Una llamada me levantó a la medianoche de un jueves de marzo, era extraña la voz del otro lado del teléfono pero la reconocí instantáneamente, era Victoria, mi primera novia en la vida. Luego de que termináramos no volví a oír su voz hasta ese día, nos habíamos escrito cientos de correos pero no hubieron más llamadas. Tenía un mensaje que darme, estaba embarazada. Me quedé parado junto al teléfono, estático, congelado, tartamudeé unos minutos mi respuesta, le dije que me alegraba la noticia y la felicité con cientos de nudos en la garganta. Tenía dos meses. Fue una conversación breve, agregó que le sorprendía mi respuesta tan relajada y aliviada, hablamos unos minutos más y nos despedimos prometiéndonos llamarnos luego.

Victoria tenía 15 años cuando la conocí, estaba en cuarto de secundaria. Yo tenía 13 y estaba en segundo de secundaria. Era la hija de la secretaria del colegio. Una niña que acababa de guardar el vestido de quinceañera y aún se resistía a botar los peluches de su infancia. Era una delicadeza morena. Una Winnie Cooper color café. Policía escolar y además parte de la escolta. Su padre era un militar retirado que según las leyendas del barrio colocaba en el cinturón su arma de reglamento y salía a la puerta a recibir a los compañeros de su hija, los cuales nunca vieron a Victoria asomarse hasta cuarto año de secundaria. Los chicos del colegio y yo lo llamábamos 'Tío Limón'.

La última de tres hermanas y un hermano mayor con fama de celoso golpeador. No era para menos, tenía  hermanas que además de simpáticas eran muy inteligentes y ocupaban siempre los mejores lugares en el colegio. En las fiestas de aniversario se abría la oportunidad de entablar conversación con alguna de ellas, pero era en vano, nosotros éramos vistos como los vagos destacados del colegio y nada más. Estábamos muy lejos de al menos un intercambio de Hotmail.

El rey de los vagos, es decir, yo, tenía menos oportunidades. Mi pandilla de mozalbetes solos servía para reunirse a pichanguear y tomar a escondidas ron con Pepsi. Nos creíamos los "malotes" prendiendo un cigarrillo que ni siquiera podíamos terminar. Sin embargo, era inevitable no suspirar cuando pasaba Victoria. Pensaba, si alguien va a invitarla al cine seré yo. En esos tiempos, lo  máximo que podía pasarte era que la chica que te gustaba te acepte una salida al cine o a un centro comercial.

Lo único a mi favor eran mis destacadas notas en los cursos de letras. Yo huía de los números y ellos también de mí. Me inclinaba por Literatura Peruana o Lingüística. Leía mucho y, según ella, eso le llamó la atención. Un día la vi leyendo en el recreo 'Mi planta naranja lima' de José Mauro de Vasconcelos y estuve a punto de un desmayo amoroso. El patio era una competencia por saber quién hacía más ruido que el otro, pero ella no se inmutaba y pasaba las páginas como un director de orquesta moviendo suavemente su batuta.

No sé cómo rayos ese día a la salida tuve el valor de acercarme a ella y pedirle que me prestara el libro cuando lo haya terminado de leer. Respondió con una mirada extraña: "¿No lo has leído ya? Te vi devolverlo a la biblioteca por eso lo pedí." ¡Si serás de tonto, pensé! Quise enterrar mi cabeza en tierra como un avestruz y sacarla a fin de año. "Dan, si quieres invitarme a salir solo dilo."

Terminamos comiendo pizza y hablando de Zezé y su amigo imaginario Xururuca un sábado por la tarde. Comentando la nueva película de Batman y de su hermano, "el boxeador", que realmente era pura fachada esa imagen de ogro, que en el fondo era más suave y dulce que un algodón de azúcar. "Me hace recordar a ti, son el cuento al revés, en realidad son ovejas tiernitas vestidos de lobos renegones. Ya los conozco."

Victoria y su familia viajaron a Ecuador cuando estábamos a punto de cumplir un año de relación. Su padre y un socio habían decidido poner un negocio en el país vecino y toda la familia migró. No quisimos hacer una ceremonia de despedida. Optamos saltarnos los pucheros y caras tristes. Prometimos, ilusoriamente, esperarnos, aunque ambos sabíamos en el fondo que era un viaje que nos dividía. A los meses de su partida decidimos seguir nuestros caminos. La distancia y la rutina hicieron su trabajo. Ella apareció con un nuevo novio a los meses y lo mismo de mi lado. Nos saludábamos temporalmente para actualizarnos sobre sucesos importantes en la vida de cada uno y poco a poco los saludos mensuales se convirtieron en trimestrales hasta ese jueves de marzo.

"Dan, voy a viajar a Lima, quiero darles la noticia a mis abuelos personalmente." Llegó a Lima un viernes por la tarde, dos semanas luego de haberme dado la noticia. Sentía mis ojos brillar como diamante recién pulido y el corazón latir como si estuviera jugando la final del mundial. Un vestido repleto de margaritas y la misma sonrisa de Winnie Cooper me recibían con los brazos abiertos. Ese día aprendí que dividirse a veces no resulta tan mal, que tal vez esa división puede convertirse en una suma, y ella estaba sumando vida a este mundo, y eso nos hacía felices a todos.

0 comentarios :

Publicar un comentario