Bajada de Armendáriz. 2:03 a.m.

"¿En qué mierda estás pensando?"

Me hallo en el suelo. Repaso el día. Cada suceso. Han sido inútiles los intentos por terminar el día bien. Hoy me he rodeado de gente muy optimista y he descubierto que no los soporto. ¿Cómo es que están tan contentos siempre? Me siento un poco hijo de puta por detestarlos, confieso.

¿Por qué te desapareces? Los miro. Sonrío con algo de sarcasmo. Para evitar preguntas como esa. A veces no lo digo. Callo. Debería mirar fijamente a esas personas y decirles con caballerosidad que vivo desconectándome de todo y que me da hueva explicarles el por qué. Últimamente me desconecto con más frecuencia y he llegado a apreciar más la luz de mi lámpara.

Los más extremistas piensan que algún tipo de droga me consume. En parte sí, me inyecto unos cuantos libros a la semana; fumo un porro de cine; y aspiro algunas líneas de meditación. Camila dice que es la edad. Su cartas desde Baires siguen haciendo bien. ¿Existe algún síndrome de los 25? ¿Los de esta edad padecen comúnmente de estos alifafes? ¿Distancia de todo y todos? ¿Alpinchismo? ¿Soledad? Ni idea, pero tengo una lista larga de libros esperando ser leídos.

Me he vuelto un lector de PDF. Un lector digital. Y le doy la razón a todo aquel que piense que leer en físico es mejor. Totalmente cierto. Pero por ahora elijo el formato digital por el factor de inmediatez al conseguir el material que deseo leer. Las bibliotecas digitales con contenido gratuito para estudiantes en la actualidad están facilitando increíblemente el desarrollo académico en cada carrera. Las herramientas están ahí, solo hay que tomarlas.

A veces me siento un hijo de puta cuando digo que no quiero verte. Que hoy solo quiero destapar un vino y ver un poco de cine italiano en absoluta soledad. ¿Podrás entenderlo algún día? Como ahora. Que se oye al fondo la voz del gran Lavoe, cantando una de las canciones más bellas de uno de los mejores discos: 'Tus ojos' de 'La Voz'. Álbum debut como solista del rey de la puntualidad. Son vitales estas dosis de música, letras y paz; al mes, a la semana, al día.

Me desconecto desde los 13. Desde que descubrí lo que podía hacer con un poco de silencio, unas facturas con el reverso en blanco y lapicero tinta negra. Luego llegó un walkman Sony de mi padre como acompañante. Grababa algunas canciones punk, unos boleros y un poco de trova. A veces grababa salsa o electrónica. Me animaban el regreso a casa. Las oía y oía hasta que me aburrían o me aprendía la letra. Luego volvía a grabar otras y así por meses. Los reproductores MP3 te daban la posibilidad de almacenar todo tu camión musical en un solo lugar. Poseer uno con solo 16 gigas de música te hacía sentir que eras la fiesta entera andante. Eran increíbles. Perdí tantos.

Luego, muchos, empezaron a escribir frente a un ordenador. Se hicieron escritores digitales. Pocos no migraron. Los de la generación pasada, creo, siguen aún con el hábito en papel. Al final, te das cuenta, que no importa mucho donde lo hagas, el asunto, es que lo hagas. Que practiques. Que lo hagas en diferentes horas del día. En los lugares menos pensados. Esa idea. Esa reflexión. Ese pequeño haz de la trama de un cuento o relato. Hay que ponerlo al frente.

En la actualidad, el vicio sigue. La adicción no se cura. Disfruto de este trastorno. Agradezco a los que siguen en la actualidad respondiendo los mensajes y compartiendo buenos momentos. Siempre agradecido por su paciencia y por, a pesar de todo, seguir leyendo este libro. Entendieron que todos tenemos días en los que es bueno ser un poco hijo de puta.