Fin de semana con la muerte


Eres dinamita
y estás loca,
jodidamente
loca.

Verano del 2012. Leticia está preparando café y ensalada, colocando en la mesa mandarinas y me dice: Vámonos de aquí una horas, comamos frutas y seamos felices, cuéntame cómo te ha ido en el trabajo. Recuerdo que tengo la agenda llena para sábado y domingo pero quiero correr con ella, olvidarme de los editores de algunas revistas en la que escribo que me tienen el teléfono lleno de llamadas perdidas y mensajes embravecidos. Si supieran que sus escritos ya están terminados hace una semana.

Leticia guarda en el borde de su montura roja la imagen de una mujer sazonada por la vida, capaz de hacerte transpirar las turbaciones y otras tonterías, camufla entre las líneas que bordean sus ojos la figura de una chica que no le gusta andar con rodeos, no le da vuelcos a un tema, te sitúa en una línea de realismo y no te sube a ningún altar superfluo. Ella me tiene al borde de un colapso nervioso y por eso nos largamos de La Gris, la necesito para colapsar totalmente.

La veo deslizarse en el asiento de al lado, baila, se contorsiona al ritmo de la música. El coche empieza una súplica y yo también. ¡Sigue bailando Leticia, por favor! Nos largamos de Lima pues la ciudad no necesita de ella, yo sí. Su escote me envía invitaciones y su short quiere escaparse por las ventanas. Paramos en la carretera y eliminamos la sed. ¡Qué delicia!

Leticia está loca.

Ella está en las palmas de mis manos y el timón se ha extraviado, nos podemos ir directamente al infierno pero eso no importa. El ron empieza a hacer efectos en nuestros cuerpos y cada kilómetro perdemos prendas. ¡Leticia qué bien te cae el sol! Ahora mismo pienso en los que me advirtieron de ella y es correcto lo que pensaba: sus cerebros no funcionan bien.

Llegamos a nuestro destino: un bar. Está localizado en Pisco, el lugar es un poco rústico pero brinda calidez a los que pasan por su territorio. Miro a Leticia por todos sus lados y es la libertad, y si existiera algo más que la libertad lo sería también. Me ha rescatado de una rutina agobiante y me ha dado un escape digno de brindar.

Brindamos. La beso. Nos vamos del bar y la beso en el coche. Unos bellos senos me castigan el rostro. Caen los anteojos. ¡La, la, la! Su cabello se une como verdugo, luego sus dientes y posteriormente sus manos. ¡Qué bellos dibujos en mi espalda! ¿Dónde está la blusa que traía Leticia?

Pisco nos despide y seguimos nuestra ruta hacia Nazca. El día va cayendo y Leticia fuma mirando el atardecer. Su mirada contrasta con el desierto, con el bolero que suena bajito y con las botellas desparramadas por los asientos. ¡Fúmame los hemisferios mujer! Paramos a un lado del camino a tomar fotografías y a descansar. Me besa el rostro, me abraza fuerte mientras nos sentamos en el capó del coche y nos miramos como si fuera la última vez que nos fuésemos a mirar.

- ¿Sigues pensando que estoy loca?
- Si, estás loca y también sigo pensando que no quiero regresar a Lima.

Relato publicado en el boletín literario Sabales (Junio).

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