Un infierno agradable

Me la encontré un día al salir de una de esas tiendas que hay en Lima en donde venden de todo para geeks, estaba esperando el bus y la sorprendí por la espalda. Hace siete meses que no veía a Cristal, viajó huyendo de su madre y de su enamorado a Argentina. Fue sorpresiva su partida, un jueves me envió un correo y desapareció.
“Hola, Ricardo. 
Te sorprenderá leer que esto lo estoy escribiendo desde Argentina, sì, me fui de Lima. No le he escrito a Cristóbal, tampoco a Rocío, no le he escrito a otra persona más que a ti y no sé por qué. Sabes algo, tengo miedo de no regresar pero a la vez quisiera quedarme lejos de todos, principalmente de mi madre, me he cansado de sus tonterías y de sus estados de mierda, me he hartado de Cristóbal y sus pendejadas y me he cansado de verte con Rocío mientras tú y yo nos veíamos a escondidas. Prometimos separar las cosas, pero no he podido, soy mala actuando y tú eres un gran mentiroso, he vivido siete semanas fingiendo ser una buena amiga y tú un buen exnovio y las cosas han terminando resultando en mi contra.

En Lima nunca quise que habláramos los tres o al menos que nos juntáramos, siempre tuve miedo que algo nos dedujera ante Rocío y, para ser honesta, probablemente lo sabía. Este es el resultado de las mentiras, la mías hacia Cristóbal y las tuyas hacia Rocío, aunque a lo mejor para ti era más simple, eres el exnovio de mi mejor amiga, solo eso, no tenías ningún vínculo más que la amistad que quedó luego que terminaran, al contrario, yo era una navaja, mintiendo al chico con el que llevaba más de tres años, eso si es incorrecto, por más que se lo mereciera, está mal.

Quién sabe este escape sirva para recomponer la dignidad que me queda, para castigarme por mis errores y mis mentiras y también para perdonarme, para reflexionar y enfocarme en mi carrera, así el precio de eso sea alejarme de mi país. Estoy con mi hermana en la casa de unos tíos en Rosario, hace mucho frío y eso me recuerda a ti, sé que no debería escribir eso pero es inevitable, también sé que ahora debes pensar en que soy una tonta e inmadura y que debí despedirme de ti al menos, pero no, eso hubiera empeorado todo.

La verdad es que no sé cuándo regresaré, lo que si se es que debo mejorar y no intentarlo solamente, como decías, también sé que un día de estos te voy a echar de menos Ricardo, a ti y las tardes en el Malecón, a tu cariño y a tu manera de hacerme sentir una mentirosa feliz, porque eso éramos, unos mentirosos en la sombra de la felicidad. Espero verte algún día, quizá en Lima, quizá en Rosario, pero espero que ese día tarde más que siete semanas. 
No respondas esta carta, por favor. 
Un beso, Cristal.”
Cuando recordé esa carta mi mano ya se había posado en su hombro y ella había girado. Ese momento fue la respuesta a la carta, sus ojos se habían expandido y se había quedado casi petrificada, el bus no la esperó y se marchó. No hubo palabras iniciales, solo nuestros rostros sorprendidos y acusados de recuerdos. Nos abrazamos como si no nos hubiéramos visto 30 años. Nunca lo olvidaré.

Ante mi tenía a una mujer sofisticada y de una belleza sencilla pero cautivadora, no era la autora de aquella carta, no, era una mujer a la cual el exilio la había enmendado, era una expresión artística, pareciera que la mujer que se fue a Rosario era un pedazo de madera tosco y áspero, sin embargo, al regresar aquel pedazo había sido tallado minuciosamente hasta convertirlo en una obra de arte. Ese cambio era el que vislumbraba ahora en su sonrisa. Esa que apareció un día de aquellos que no esperas que pase algo interesante pero de repente, ¡sorpresa!, sucede.

¿Qué había hecho de Cristal una mujer distinta? ¿Qué tanto había mejorado (o cambiado)? Eso trataba de responderme mientras nos hacíamos las preguntas de rigor e iniciábamos un rumbo hacía un destino aún no conocido. La plática estuvo encantadora los primeros veinte minutos y luego decidimos ir a un lugar donde pudiéramos conversar más cómodamente y, además existieran nuestros vicios favoritos. Sucede que ese día no esperaba nada interesante, menos algo tan sorpresivo, pensé que era un día normal, el cual iba a transcurrir bajo la rutina acostumbrada, sin embargo, la vida es un chapuzón de sorpresas y es magnífico cuando siempre se está empapado.

Dos horas después nos encontrábamos en aquel mismo bar de la misma avenida de siempre contándonos cada uno los momentos post partida a Rosario. Cristal me contaba sobre los amigos que había hecho allá y yo le contaba de los que había perdido aquí, me describía como era Rosario de colorida y yo le explicaba como seguía Lima de caótica. Me relató sus experiencias estudiando estomatología en Argentina y yo le contaba los pormenores de mi trabajo como periodista en un medio local.

Envidiaba su buen tiempo allá, imaginé que hubiese sucedido si hubiera dejado el disfraz mentiroso que poseía y le hubiera dicho la verdad, que la quería, que me importaba un carajo que fuese amiga de Rocío, yo hubiera dejado mi poemario a la mitad por ella, sin embargo, sé que quizá el hoy sería peor, ambos hubiéramos perdido mucho por eso ella presintiendo un desastre mayor se marchó. Puso fin a una historia embustera de mentiras y estafas, de máscaras y actuaciones burdas, de amor adornado y pasión temporal. Ahora frente a mi tenía a la mujer que no hubiera querido que se marchara.

Por un momento pensé en reclamarle porque no me había llevado con ella, pero tuve vergüenza.

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