El viaje de las voces

Aprenderé a tocar el piano
quizá también la guitarra
tomaré clases de canto
quizá así algún día
llegue a ser tu cantante preferido
ya que tu escritor favorito
nunca podré serlo.


Encontrar buses con pocos viajantes es una ventaja para Ricardo y su cansancio matutino. No tiene que esperar un asiento vacío pues ya los hay a las 7:00 a.m. en la ruta hacia el norte. Mientras va a casa, la mañana de un viernes, es hallado por algunas voces. Estas voces no lo dejan concentrarse en el diario que va leyendo, ni siquiera en el paisaje urbano que lo acompaña, es imposible que esas voces desaparezcan de su cabeza realizando alguna acción equis. Por un momento piensa que la profecía de su madre se va cumpliendo, aquella que expone que terminaría loco y además, encerrado en un hospital psiquiátrico alejado de sus seres queridos. Decide cerrar el diario y también los ojos, poner en orden a los protagonistas de esos murmullos que lo han abordado en su viaje rutinario.

Primero está la voz de Juan Gelmán que con un tono pausado susurra la última parte de su poema ‘Te nombraré veces y veces’. Ricardo imagina que Juan se lo dice mirándolo a los ojos: “Te voy a matar, yo te voy a matar”. Ricardo tiembla un poco, aquella voz es oprimente. Empiezan las interrogantes en sus hemisferios: ¿Por qué ha de matarme Gelmán? ¿Por qué mataría a un hombre que únicamente quiere escribir en paz? Ricardo no ha cumplido su promesa, no ha buscado más de Gelmán e imagina que un poeta argentino lo quiere asesinar por aquel motivo, por no buscar más allá de cuatro poemas de su autoría. ¡Qué tonto he sido, qué olvidadizo caramba!, piensa. Se hace el contrato de buscar más de él cuando llegue a casa, mientras tanto, se orienta en la siguiente voz.

La segunda voz es la voz de Julio Cortázar. Hace su aparición aquel acento gaucho-francés con dicción vozarrona diciendo: “Me diste la intemperie, la leve sombra de tu mano pasando por mi cara. Me diste el frío, la distancia, el amargo café de medianoche entre mesas vacías”. Ricardo lo detesta por torturarlo tempranito, no solamente con sus poemas sino con Rayuela y algunos de sus capítulos. Por ejemplo, el capítulo 32, la carta de la Maga a Rocamadour: “(…) te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete”. Luego se oye el capítulo 7: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca”, y luego el 34: “Maga, vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés? (…)”. Ricardo se siente abrumado con la voz de Cortázar y ese acento, y esa dicción, y el volumen; decide ponerle un alto. La voz que se oye mientras la de Julio se pierde es la de Alejandra.

La voz de Alejandra es armoniosa y calmada. Ricardo piensa que fue una precipitación tonta indicar que ella jamás caminaría junto a él. Alejandra y Ricardo han caminado unas cuadras rumbo al paradero días atrás. Él todavía se pellizca, no puede creerlo, no puede dejar de pensar en Alejandra ni en sus ojos. La voz de ella se oye con fondo musical y Ricardo imagina el movimiento de sus labios mientras ella expresa: “Cuéntame un poco de ti mientras vamos por un café Ricardo, pediré un cappucino y tú un americano y no iremos a caminar por el bordecito del mar, te hablaré de Huancayo y tú me contarás de Lima. Te enseñaré a bailar para que no pises otra vez”. Ricardo sonríe con cara de bobo. La voz se va y él hace el esfuerzo por retenerla. Piensa que sería feliz si su móvil sonara y oyera la voz de Alejandra diciendo cualquier palabra.

La voz de Alejandra desaparece y se oye un popurrí de voces. Son cantantes que entonan algunas letrillas. Para Ricardo esas voces se le hace conocidas, en algún momento de su vida cantó esas frases y ahora que vienen a él las canturrea bajito. Se oye a Michael Stipe (R.E.M): “That's me in the corner, that's me in the spotlight losing my religion”, sigue Cerati: “Todo me sirve, nada se pierde, yo lo transformo”, también se oye al gran Páez: “Dos días en la vida nunca vienen nada mal, de alguna forma de eso se trata vivir”, se suma Tracy Chapman: “You got a fast car, I want a ticket to anywhere, maybe we make a deal, maybe together we can get somewhere”, y para terminar el revoltijo aparece el flaco Spinetta: “Muchacha piel de rayón, no corras más. Tu tiempo es hoy. Y no hables más, muchacha corazón de tiza. Cuando todo duerma te robare un color”. Ricardo mueve la cabeza, el pie derecho y los dedos. Disfruta de ese momento mientras viaja por La Gris y espera llegar a casa y besar a Marucha.

De repente una voz gruesa y como de militar se va acercando a él diciendo algo que no entiende con claridad. Ricardo la ignora hasta que siente que le tocan el hombro. Abre los ojos y un señor de baja estatura y gordo le dice con tono sarcástico: “Joven, ¿va a Chorrillos?, porque ya llegamos a la Estación Naranjal”. Ricardo baja apresurado del bus, la última voz que oyó no la presagió y por eso sonríe. Llega a casa y se tira en su cama mirando el techo blanco de su habitación. No hay voces. Se queda dormido pensando en que a veces el silencio no sirve para sentirse feliz.

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