Un día cualquiera

He tenido la libreta escondida unas cuantas semanas, me he alejado demasiado del blog y eso me preocupa. Puedo echarle la culpa a mi trabajo o a un vicio, hasta puedo mentir diciendo que no he tenido tiempo y que la rutina me ha absorbido, sin embargo, no quiero hacerlo.

Julio ha transcurrido como un proyectil en busca de piel y agosto ha sido la piel quien ha buscado el proyectil, quizá la sangre vertida sea una buena excusa para publicar. La sangre y el frío, la luz y la lámpara, humedad y viento, elementos que han compuesto estas semanas y se han convertido en una excusa para huir por unos días de este espacio, más vacío que nunca.

El cuerpo envía menos sangre a la piel para mantenerse caliente cuando siente frío, es una reacción natural de nuestro organismo. Mi lámpara y la luz ya no comparten mi escritorio, una necesita de la otra para componer el paisaje, sin embargo anda separadas, pienso que todo se origina desde mi preferencia por la lámpara y no por la luz. La Gris es una ciudad húmeda desde que la conocí y de fuertes vientos por esta época de año, estas dos características en estos dos últimos meses se han vuelto parte de mi rutina matutina. Exactamente en la hora del viaje hacia el trabajo se puede sentir la humedad subiendo por los dedos del pie hasta la cadera, apretando la tibia, el peroné y hasta el fémur, obligando el auto-abrazo y la refriega de manos.

La hora de viaje es la hora de dormitar a medias, de la cabeza bailante y el rostro raro, también es la hora de los recuerdos, de la nostalgia y de la mujer ausente, la imposible. Todo eso parece formar parte de una guerra declarada a mi fuerza, la cual siento que pierdo día a día.

Sin embargo, hoy he recordado la frase de Erick, el sociólogo: “…pero hoy fui feliz, con azúcar, pero fui feliz”, y he decidido traerla a mi presente, a un día cualquiera en Lima, sin mucho movimiento y con poca neblina, un día gris como los que me gustan. He sacado un papel y un bolígrafo de mi bolso y he luchado contra el movimiento del bus para terminar estas líneas en plena Av. Javier Prado, en donde la vida y el tiempo valen el cambio de un semáforo, y ocurrió, antes que cambie a verde, tuve la sensación más extraña de felicidad que haya podido sentir durante mucho tiempo.

Pensé por un momento que debía olvidarme de esa conmoción y buscar dormir, pero preferí escribirlo.

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