Al reverso de la hoja

A Ango

Cuando la vi tuve en mi la sensación de lo llamado miedo preventivo, pero, ¿qué es el miedo preventivo? Un ejemplo: cuando tenía 3 años de edad un perro llamado Tarzán me mordió el tobillo izquierdo, al instante tuve dos emociones fuertes: miedo e ira, comprendí después que desde ese día nació en mí una respuesta a ese tipo de estímulos. Ese miedo depositado motivó que hasta los 15 años de edad cruzara la calle o camine alrededor de un perro sin quitarle la mirada del hocico, ese era un miedo preventivo.

Ella pasó, la vi, giré una hoja y garabateé, supe al instante que tenía una especie de miedo preventivo a ese lado B de las sorpresas o casualidades, o del amor, quizá. No me acerqué a ella, no intenté iniciar una plática, es extraño escribirle una carta de varias líneas a una persona que no conoces pero que te mantuvo pensando el fin de semana, esa idea producía un conflicto entre mis hemisferios. De ella solo conocía lo que percibían mis ojos, solo sabía de esa sonrisa estupenda, de ese caminar pausado, de su cabello rebelde oscuro y de su mirada tímida. Cuando terminé el escrito, lo firmé y guardé, no planeé jamás que terminara en sus manos, supuse que tendría un fin junto a los plásticos y cartones.

Al otro día estaba sentado en una sala de la universidad esperando la llegada de un amigo, leía un diario y de pronto una voz me interrumpió la lectura:
- Disculpe joven, la señorita no tiene mesa, ¿podría poner una aquí para que pueda almorzar?
La señorita sin mesa era ella, a la que escribí algo bonito con letra horrible al reverso de una hoja que realmente era una pauta radial, y la cual se encontraba a menos de un metro de ella. Por un momento pensé en pararme y decirle: Buen provecho señorita, hasta luego, sin embargo, algo me mantuvo sentado y con los ojos unos segundos en el crucigrama y otros en ella. Recordé a Tarzán y al miedo
- Hola, es raro que tu nombre aparezca al final de esta hoja, ¿no?
La destinataria de aquel escrito estaba sorprendida y lo disimulaba sonriendo, en su cabeza debió pasar: ¿qué diablos con este tipo?, y en mi cabeza retumbaba Fito y su “Un vestido y un amor”. Sabía que iban a suceder dos acontecimientos que podrían marcar un antes o un después, o tal vez un: "Mucho gusto, buena suerte", pude haber recogido el cargador y los audífonos y salir a gritar, sin embargo, la seguí mirando, doblé la hoja y la escondí entre sus servilletas.

Mi silencio cavilaba: Carajo, ella, aquí, ¿cómo?, ¿dónde está el señor que puso la mesa para agradecerle?, ¿entenderá mi letra?, creo que empezaré a escribir en papel, ¿por qué nunca me compré un maldito Palmer?, su almuerzo me dio hambre.
- Léelo cuando me vaya, si no lo entendiste házmelo saber, por favor.
Recogí mi diario, el cargador, los audífonos y mi libreta, se quedaron Tarzán, el caminar hacia atrás y el miedo, se fueron con ella, en aquellas líneas y en aquel garabateo bonito. Hay instantes en los que evitar un suceso solo encapsula aquel momento para un futuro, cercano o lejano, y que quizá las coincidencias o casualidades de la vida consiguen diluir.

Mis labios tarareaban: “…yo no buscaba a nadie y te vi.”

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