?
Te canto con el ukelele
y así olvidas estos días aburridos,
estos días de locos.

¿Y si nos vamos a Madrid?
Te recito poemas de Cortázar
y así te olvidas de las migrañas,
de tu ansiedad.

Nos queremos un tantito más,
solo si te dejas.

Luciana C.
Es una afirmación desquiciada
no odio a Mala, pero asevero que debería expirar
convendría evitar inhalar sus pecados
ser cómplice de sus caídas
compensaría extrañarla cuando se vaya.

La invento, ella me suprime
respeto sus tiempos, ella irrumpe en mi calendario
disparo a matar, ella se refugia de las balas
entono con mi guitarra, ella sube el volumen a sus parlantes
la espero en aquella hamaca, ella nunca pasa por mi avenida.

Mala, mil veces mala
que nombre más preciso para ese cuerpo
cuerpo del que estoy aferrado con misterio
misterio al cual siempre sumas interrogantes
interrogantes que nunca son reveladas.

Un día de estos mi mala me hará delirar
más, un incremento desconsiderado
para su maldad extraordinaria
malicia bendita, adictiva, dominadora
a mi mala le da igual mi salud integral.

No sé que buscará
no sé que encontrará
solo sé de sus uñas y su sed
yo la deseo completamente mala
hasta las cicatrices que estamparon esa infamia.

Mala debe morir, por eso
porque me arrastra al caos
me inicia lujurias incontrolables
me desmorona los hemisferios
con ella conocería todos los rincones abominables.

Muere hoy, Mala
no te despidas en las puertas del infierno
porque amenazarías con arrastrarme
yo te deseo muerte, te deseo a morir
que sería el primero en acompañarte.

Si este espacio existe es por una mujer, que sumada a otras dos, forman un tridente esencial para la subsistencia del blog. Si no fuera por esas tres mujeres hoy posiblemente no estuviera escribiendo esto y menos terminando un poemario del mismo nombre. Hoy quiero evocar y dar un humilde homenaje a las mujeres peruanas y también rendir honores a las mujeres de la vida del autor de este blog. Conmemorarlas con nostalgia bonita y darle las gracias, que desde ya, son interminables.

Un homenaje desde el alma a la mujer peruana de cada rincón de nuestro territorio, a las que sudan todas las camisetas por sus hijos, a las que se atrevieron a maquillar las heridas y levantar el rostro nuevamente, a las mujeres ambulantes, a las mujeres que viven día a día al borde de las carreteras con su negocio andante, a las putas porque han de ver también a Dios cara a cara, a las mujeres taxistas y a las que me consienten ‘china aquí nomas’, a las reinas de las carretillas y a las princesas del reciclaje, a las que perdieron un esposo, un hijo, una hija y lloraron y siguieron para adelante, a las madres superpoderosas que hacen malabares con la economía hogareña, a las que nos robaron sonrisas y también lágrimas, a las santas y no tan santas, a las que no necesitan de espejos para sentirse admiradas, a las que sueñan y no se ponen restricciones, a las que desempolvan la minifalda y resaltan un escote porque se sienten libres y soberanas, a las que no se rinden jamás y retroceden nunca, a las que toman el mundo y lo hacen girar en su dedo índice.

A las que un día compartieron conmigo, algunas horas, algunos días y algunos años, a Victoria por su valentía, por su ‘tú puedes carajo’, porque solo regresa a Perú para preguntarme como estoy; a Johana por educarme en el amor, por enseñarme a ser un auténtico romántico y también a llorar las despedidas; a Daphne por aquellos diez minutos a la salida del colegio, por hacerme entender que todo es transitorio; a Silvia porque confió en mi cuando nadie lo hizo y porque cuando fallé nunca me dejó a un lado; a Jazmín por la paciencia, por inyectarme esa locura que hasta ahora sigue latente; a Belén por enseñarme a vestir, por las camisas y los sacos, por ser independiente y valerse por si misma; a Valeria por darme una familia, por oírme a pesar de todo, por quererme a pesar de mi, porque me hizo sentir Batman y sentirla Gatubela; a Angie por salvarme y salvarse, por esa sonrisa en todo momento; a Martha por las tazas de café antes de mis clases, por sus manos locas que siempre me producían cosquillas; a Bellita por ser la mejor abuela de Magdalena, por esos platillos que preparaba y servía en mis horas libres; a Consuelo por ser loca y compartir, por la competencia, por esa sed que finaliza a su lado; a Rossella por permitirme secar su llanto, por aquel día que vimos el atardecer y fuimos felices; a Nathi por las dos tardes de abril y por enseñarme a que no todo lo que se quiere se tiene; a Mayra por aparecer y desaparecer; a Estela por el tiempo que existió para mirarla y por sus lentes rojos que quise arrebatar; a Renata porque no se rinde, por su fortaleza, porque le hubiese robado el corazón años atrás; a Sofía por la ayuda en tiempo de crisis, por el abrazo antes de ir a descansar, por atreverse; a Gabriela por esos retratos y porque confío en que un día llegará a la hora; a Delia porque dio vida a muchos, por su presencia en todas partes; a Liz por hacerme viajar desde tan lejos para decirme tan solo que me odiaba.

A las mujeres que quise y perdí, a las que amé y se marcharon, a las que me anudaron con sus piernas, a las que no quieren verme, a las que me odian, a las que no me recuerdan, a las mujeres policías, a las que guerrearon por el Perú de hoy, a las que batallan contra una enfermedad, a las que se rindieron pero siguen batallando desde el otro lado, a mis exsuegras por sus exhortaciones y hacerme sentir uno más en su regazos, a la madre de Roberto por ser protectora y vigía, a Susana Villarán porque aún sigo confiando, a María Elena Moyano por ese coraje, porque nunca bajó los brazos, a Nadine Heredia por líder, por esbelta, por presidenta, a mis maestras, a las secretarias, a las actrices, a las escritoras, a las madres, a las mamacitas, a las jefas, a las que no recuerdo pero que se suman indiscutiblemente a este homenaje.

A mis tres mujeres, a Allison por su alegría, por su inocencia, por su sonrisa, por ser mi chica loca del barrio, por artista, por su cariño incansable, por sus peluches desparramados en la casa, porque gracias a ella aprendí a ser generoso, a ser hermano y también amigo, porque me instruyó a ser justo y a cumplir mis promesas; a Chris por esos ojos, por ese beso en la frente cada vez que llega a casa, porque aprendió la lección y no se quedó en pausa, por educadora, por amiga, por ser niña a pesar de ser la mayor, por cuidarme y cuidarnos, por las jaladas de orejas, porque ya no se irá; a María por traerme al mundo y por lo jodido que fue criarme, por no dejarme transitar por malos caminos, por enseñarme a perdonar, por esas canas que le saqué, por sus palabras que no se equivocan, por ser ahorradora y hacerme ahorrar, porque ser mi madre es un trabajo que solo ella lo puede hacer, por ser mujer completamente, por ser esposa de sus hijos, por vivir y darle la vida a mis hermanas, porque sin ella y sin ellas no valdría vivir.

Feliz día mujeres.

Bota el cigarrillo
el cenicero
los libros y cartas
pero no botes el trago
bota a tu novio, si deseas
pero no esa bocanada
oye mi súplica
no botes el último sorbo
puedes botar el hambre
las tripas
los intestinos
los testículos
el útero
el dolor
la nostalgia
la alegría
pero no botes la cerveza
el ron
el pisco
el whisky
el vodka
no botes el trago
no te conviertas en mi enemigo
mantente firme
pero bien ebria.

Voy a seguir el consejo de Consuelo. No voy a extender una entrada si es que al finalizar descubro que es un texto corto. No voy a agregar una sola palabra más con el fin de que se vea amplio y abundante. Es una decisión irreductible.

Esparcidas por toda la libreta encontré una cantidad regular de relatos o poemas cortos. Me sorprendí de haber desparramado en diferentes hojas breves párrafos repentinos a causa de algún sentimiento, emoción, recuerdo u otra razón, y que se hubieran quedado allí, intactas y ocultas. Para algo debían servir, supuse, en conclusión, todas eran parte de mi terapia.

Ricardo agregó: “La terapia de escribir no conoce de lugares, ni de cantidad, menos de anchura o largor. La terapia es libre, no hay más vueltas que dar.”

Obedeciendo a esa terapia y a todos sus aspectos he hecho un compilado de esas precarias blasfemias, o mejor nombradas, maldiciones en mi libreta, tal y como las he escrito. En caliente. Directo.

"Querida, apaga la luz de tu casa"

Libre de ropa, sin esas tangas coloridas, a lo natural, sin gama en los labios, con el cabello flotando, así, aguárdame en la puerta trasera de tu hogar. Esconderé las llaves, el reloj y apagaré el celular, bailaremos en aquel rincón de siempre. Tu comedor será nuestro cuadrilátero y tu habitación ya no tendrá cubierta. Seré puntual pues el tiempo es un estorbo. Cerraré las ventanas, guardaré los zapatos y colgaré la camisa; me arroparé a tu caricia y entre beso y tacto matizaré tu caos del día con mi lápiz azul en tu espalda.

Proyectil en la zona abdominal

- Pon algo de esa música de mierda Roberto, quiero terminar de joderme.
- Olvídalo hombre, necesitas ir a casa.
- En casa ella no dejaría de pensar en ella, ¿para eso me voy?, no, mejor me quedo aquí.
- Puedes intentar dorm…
- Vamos hombre, eso no me sirve, lo sabes.
- Si vas a joderte, jódete bien entonces.
- (Risas) Por eso te quiero tanto carajo.

Roberto pide una caja de cervezas pero que las traigan de dos en dos.

Anatomía del tiempo

A papá

Estoy echando de menos tu barba, tus manos y hasta tus zapatos. Éramos tan buenos amigos. ¿Te acuerdas cuando prometiste que siempre jugaríamos a la pelota? Olvidaste tantos te quiero en las paredes, en mi armario y en mi lámpara que apagabas antes de cerrar la puerta de mi habitación. No sabes cuánto te echo de menos.

No puedo ir en tu búsqueda, aunque sé que debería hallarte a pesar de todo y acoplarme a tu imagen, revivir tu memoria, leer un libro de Borges a tu lado y darte aquel abrazo que nunca te di. Lo siento, no puedo buscarte, porque aún no te encuentras a ti mismo.

Si pudiera oírte ahora mismo no sabes lo feliz que sería, si pudiera hacer que llores conmigo esta emoción, tan solo si pudiera, pa'.

Crimen en la Av. Tarde

La Sra. Renata es una mujer incomparable y de una fuerza de voluntad conmovedora. Es increíble la manera en que ella y yo terminamos platicando en un parque de Lima, charlando de la vida tan vida que muchas veces le cerró puertas, de mis proyectos luego de terminar la universidad, de sus aventuras citadinas, de mis escritos, de su soledad y de la mía. Yo le digo que nunca es tarde para hacer lo que nos gusta, ella sonríe y me condensa toda melancolía. Son las 12:00 p.m. de un día de verano en Lima y yo acabo de cometer el asesinato menos sonado de la ciudad. A la Av. Tarde la dejamos lejos y nos enrumbamos hacia la Av. Temprano. Ella no quiere dejar pasar un día sin sonreír haciendo lo que le satisface, yo, mucho menor que ella, no quiero dejarla ir sin que me sonría por última vez.

¿Por qué preocuparse de las complejidades? – me cuestiono cuando ella se marcha. 

Cursilería

Soy un perro sin bozal frente a un espejo de barrotes,
el mozo que escupió tu sopa,
el adolescente que le declaró la guerra a tu pecho,
el hombre que compuso canciones en tu espalda,
la bala en tu paz,
el pecado en tu divinidad.

Soy todo, esta noche,
mañana tomaré el bus y seguiré mi camino.

La mujer imposible

Ella es la mujer imposible, como la corbata de Marta en el pecho de Idiáquez, es una mujer en otro lapso, en otro tiempo, pero no en el mío. Se ha posicionado en mi pulso abatido y en mi libreta rasgada; y ahora soy solo un monigote que está en el fondo de una gaveta, como aquella gaveta de donde Idiáquez sacaba aquella corbata imposible y encontraba la verdadera dicha en esa fragancia de jabón de Windsor, así mismo, yo encuentro la verdadera dicha en esa fragancia que emana de sus manos tibias en mis mejillas ruborizadas.

Para una mejor comprensión leer: 'Mi corbata' de Manuel Beingolea.

La decadencia del siglo

Días de guerra,
lluvia de misiles
y época de sangre.

Balas que disparaste
cuando te llevaste los poemas
y dejaste la soledad.

Y a pesar de los rumores de un posible acuerdo de paz,
ten por seguro que nunca más visitaré tus tierras.

Eres un ataque nuclear a mi nación,
a mi hogar,
a mi hemisferio gubernamental.

Los ojos de una asesina en mi florero

Tu pasas y el tiempo cala hondo
y abre un espacio entre tu alma y la mía

soy solo un hombre que mira su reloj
y siente mil vacíos, y cae de rodillas

soy un ser que tiembla frente a tus labios
un perro con la cola helada y que pasea por los jardines

¿dónde no te hallo?
¿dónde está aquel punto cardinal?
¿dónde no estás tú?

estás en el invierno que no es invierno
en la melodía de mi ladrido, en la marea,
en la brisa, en la flor que se rehúsa a florecer
en mi pecho elevado, en mis recuerdos, en este verso.

Soy un hombre que se encuentra en tus ojos.

Todo se hace nada

Inmóvil al pie de la escalera,
te acercas
yo retrocedo,
me tocas la mejilla
 mis pies quieren huir,
me miras, estás triste, lo sé,
yo callo, te contemplo y solo eso,
tomas mis manos
tirito,
llegas
y todo es luz,
me tocas
todo se hace nada y
nada se hace todo.

Cuestión de fanáticos

Los dedos a punto de explotar arte, frases, escritos
es cuestión de tiempo,
le dije a Boztov: es más un asunto pasional
no busco la fama
solo la libertad de ideas

Me fui caminando despacito,
la calle estaba mojada,
anduve pensando en lo que quiero escribir hoy,
más tardecito, mientras voy al trabajo o regreso a casa,
escondido en mi coche,
mientras espero para pagar la luz o en la fila del banco

Basta, dejemos las vueltas
en unos días nos marchamos
empezamos la aventura
no te olvides lo que le dije a Boztov
escribir es un asunto pasional.

Marea alta a la vista

Préstame una tarde
regálame un día
acomódame en tu reloj
súmame a tu calendario
exíliame en tu soledad
junta tu alegría con mi melancolía
llévate el suspiro
hiere mi ironía

Haz todo pronto
que la marea sube
y te requiero
en todos mis espacios.

Buena bala

Mientras todos suben y bajan, yo sigo ahí, pensando, no queriendo que llegue mi paradero, ansiando que realmente sea largo el camino de regreso a casa. El bus se mueve pero no es impedimento, porque mi letra desarmada tan solo la entienden mis ojos (y con mas esfuerzos, tú).

Te veo a ti. Desde tu llegada a mi vida, te veo en la mayoría de lugares donde transito, y es dulce recordar a una chica desconocida que enloqueció el alma de un aprendiz de escritor en la mesa de la escuela. Pienso que podría a escribir de ti a ciegas. La gente conversa, se ríen, se cuentan cosas, yo pienso en ti y los elimino de mi espacio. Estamos mi libreta, la chica de ojos tiernos y yo, eso es suficiente.

Te he visto en las avenidas, he recordado tus ojos, tus pupilas, el jugueteo con tus rizos, tus manos agitándose de un lado a otro, tus muecas, tus distancias, tus palabras y las mías al viento que luego he respirado. Te he visto y he susurrado: ¿Sabes todos lo que generas mientras te miro?

Cada paradero es un cuadro distinto, es un sueño nuevo, es un “voy a bajarme e ir a buscarte, a enamorarte sin medidas”, es un suspiro, un golpe en mis sienes, es una buena bala. Tú eres una buena bala.

Concisamente jodido

Cada vez que recuerdo a Nadia mis lentes terminan empapados, no logro hacer foco en nada, solo existe eso, un llanto torpe. La veo transitar, sonriente, pulcra, dama, toda una mujer que no se merecía a alguien como yo.

Yo susurro a distancia: ¿Nadia, aun recuerdas esas dos tardes de abril? Debí quedarme a tu lado, esperando, quizá. Oyendo tu bandurria, tu voz y tú silencio. Te ofrecí una constelación y dos infiernos, pero diste la vuelta y regresaste a tu camino. Yo solo era un desvío erróneo. Me quedé vacío en el paradero, haciendo adiós con las manos, maldiciéndome, buscando la magia para retornar el tiempo disipado. Perdido y sentenciado. Jodido.

Me fui

Y luego ella y otra vez ella y la sensación de guardarme entre su corsé, entre su bolso y sus minutos. Jode ver al tiempo pasar y seguir viendo a la soledad de siempre sacarme la lengua burlona; y ella, otra vez en mi pared. Me cuelga y me descuelga, siempre tiene una excusa para dejarme en el aire, sin equilibrio, sin aire, con un peso decente.

Se acostumbró a escupir sus verdades con puños en el corazón de mi tierra.

Pulcritud

Perdonen al perro y a sus melancolías. Al menos hoy, no quiere sacudir la cola porque siente frío y se arrulla entre sus patas. Sentado a lado de un yeso en forma de santa no quiere ladrar, ni inmutarse cuando la gente pase. El perro siente frío y esboza una lágrima; recuerda, extraña, piensa en aquella persona que le ha quitado el bozal. El perro ha sobrevivido a la comida de un mendigo y a la presencia de dos ebrios sonrientes. El perro solo espera que pase el frío e ir en busca de esos pies, para recostarse en ellos y querer, querer como antes.

Suele pasar

E: Lima y su poesía, ¿cuánto amor hay entre ustedes?

D: Lima es hermosa, tú llegas a odiar y amar Lima, en realidad desarrollas todo un sentimiento contradictorio hacia tu ciudad, haces poesía evocando cada rincón, cada bar, cada jirón, avenida, callejón, farol, etcétera. La vives, la racionalizas, ahí esta el punto de encuentro entre el periodismo y la poesía, que para ser un periodista total tienes que incursionar en distintos campos e incluso dejar los títulos y la corbata a un lado, actuar como uno más, sentir como todos sienten; así como cuando tu bailas, sientes la música recorriendo todo tu cuerpo, es lo mismo: hacer poesía es bailar y hacer periodismo es la melodía, la música.

Extracto de entrevista al autor del blog.

Desenfreno en tu nombre

Me hace bien pensarte
tengo buenas razones para hacerlo
hace mucho tiempo que nadie ocupaba ese espacio
tú lo ocupas y puedo decirlo:
desde que te pienso me siento menos solo,
menos triste.

Cuando te pienso siento compañía
así no te haya visto pasar por tu calle tan concurrida
te pienso y eres poesía.

Si no te encuentro

¿Quién se atrévete a llamarte a las 3:32 a.m. y decirte que se va a trabajar al extranjero y que no va a volver? Ella lo hizo. Tardé en reconocer su voz a esa hora, lloraba sordamente y al par de minutos que su llanto se apaciguo empezó a contarme que había conseguido un cupo en un banco en Miami con la ayuda de su padre y que se iba. Me sorprendió la llamada, la noticia, su abrupta partida, la hora. Me encontraba totalmente perdido.

Colgó y me dejé caer en el sofá. Inmóvil y con el teléfono en la mano no pude concebir algún gesto. Era tarde -siempre fue tarde- para ir a buscarla, para decirle que me iba a significar estar lejos de ella, que nunca quise que perdiera a nuestro hijo, que se quedara un día más, que el culpable siempre fue mi lado, que me perdonara. En ese mismo momento hubiera querido tener el valor de ir al aeropuerto a decirle lo que nunca le dije.

Su vuelo partió a las 5:00 a.m. Hasta hoy, no he vuelto a saber de ella.

Cerrar

Caminar con los ojos cerrados,
vendados,
tropezar en cada esquina
con un loco
con mis vecinos
con las sombras.

Cerrar las ventanas del alma
no acceder a ningún trato
cerrarlas por un buen tiempo
con coraje irremediable
con paz de madrugada
cerrarlas con boleros.

Cerrar los labios
las manos y los oídos
cerrar las braguetas y los botones
cerrarlo todo
cerrarlo precisamente
hasta tu regreso.

¿Cuándo?

Valentina no cruza la calle, yo lo hago por ella, se quita los audífonos y me abraza fuerte. Tiene un peinado notable que me hace sonreír, tiene la armonía que necesito en ese instante, tiene una fragancia capaz de hacerme olvidar toda corrupción y tiene, todavía, fe en mis palabras, por eso está en esa calle. Nadie me quiere como Valentina. Estoy abatido y ella con una paciencia impresionante recoge las balas de la escena del crimen. Detengo el aguacero en mis pómulos, bajo la mirada y en el mismo lugar de siempre, me encuentro a esos ojos delicados, llenos de melodía que expresan: Te quiero, eres un tonto, un estúpido, malo y pervertido, pero te quiero.

Cruzamos la calle. La vuelvo a mirar y le digo bajito:
- ¿Cuándo será el día en que me odies Valentina, al menos un poquito?
- No me lo digas a mí Ricardo, dile a él –y señaló su pecho.

La culpa nocturna

Luego de tres semanas sin un día de descanso y de levantarme a las 3:10 a.m., hoy, por fin, pude dormir hasta las 8:00 a.m., como la mayoría de personas que conozco, sin embargo, extrañé transitar por Lima, por la húmeda, la friolenta, la pendeja. Extrañe verla jugar con los semáforos y con las autopistas mojadas, anhele viajar por esos laberintos del Centro de Lima y observar a sus prostitutas abrigándose con sus pequeñas carteras, a las combis iniciando su recorrido y a esos cochecitos llevando consigo alfalfa, quinua, maca y su pan con palta, todo eso antes de entrar a la Vía Expresa, tan sola de noche, tan apretada de día.

Sin duda esa casi hora de viaje de mi hogar hasta el trabajo es un sin fin de paisajes citadinos y mini-culturas nocturnas que no estamos acostumbrados a ver cuando irrumpe la luz.

Menos mal mañana trabajo. Buena noche.

Revólver a la salida

Así como remar cuesta arriba,
como arrastrar los pasos y vivir por inercia
como cuando las fuerzas las arrastras y la sonrisa es antónima
como cuando huyes por la puerta de emergencia, fue así,
y me fui.

Enorme rareza

- ¿Realmente me quieres?
- Desde la primera carta te quiero, ¿lo dudas?
- No, sé que me quieres, pero es raro, tú eres raro
- ¿Por qué soy raro?
- Porque me quieres y solo me has visto dos veces
- Te quiero y punto, no te hagas latas
- ¿Mucho?
- Enorme
- Ves, eres raro

Volar muy alto

Súbete a la bici conmigo,
daremos un paseo por el vecindario,
por la ciudad,
por el mundo.

Verás que divertido será
visitar más allá de los edificios
de las fronteras y
de los planetas.

Disparate

La percibió cruzando la ciudad, distraída en el pasado y con el corazón en una tabla de ajedrez, se apuntó a las sienes y pensó que la vida iba a cruzar a la vereda del frente. Le dijo: 'te quiero', y apretó el gatillo.

El bar enmudeció.

Parciales

Hoy lo decidí
hoy planee enamorarte a cuesta de todo
ir a buscarte y dejarme de rodeos de una buena vez
pero me di cuenta que tengo parciales
así que lo dejaré para cuando terminen.

Me hundo en tus brazos

Después de aquel beso en la frente me fui escribiendo algo en el camino, a paso lento y sin voltear a verla. Quizá fue el deseo a girar lo que apuro mi paso, al final nunca volteé. Era agosto pero seguía en abril, me encontraba otra vez rodeado de sus límites, de sus fronteras, me encontraba otra vez frente a terribles ojos y ante un combate absurdo entre el miedo y el amor. Nunca supe quien ganó, solo supe de su espalda, otra vez, desapareciendo entre la gente, entre la tarde, huyendo de mi boca, regresando a su trinchera.

Y otra vez me fui escribiendo en voz baja, pensando en lo que dije pero no de la manera adecuada y en lo que si dije pero que no fue adecuado para ella, tal vez no fue suficiente.

Guerrillas y paz

Has minado mis palabras con tus ojos
y has tomado de rehén a mi bolígrafo,
disparas a ciegas y
estás dispuesta a todo
por defender tus límites.

Sin embargo, yo estoy al frente de la tropa
y me impondré delante en la incursión,
me quitaré el chaleco antibalas,
pues estoy dispuesto a todo
por arrebatar tu corazón.

Y cuando triunfe la verdad,
cuando se derrumbe el miedo
y no existan barreras, juro,
habrá paz nacional.

Ya no habrán dos guerrillas,
ni la tuya
ni la mía,
habrá fiesta en libertad.

Caricia, golpe y suspiro

Suspiro y caricia
caricia y golpe
sonrisa y suspiro
minutos y golpe
golpe y futuro
vida y suspiro
suspiro y deseo
caricia y agallas
golpe y suspiro
6:43 y caricia
suspiro
golpe
6:47
caricia.

De este lado o del otro.

“Clair, esto es para ti, le darás mejor uso que yo. Para cuando leas este papel estaré muy lejos, no como lo planee, pero por primera vez en mi vida me voy de la ciudad. Tal vez si me voy pueda dejar de buscar. No importa cuando cambies aun si tienes que pagar el precio por las cosas que hiciste, sé que va ser un largo viaje, pero sé también que te veré otra vez, de este lado o del otro.”

Extracto de The Town. Escena final.

Rendición, redención

Chica, no llores más
que yo no te tengo triste en mis fotos
seca tu llanto
en 20 minutos nos largamos de esta ciudad.

Voy a darte un verano no tan malo
subamos al bus
olvidemos que existen peajes y baches
saltemos de aquí para allá, verás que buen viaje saldrá.

Ella vuela, yo aterrizo

Recién llego a casa Pulgas, recién leo tus mensajes, recién me siento en mi habitación, con los ojos hinchados, aun tirando gotas por el piso. Mi bandeja está llena de mensajes, algunos son de la facultad, otros de mi trabajo. Abro el tuyo primero porque sé que habrá algo interesante, algo que me joderá la cabeza, que me hará sonreír o llorar más. Te leo y siento tus pulgas en mi cara. Me presento: Hola, soy Ricardo, un jabón sucio y hoy quiero no existir.

Seré breve. Ella bailaba en un anfiteatro citadino, yo fui a verla, como se lo prometí. Primera fila y con cámara en mano. Salió al escenario, danzó y me envolvió. Su vestimenta era la de un ángel, sus alas eran enormes y su vestimenta muy blanca. Me daba una vuelta por La Gris y me devolvía a aquella banca, tan sublime y delicada. Terminó el espectáculo y algo se apoderó de ella. Los flashes me nublaron de su vista y me hicieron a un lado. Ya no era su escritor favorito, era un admirador más que debía aplaudir por su baile. Me largué del anfiteatro, removido por sus manos al lugar más oscuro de la ciudad. Ella seguía en el aire, yo aterrizaba en la realidad camuflado en mi alcoba. Un viaje, precisamente eso, con una ida y una vuelta, luego la realidad y el día siguiente.

A todo esto, Pulgas, ¿dónde carajos has estado?